Agnus Dei

El niño camina por un sendero de tierra y rocas. En una de sus manos lleva un palo grueso que arrastra, junto a sus pies, con cada paso que da.

Tiene el rostro hinchado y rojo de tanto llorar. Mientras anda, va limpiándose con la otra mano los mocos que fluyen de su nariz. A veces se los traga y otras veces los escupe, dejando una masa verde y ligosa sobre la tierra. Cuando levanta su mirada, divisa que a unos metros delante, hay un cordero amarrado. Está solo, parece abandonado, pero intuye que tiene dueño porque está atado de una soga al cuello.

Mientras él se va acercando, sus pies van pateando las piedras que aparecen frente a él. Con sus manos, va moviendo de un lado a otro y con fuerza, el palo que lleva consigo. Le gusta escuchar el zumbido que provoca el palo con cada movimiento. Se aproxima al animal y se para frente a él para observar. El animal también lo mira con sus grandes ojos negros, mientras emite balidos extraños. El niño hace un intento por acercarse, pero el animal se hace para atrás, está asustado con la presencia del crío. El niño se enfurece, él sólo quiere acariciarlo.

Decide elevar la mano que sostiene el palo, y con todas sus fuerzas le asesta un golpe en la cabeza, en medio de los ojos. Y luego otro, y otro, hasta que los balidos del animal cesan. El cordero yace en la tierra. El niño lo observa de nuevo. Ahora tiene miedo, pero también está emocionado por lo que hicieron sus manos. Se siente más ligero. Se agacha para ver más de cerca al animal muerto. Ahora, su mano finalmente puede acariciar su pelaje sucio y amarillento. Cuando su mano pasa por la herida en la cabeza, puede sentir la sangre caliente.

Nunca había tenido tanta sangre en sus manos.

Siguió acariciando el cráneo destrozado del animal con ambas manos. Cuando estas se embadurnan por completo, sintió el impulso de frotarlas en todo su pequeño rostro, en sus brazos y piernas también. Como si se tratara de un bautizo profano. Ya no parecía el pequeño niño que caminaba por la senda, daba la impresión de ser solamente un cuerpo desollado tirado en el camino, un cuerpo al que recién habían sacrificado. El viento soplaba y faltaban solo unos minutos para que el Sol desaparezca por completo entre las montañas.

El ahora cuerpo rojo toma del suelo el palo y sacude la sangre que aún tenine. Retoma su camino. Cuando el sol se oculte por completo, en el campo no se escuchara nada más que el zumbido de una estaca que se mueve de un lado a otro, una y otra vez.

 

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