Cesia González

Ser la hermana menor es... tan hecho verga

Soy la hermana menor de cuatro hermanos. La más grande me lleva 11 años de diferencia; toda una vida escolar de por medio. Literalmente, mientras yo me graduaba del colegio, ella culminaba su carrera universitaria -medicina específicamente. Ni hablar de mis demás hermanos. Uno concluyó su maestría hace casi dos años; y la otra está por convertirse en nutricionista.

No voy a mentir, raras veces me sentí -y me sigo sintiendo- parte del clan. No solo por la diferencia de edad, sino por la de conocimiento. Nunca me sentí lo suficientemente lista como para sostener una simple conversación con ellos. Pues el típico:

“usted es aún muy pequeña, no opine”

siempre entraba en discusión. Jamás me creí digna de dialogar con semejantes filósofos.

Así pues, la manera segura de expresar mis ideas la descubrí mediante la escritura. No obstante, esto no sucedió hasta que cumplí 16. ¡Imagínense! Tanto tiempo callando miles y miles de opiniones, únicamente por no sentirme merecedora de su atención. Eso sin dejar de lado las constantes comparaciones de mis papás. O bien, las incesantes burlas de mis hermanos por siempre estar un paso atrás.

Sé que todo esto podrá leerse muy deprimente y nostálgico -y hasta hace unos minutos, antes de escribir esto, así lo pensé. Sin embargo, no puedo permitir que la tristeza se apodere de mi texto. Pues lo que busco realmente es -de alguna manera- empoderar a los hermanos pequeños.

Constantemente nos enfrentamos a los típicos chistes como:

“¿Sos la más consentida de tus hermanos, verdad?”, “A ti nadie te regaña”, “Tú has de ser la favorita de tus papás”, etc.

Y la única reacción es una risa incómoda, mientras la mente se satura de un: si tan solo supiera.

Para ser sincera -no suelo utilizar expresiones malsonantes- ser la hermana pequeña es tan hecho verga. Lo único que se hace toda la vida es: demostrarle a los demás -en especial a tus papás- que sos igual de inteligente que tus hermanos; incluso más.

Mi buen rendimiento académico, mis aficiones por la lectura e incluso mi pasión por el deporte -todas- comenzaron con una obsesión por demostrar lo capaz que puedo llegar a ser. Y es que es duro cuando uno trata de demostrar su mejor versión ante los demás, y lo único que se obtenga a cambio sea un:

“es que para usted, todo es más fácil”.

No, no lo es. Es incluso peor. Crecer bajo la sombra de tus hermanos. Siempre sentirte insuficiente o mil pasos detrás de ellos. Tener que demostrar que se es igual de productivo a pesar de que las responsabilidades -obviamente- sean diferentes. Vivir constantemente con un: debo demostrarles… En serio que puede llegar a ser muy agotador.
Por consiguiente, siempre he pensado que los hermanos pequeños son personas muy resilientes. Pues con frecuencia se encuentran rodeados de críticas y expectativas que los hermanos mayores han dejado por detrás. Y aún así, logran sobresalir y enfrentar los malos momentos con soluciones positivas.

Para mí, los hermanos menores no son los consentidos, ni los que tienen todo más fácil. Son aquellos quienes, a pesar de las críticas, se demuestran a sí mismos las maravillas que pueden llegar a crear. Son quienes a pesar de las constantes burlas, logran escapar del falso fracaso que se les fue anunciado.

Para ser sincera, no sé si este texto demuestra algunos de las obsesiones que me atormentan desde que recuerdo. En ocasiones siento que me encuentro en una obra de teatro. Donde el espectáculo es mi vida y los críticos teatrales, mi familia. Sé que este pensamiento -de que voy detrás- no me deja vivir en el presente y disfrutar mis logros. Sin embargo es lo que siempre he conocido. Solo espero desaprenderlo en algún momento.

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