Arañas

...

En esos años solía salir y correr por el campo abierto que se abría a lo largo detrás de mi casa. Me gustaba verlos y saltar sobre cada uno de ellos. Algunos estaban fracturados y a otros les quedaban uno que otro diente incrustado en sus mandíbulas. Nunca supe porque lo hacía pero me había acostumbrado a verlos enterrados sobre la campiña desde que era muy pequeño. Todos los días jugaba alrededor de ellos. A veces lograba meterme dentro sus bocas y salir por las cuencas de sus ojos. Para mi eran hermosos. Así lo hice hasta los primeros años de mi juventud. 

Cuando ellas empezaron a llegar no les puse mucha atención. Poco a poco las fueron tejiendo. De un cráneo a otro, entre cada rajadura los largos hilos blancos salían. Poco a poco fueron sumándose más y más. Nunca tuve miedo a las arañas. Desde niño solía dejarlas caminar desde la punta de mis dedos y a lo largo de mis brazos. Pero mientras crecía, poco a poco empecé a sentirme amenazado por ellas. Ya no me atrevía a agarrarlas y dejarlas que jugaran sobre mí. 

Las arañas poco a poco empezaron a reclamar su territorio. Ya no salía de casa. Solo me asomaba por mi ventana para ver la larga fila de mis queridos cráneos sobre la pradera. Extrañaba jugar entre ellos. Pero las arañas los habían envuelto casi completamente con su tela. Ya no los podía ver, ni ellos a mí. Ese día decidí jamás volver a abrir mi ventana.

No se cuantos años han pasado ya. Solo se que me siento débil y estoy postrado en una cama en un lugar que desconozco. No sé quiénes son las personas que están sentadas a mi alrededor. Mi vista se nubla poco a poco, y en mi cabeza siento sus delgadas patas caminar dentro de mí, de un lado a otro. Se que están tejiendo sus hilos por todo mi cuerpo. Estoy seguro que eso es lo que me impide ver bien. Tampoco puedo hablar. Siento como todos esos filamentos se enredan entre mis dientes y lengua por que ya no puedo hablar. Las arañas regresaron. No les basto quitarme todos esos cráneos de mi niñez y juventud. 

Tenían que tener el mío en mis últimos días. Toda mi vista se está perdiendo en un inmenso vacío blanco. Con lo último que me queda juro que volveré a correr por ese prado, sintiéndome libre alrededor de todos los cráneos que me vieron crecer. Caminaré sobre ellos de nuevo y los abrazaré uno por uno. No importa que mis ojos no soporten más este blanco intenso que está a punto de cegarme por completo. Cuando lo logré seguiré brincando. Hasta que las arañas jamás logren alcanzarme.

 

 

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