
- Burbuja Pop
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The Substance: en su lugar, también te traicionarías a vos mismo
Desde el primer plano, The Substance toma al espectador por el cuello y lo sumerge en una realidad donde los espejos no solo reflejan, también delatan y ahogan. Una tarde soleada deja de ser una postal para convertirse en un recordatorio: el tiempo no se detiene, y cada rayo de luz es una arruga en potencia, vamos, no tenés que ser superficial para pensar en ello, esta película lo sabe. Demi Moore, con una actuación tan impecable como dolorosamente personal, nos mira y parece decir: “La televisión por cable ya no te necesita”. Una frase que resuena más allá del contexto hollywoodense; es el eco de una sociedad que te descarta cuando ya no puedes alimentar su insaciable máquina de consumo. De eso trata la cinta The Substances, así que cuidado, te va a morder.
Vamos a lo básico: The Substance es una película de terror corporal dirigida por Coralie Fargeat y protagonizada por Demi Moore y Margaret Qualley. La trama sigue a Elisabeth Sparkle (Moore), una celebridad en declive que utiliza una droga experimental para crear una versión más joven de sí misma, interpretada por Qualley. La película aborda temas como la obsesión por la juventud y los estándares de belleza impuestos por la sociedad.
Ahora bien, Fargeat, directora de esta obra producida por A24, construye un mundo que está a medio paso entre la fábula y el cuerpo del terror. Las referencias a Stanley Kubrick, David Cronenberg y David Lynch son claras, casi descaradas, pero no se sienten como plagios sino como una declaración de intenciones: “Aspiro a esto”. Y lo logra, especialmente en los silencios de sus personajes, donde el horror no está en lo que se dice, sino en lo que se calla. Es en el cuarto de baño, frente al espejo, donde todos somos Demi. En esos momentos de locura íntima, cuando nos reprochamos por comer demasiado o deseamos una salida mágica a los problemas que nos carcomen. Es imposible no sentirse expuesto.
Margaret Qualley, en el papel de una versión más joven del personaje de Moore, entrega una actuación visceral que destila descontrol. La película plantea una pregunta tan vieja como la humanidad misma: ¿Qué pasaría si pudiéramos regresar en el tiempo con la experiencia que tenemos ahora? Y la respuesta es tan sencilla como brutal: el caos. En ese sentido, The Substance no es solo una película, es un espejo que te obliga a enfrentarte a tus impulsos más banales y las consecuencias de rendirte a ellos. Y la lección más dolorosa es, si lo lográs te traicionarías a vos mismo, ese es el verdadero significado de la película. La fidelidad a nosotros mismos es más frágil de lo que se cree.
El desenlace, ambientado en el icónico Hollywood Boulevard, encapsula la ironía de todo el relato. La búsqueda de la fama y la perpetuidad lleva al personaje de Moore a convertirse literalmente en una estrella en el pavimento. No se puede ser más literal, ni más cruel. Es una crítica a una industria que devora talentos y desecha restos. Dennis Quaid, en su papel secundario como Harvey, no representa al patriarcado sexista ni a estructuras abstractas de poder; es Hollywood en carne viva, el monstruo insaciable que mastica y escupe a sus propios hijos: dale algo que le genere dinero y te tendrá en su regazo.
La estética preciosista y minimalista de Fargeat sostiene una película que de otra manera sería intolerablemente cruda. El erotismo, descarado pero necesario, refuerza la incomodidad. La semántica de cada silencio, de cada plano, te invita a una reflexión que no es fácil ni complaciente: la juventud es una trampa y las soluciones mágicas no existen. El tiempo pasa y nos arrastra consigo.
Quizá por eso The Substance no será una película popular. Requiere del espectador algo que pocas obras exigen hoy en día: atención. Si no la otorgás desde el primer minuto, te quedarás en la superficie y no entenderás que la tarde soleada que se ve desde el penthouse de Elisabeth (Demi Moore) es algo más que un día bonito. Es un recordatorio de lo que somos: carne en proceso de descomposición, siempre buscando una salida fácil. Es una película para ver más de una vez, para digerirla en silencio y reflexionar sobre las elecciones que tomamos todos los días. Recomendarla no es solo una invitación al desconcierto; es un acto de resistencia contra la superficialidad que nos consume.
Si la sala de cine en Guatemala no estuviera llena de pantallas quemadas y audio mal ecualizado, la experiencia sería sublime. Mientras tanto, pagar una suscripción a Apple y el alquiler de la cinta es una inversión en algo que vale cada centavo: una obra que, como sus protagonistas, busca trascender el tiempo.
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