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Un Desayuno
...
Era un sábado por la mañana. Despertó a la hora de costumbre para ir a trabajar y eso siempre le enojaba, pero ya estaba acostumbrado. Tomo una ducha y luego de vestirse salió al garaje para encender su auto. Se dirigió de manera rutinaria al lugar al que iba casi siempre a desayunar los fines de semana. La comida no era gran cosa pero estaba bien. Aunque lo que más le agradaba era ser atendido por una que otra mesera que encontraba atractiva.
En su cabeza había ensayado muchas veces el discurso que les diría, si alguna vez se decidía a tomar el valor para dirigirles la palabra, más allá y decir algo más que el nombre del plato que siempre ordenaba. “ Si me haces caso, te voy a dar una mejor vida que esto, ya no le tendrás que servir a nadie más”. Todo ese diálogo transcurría en su cabeza. Pero luego, recapacitaba en lo ridículo y cursi que sonaba. Además, pensaba que cada quien hace el trabajo que hace por su gusto y gana. Mientras tomaba un café negro antes de comer, observaba a las personas del lugar. Cruzaba la vista con algunos de los comensales sentados en las otras mesas. Todos fingían no verse, parecía que ni siquiera el par de moscas que caminaban sobre su mesa, comiendo las migajas de pan de la comida de la persona que se había sentado antes que él, le ponían atención. Él pensaba que hasta ese par de insectos miserables fingían.
Mientras esperaba que llevaran su comida, observaba con desagrado a varios hombres que vestían ropa deportiva con camisolas de equipos de fútbol. Se preguntaba por qué diablos la gente se tenía que vestir siempre en esas fachas los fines de semana. Entendía la idea de querer estar cómodo pero no soportaba el mal gusto. La ropa vieja y las camisas tenían varias tallas menos de lo que seguro usaban. Nunca entendió por qué ese tipo de cosas le molestaban. Le fastidiaban y ya. Según él, la gente seguramente pensaba que eran alguna especie de inmortales y que no importaba si se vestían mal o no.
La gente actúa -se decía- como si la muerte no estuviera acechando todos los días a la vuelta de la esquina. En ocasiones imaginaba su cadáver en una fotografía de los tantos diarios amarillistas de su ciudad, se figuraba a sí mismo muerto arrollado por un auto. Se veía hecho una masa de vísceras, y que las personas en vez de lamentarse por él, dijeran: “Pobre hombre, pero que mal se vestía”, eso le aterraba por momentos. Pero pasados unos minutos le importaba nada si la gente se moría en harapos o desnuda, que más da, iban a estar muertos y listo. Después de todo, entre menos personas así, mejor para él. Esbozo una sonrisa al verse pensando todas esas cosas sin sentido de nuevo. Era lo único malo de tener tiempo libre, su mente divagaba por lugares absurdos. Para hacerlo más insólito, eran días previos a las fiestas navideñas, así que la música de Navidad que sonaba en la vieja cafetería, le proporcionaba una banda sonora a todas esas imágenes tristes y patéticas frente a él.
Recordó que ese día era el cumpleaños de su hermana, a quien no miraba desde hace muchos años. También se enteró de que su padre, al que tampoco veía desde hace algún tiempo, estaba enfermo. Les escribiría al regresar a su casa, aunque ya sabía que lo más probable era que su pantalla se llenaría de frases inútiles que se resistiré a enviar en un correo electrónico. Había pasado mucho tiempo ya, y jamás lograba encontrar las palabras adecuadas para ellos. No pasaba mucho entre los tres, era solamente que existía mucho silencio y no sabía cómo acercarse a ellos.
La gente entraba y salía del lugar, eran personas a las que nunca más volvería a ver y eso de alguna forma le daba tranquilidad. Su orden de comida aún no llegaba y las dos moscas seguían volando alrededor de las sobras de comida sobre la mesa que aún no le limpiaban. No tenía intención de quejarse, ese día tenía todo el tiempo del mundo y el café tenía refill.
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