El engaño como arte del discurso en Heretic

Las paredes no son meros límites físicos, son trampas de la mente. En Heretic, la casa es un laberinto y Hugh Grant, su arquitecto. No hay escape para las dos jóvenes mormonas que, ingenuas en su fe, se adentran en el territorio de un lobo disfrazado de erudito. Pero la verdadera jugada maestra de la película no es el cautiverio físico, sino el mental: el espectador, sin darse cuenta, se convierte en cómplice involuntario de la manipulación.

Grant domina cada conversación con la precisión de titiritero. Juega con la historia de Cristo como si fuera solo otra versión reciclada de mitos más antiguos, y sus palabras resuenan no solo en los personajes, sino también en la audiencia. El truco es efectivo porque las respuestas de las jóvenes son frágiles, endebles, como si la fe dependiera exclusivamente de la inocencia y la ignorancia.

Pero la película no es solo una diatriba disfrazada de thriller psicológico. Su diseño de producción convierte el espacio en un personaje más, un laberinto donde la realidad se deforma con cada nueva revelación poco iluminación y humedad, elementos predilectos de este tipo de cine. La tensión no necesita grandes escenarios ni efectos excesivos; basta con una habitación, una conversación y la incertidumbre de lo que es verdad y lo que es un espejismo.

En el fondo, Heretic no trata sobre el escepticismo ni sobre la religión. Trata sobre el poder de la manipulación, sobre cómo la estructura narrativa puede llevarnos a creer lo que el guion dicta, sin importar qué tan informados creamos estar. Y en ese sentido, cumple su cometido con precisión. Las creencias son cárceles con barrotes invisibles. Heretic lo entiende y lo usa en su favor. No es solo una película sobre fe o escepticismo; es un juego de manipulación donde cada palabra, cada sombra y cada pasillo estrecho refuerzan el sometimiento de los personajes y, de paso, del espectador.

Hugh Grant no solo interpreta a un antagonista; encarna la duda y por momentos la crueldad, no nos cuentan su origen, para mí ese es un fallo, pero si soy honesto, tampoco se necesita mucho. Con un discurso afilado, convierte la teología en un campo de batalla donde la fe tambalea y la lógica avanza sin resistencia. Frente a él, dos jóvenes mormonas parecen indefensas, atrapadas tanto en su encierro físico como en la fragilidad de sus argumentos. Heretic plantea una pregunta incómoda: ¿qué queda cuando la fe ya no es suficiente para sostenerse?

No es una película sobre la existencia de Dios, sino sobre el poder que tiene aquel que convence a otros de creerle. Los últimos quince minutos elevan la tensión a un nivel fascinante. Oscuros, retorcidos, como si la película finalmente se soltara las cadenas y revelara su verdadero rostro. Pero la resolución deja una sensación agridulce. El final no decepciona, pero tampoco sorprende. Quizás porque Heretic no busca ser trascendental, sino eficiente. Un thriller que juega con sus piezas con precisión, aunque nunca termine de dar el golpe final. Sin embargo, sí la volvería a ver.

 

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