VIDA...

VIDA...

Tomó un largo trago de aire. Pensó en ella, en todo lo que significaba en su existencia. Sonrió. Se sentía magnífico, colosal. Esa mujer hacía reverdecer todo lo que estaba marchito desde hacía un tiempo.

Claro, ella era fantástica. Le resolvía la vida, no le pesaba nada en su entorno. Aquella maleta en ese momento era mucho más liviana de la que siempre intentó llevar consigo en este devenir.

Veía videos de música que siempre le gustó. Su abanico de opciones era ahora mucho más extenso. Nunca se ciñó a una moda. Siempre escuchó las canciones que le decían algo, que significaban algo, que le cautivaron.

Pensaba en la sonrisa de esa eterna mujer. Plena, sin recato ni disimulos para fingir un comportamiento, cómo se dice ahora, políticamente correcto. Ja, qué babosadas son esas.

Ahora en ese reverdecer, sin pretensiones de querer recuperar todo aquello que era de hace cinco, diez o mucho menos dos décadas atrás, requería ponerse atención para sentirse bien con él mismo. Para nadie más, bueno, la idea al menos era verse bien, también, para causar mejor impresión, además de sentirse tranquilo en lo emocional.

Volvió a respirar profundo, abrió los ojos y sonrió. Pensó en esa mujer eterna y en esa maletita liviana. Lo había logrado.

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CUÁNTO...

Cuánto has dejado de hacer, se preguntó. Cuánto has dejado de decir, para no parecer débil. 

Aquellos abrazos sin destinatario, aquellos besos de respeto o cariño que nunca avanzaron más allá de su intención, o aquellas palabras de apoyo, solidaridad o sostén que quedaron guardados en la soledad de una idea nomás.

Cuánto lloraste porque de pronto no recibiste apoyo, reflexionó. Todo eso fue una especie de dardo doloroso, pero ¿y vos cuánto de eso diste para que alguien no se sintiera abandonado en el océano de la incertidumbre que todos atravesamos en la vida en algún momento?

Cuánto, volvió a preguntarse.