ESCENAS
Retrato de una joven (extracto) Pierre Auguste Cot

ESCENAS

 La batalla se inicia y quien pierde es el sueño, la noche, la cama.


CINCO MINUTOS

Voy por ti.
El frío congela mi piel, la agrieta, la quiebra como se rompe un vidrio golpeado por una piedra.
Es difícil caminar por la acera, me bajo, trato de correr, son varias cuadras las que me separan de tu perfume.
El cuerpo se acelera, la sangre fluye, los nervios me hacen su presa, sigo corriendo, busco espacios entre la gente para ganarle al viento.
Quiero volar.
Estás en mil imágenes, en millones de voces, en infinidad de recuerdos.

Por fin alcancé completar la primera de las varias cuadras que son un abismo.
Busco el celular y no hay señal. Lo vuelvo a guardar, no tiene caso. Voy de prisa, trato de no botar los libros que llevo bajo el brazo.
La gente piensa que estoy loco, casi la atropello.
No me importa, pierdo la razón, la coherencia, la decencia, los modales.
Un animal en plena cacería.

Los autos son otra complicación.
Los esquivo, me siento un torero, pero no tengo chance de clavar las banderillas.
Las cosas van mal.
Es la hora en que toda la plebe trabajadora va de salida.

Corro, corro, corro.
Quiero volar.
Ya lo dije.
Pero es que volví a desear lo mismo.
El sudor empieza a aparecer.
Se me clavan pequeñas gotas en los ojos.
Parpadeo miles de veces, no puedo ni siquiera limpiarme con las manos, no puedo.

Ya son tres cuadras.
Me faltan unas cuantas más.
Creo que cuatro.
Un zigzag, un tranco largo, otro pequeño, otro largo, otro pequeño.
Paso doble, paso firme.
El tormento se agiganta, es un monstruo que me mata, pero busco la manera de evitar pensar en eso.
Sigo en mi inusual recorrido.
Pienso un momento y me doy cuenta de que casi no soy así.
Sí, así de acelerado.
Camino, no corro.

Por fin te encuentro.
Mis manos tiemblan, mis piernas lo mismo.
Me miras, te miro.
Me dices sin aviso alguno que tu esencia es un volcán y quieres que extinga tu fuego.
No me lo creo.
Me apuñalas con tus ojos, te subes a una grada, me abrazas, aprisionas mi cintura.
Éxtasis, locura, pasión.
El cielo, la gloria.
Cinco minutos bastan.

FRAGILIDAD

Vuelvo a mis raíces. Busco la tinta para decir y liberar tormentas internas. Duele revolver sensaciones, vacíos, vorágines de vida que consumen y agotan, que reviven y revitalizan. Locura, pasión, marasmos, letargos, una idea tras otra. Imágenes que vienen como el viento y transcurren como el agua entre los dedos. Me recuesto en tu hombro y siento el refugio. Veo tus ojos, y me pierdo en la soledad de la imagen que veo en ellos.

Hace ya tanto tiempo y se me acaba la palabra, la frase; busco continuar y se me atoran muchas cosas en las manos. Intento sacudir el desorden, me prendo de tus ropas, quiero desgarrarlas  impregnarme de la tenue blancura de tu piel, arroparme en tus brazos, desangrarme en tus labios, desparramar sobre tus manos, caricias cálidas y casi solemnes, como un ritual extraño y de esos que casi no existen ya.

Me aturde el frío y en tu caso, te mata. Nos tomamos un descanso; saturamos el silencio de más silencio. Te miro y te observo. Muchas cosas te conciernen y otras solamente giran a tu alrededor.
Me siento extraño, como cuando se conoce a alguien y éste no solo se enconcha, sino te limita. Vaya si ha pasado el tiempo. Tengo cuatro años desde aquel 11 de marzo que marcó una historia, en los que las letras emigraron hacia un lugar extraño.

Hoy asoman de nuevo, tímidas y apesadumbradas, como la brisa sobre tu rostro, como el beso sobre tu piel, como la vida sobre la muerte. Queriendo volver a ser lo que un día fueron, sin darse cuenta de que ni el reloj ni el calendariose detuvieron.

ESCENAS

Se me antoja tu piel acaramelada. Me resisto unos segundos, pero pierdo la noción, la cordura y me desarmo. Tomo el libro que estás leyendo y me acurruco entre la maleza de tu pelo. Es el pretexto que me queda para no ceder mi energía a esa batalla insolente sobre tu cuerpo. Te miro, me miras. Trasciendes las fronteras de la noche, ironizas mi insomnio y atormentas mis deseos con tu cintura. La oscuridad confabula contra mí; quiero, pero igual no.

Llega la primera caricia, cual toque eléctrico que satura mi tranquilidad. La batalla se inicia y quien pierde es el sueño, la noche, la cama. Los minutos se hacen eternos, y tus labios interminablemente sensuales y traviesos. Tus manos se pierden como mi boca en tu esencia. Me descubro humano, atado a la pasión que despierta tu ser, tus ojos, tus piernas. Soy tu esclavo te digo, y te sonríes. No lo terminas de creer. Bueno, no importa. Veo por la ventana y la tenue luz del foco público es un punto entre tu silueta y mis caricias subversivas.

Me encanta tu sonrisa. Disfruto de ella. Me inclino. Te tomo. El pelo alborotado, tus labios crispados, tus manos arrancándolo todo. Es una tortura, una locura, un desenfrenado caudal de sensaciones. Tiemblas, sudo. Te toco, te siento, añoro tu piel. Me vuelvo salvaje y cambias. Embrujas mi tacto, te dibujo con mis labios, aturdo tus sentidos, me enredo en tus ansias, me miras, te miro. Te vuelvo a encontrar y me refugio en tus sueños, como dueño y prisionero. Dime algo. Lo que sea. Me callas con tu lengua embriagante. Está bien, no digo más nada.

El libro luce aburrido a un costado de donde estamos. No lo leíste nunca, no te di tiempo. De qué era, me preguntas. De la locura, te afirmo. Cierras tus ojos y dejas la puerta abierta.

 

Última modificación Domingo, 17 Marzo 2024 11:30
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