Alien: Romulus no traiciona la saga

La franquicia Alien ha sido exprimida, maltratada y resucitada tantas veces que cualquier nueva entrega parece un disparo en la oscuridad. La expectativa era baja, el escepticismo alto. Pero Alien: Romulus, contra todo pronóstico, funciona. No revoluciona, no desafía, pero respeta.

Fede Álvarez, quien parece haber diseccionado las dos primeras entregas con bisturí, entrega una historia que va al grano: acción, terror y el eterno recordatorio de que en el universo Alien, el verdadero monstruo no siempre tiene colmillos. La trama se mueve con la certeza de que el espectador ya sabe qué va a pasar, y en lugar de luchar contra ello, lo utiliza a su favor. No hay tiempo para diálogos innecesarios ni para filosofar sobre la naturaleza de la vida y la muerte. La película no se siente: simplemente ocurre.

Los protagonistas son jóvenes, quizá demasiado a primera vista, pero cumplen su propósito. La edad engaña, el guion los respalda. Los androides, pieza clave en la mitología de la saga, retoman su papel de emisarios de la ambición corporativa desmedida, esa que no mide en vidas sino en oportunidades de explotación. Weyland-Yutani no necesita presencia explícita: es un fantasma que recorre la historia con la certeza de que, al final, su mano invisible siempre será la responsable del caos, esa megacorporación es, al final, la verdadera villana en esta saga.

El diseño de producción es un homenaje en sí mismo. El metal húmedo, el polvo que se adhiere a cada superficie, la sensación de que la tecnología avanzó lo suficiente como para controlar mundos, pero no para eliminar la suciedad ni la sensación de inminente decadencia. Es el mismo Alien de siempre, y eso es exactamente lo que debía ser. La película no se traiciona ni intenta reinventar la rueda. Su único giro real, el simbionte humano-xenomorfo, es una adición natural al panteón de horrores que el artista H.R. Giger soñó en sus peores noches.

El final deja exactamente lo que una buena entrega de la franquicia debe dejar: la certeza de que valió la pena el tiempo invertido. No importa cuántas veces veamos criaturas emerger del pecho de sus víctimas, el morbo siempre está ahí. Y aunque Alien: Romulus no resuelva el eterno misterio de por qué los xenomorfos crecen con la rapidez de una plaga bíblica, al menos mantiene intacta la experiencia cinematográfica.

Si la franquicia sigue este ritmo, hay futuro. Si Ridley Scott no decide intervenir con una nueva revelación sobre la metafísica del ADN alienígena, incluso podríamos tener algo digno de llamarse saga otra vez.

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