
- Ciudad Bizarra
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Tres adolescentes ebrios en la Reformita, zona 12
Era octubre de 1999 y yo tenía 15 años. Estaba en un colegio tipo reposadera de la zona 1 y en mi vida no me estaba yendo muy bien.
Mi primer colgazón, y todo ese idilio que representó Gabriela en mi vida había terminado. No tengo evidencia alguna pero sé, mi séptimo sentido me lo dice, que me había visto la cara de idiota por un enano mierda que le regaló un peluchote de Piolín.
En el colegio no aprendía nada, solo tenía amigas. Acababa de tener un conato de relación sexual con Lizbeth, en la que no me fue muy bien; me asusté, no entendía por qué en lugar de estudiar matemáticas estaba encima de mí. Entendí muy tarde. En fin, eran varios factores para no estar muy feliz.
Comenzaba la etapa de la experimentación.
Pero sí recuerdo que ese año viví dos historias que me parecen muy chistosas y ambas sucedieron en La Reformita, sí, en la zona 12. Si algo aprendí en mi época de adolescente fue ”si vas hacer alguna cagada hacela lejos de tu casa” y sobre todo “Siempre hay alguien que la ha cagado peor que uno“.
No voy alargar el cuento, pero es difícil.
Nos juntamos Pinky, Balta y yo en la tienda que tenía Balta en la 5a calle, casi atrás del Palacio de la zona 1, a la par de un restaurante chino. Bebimos lo normal para esa edad, pero se nos acabó lo permitido. Balta estaba muy ebrio y no podía dejar la tienda que él solo administraba, su papá le había advertido que si se volvía a capear del trabajo lo deshuevaba y que dejara las cervezas en paz, porque las tenía contadas:
“Mi papá solo pajas es muchá –nos decía-”.
Entonces, Pinky, cual enviado de Satanás me dice:
“Puta vos, yo tengo una cuata en la Reformita, ella siempre tiene guaro“.
Subimos a la 4ª avenida, abordamos un bus 45 y nuestro rumbo era la Aguilar Batres.
A la altura del trébol, Pinky saca una churro de mota:
“Aaaaa, mirá vos, acá andaba esta mierda, fumemos un poco“.
Y luego es lo que no recuerdo muy bien. Por ello adelanto la historia. Solo sé que no sabía en la casa de quién estaba. Sí, era una tal Lucy, pero nada más.
Yo tenía el pantalón roto de la rodilla, estaba en una sala muy pequeña con un vaso de indita y un limón en la otra mano. Pinky estaba llorando y Gaby lo abrazaba con unos ojos de amor, que él aún niega. Y le decía:
“ya chiquito, no llorés. Así somos las mujeres, no te enamorés de nosotras“.
Minutos después, llega a casa la madre de Lucy.
Como entenderán, por asociación pensé que la señora reaccionaría como mi madre al ver a dos adolescentes extraños, ebrios y sucios bebiendo en la sala de su casa con su única hija y un tufo a guaca. Sí, para entonces siempre vomitaba, pero siempre limpiaba.
Simplemente, estuve a un pedo de cagarme del susto. Se me fue media pedera.
“¿¡Hola Leo cómo estás!?, ¿¡Hola!, cómo te llamás? Yo soy Ana, la mamá de Lucy“.
Simplemente, enmudecí. Ese asombro que, cual témpano frío, nos recorre la espalda se apropió de mí,
“Mucho gusto señora, yo soy Arana“.
Alcancé a balbucear preguntándome, quién putas era Leo. En efecto recordé que Pinky, es decir López, quizás se llamara Leo. En instituto de hombres, todo es apellido o apodo.
“¿Mija qué les diste, haber?“
me quitó el vaso lo olió y volteo a ver a Lucy:
“Indita les diste… ala mija como les da esa mierda, como si sólo eso hubiera en la casa”…
De verdad que eso dijo. Lo juro sobre la tumba de mis ancestros.
“Mija, traé la botella de ron que tengo en el closet“, para ese entonces Pinky había calmado el llanto y yo regresaba de mi sorpresa y recuperaba el color.
“Arana, me dijiste que te llamabas vaa, ¿Cómo querés tu trago, con pepsi o con seven?“
-aclaré mi garganta- Con seven, con pepsi muy dulce…
“verda que sí. A mi tampoco me gusta con Pepsi. ¿Y cuántos años tenés?
15 años
“Estás muy joven para estar tomando. ¿Tu mamá sabe donde estás?, mira que ya son las cinco y media”.
“¡Cinco y media! Puta que tarde es. Me tengo que ir“.
“Hay no mijo es muy tarde. Quedate acá en la casa. Leonel a veces se queda cuando le entra la noche. Además vas muy bolo“.
“No señora, en el camino se me quita. Nos vemos“. Terminé el trago recién servido, todo macho, cerrando los ojos para no vomitar de nuevo. Me despedí lo más cortés y salí por la puerta. Vi a mi alrededor y no reconocí, en primera, en donde estaba.
Sin embargo, siempre he sido bueno para ubicarme, no me pierdo con facilidad, bolo.
Reconocí la Petapa, un banco y en mi bolsillo, el dinero para la camioneta, Q2. Pegué el regresón para la Aguilar Batres. Tomé la 45 de nuevo, bajé por la 24 calle hacía el centro comercial de la zona 4. Abordé un bus Terminal+Jardines, zona 5 y a mi casa.
Era de noche cuando llegué. Resignado a una puteada, la época de los golpes había pasado.
Llegué a la puerta. Como es costumbre las puertas abiertas en mi casa. Entré en silencio, mis papás estaban alegando, preguntaban a mis hermanos si sabían de mi paradero. Yo en silencio seguí hasta mi cuarto, me desvestí lo más rápido y me metí a la cama.
Mis papás como siempre siguieron alegando. Supe de ellos hasta el siguiente día.
Su interrogatorio de siempre ¿Dónde estabas?, les respondí con un mentira, total no me iban a creer.
La Reformita 2 (Mijos no lloren, miren que la gente los va ver)
Noviembre de 1999. No sé a cuenta de qué llegaron a mi bolsa Q50. Dadas mis circunstancias eso era una fortuna. Total que tomo el teléfono y hago la cita.
“Sábado a la una de la tarde nos juntamos frente al putero El Escorpión” Pinky, Balta y yo.
“¿Y a dónde vamos pues?“ -Pregunté-
“Mmmm, no sé. Acá en la 13 calle hay una tiendita pura mierda donde siempre me venden cerveza, vamos“ –Dijo Pinky-
“A la gran puta mucha, vamos a donde sea yo lo que quiero es ponerme a verga rápido. Mi papá quiere que vaya al depósito de la zona 12 mañana, porque él tiene que hacer unas mierdas y tengo que levantarme a las cuatro para estar ahí“. –Profirió Balta -.
Agarramos camino en un día nubladísimo. Entre la calzada y la tienda no hablamos mucho. Somos amigos porque estudiamos juntos en el Instituto, pero tras salir en el 98 cada vez teníamos menos cosas en común. Salvo hablar de glorias pasadas, no teníamos un tema afín solo la música. De hecho la manera de vestir, hablar o lugares a frecuentar, con los correspondientes amigos de colonia, eran lugares muy distintos. La amistad empezaba a morir.
“¡Buenas tardes doña Chayito!“
“¡Buenas tardes Alberto! ¿Qué se le ofrece?“
“¡Me regala tres promociones de Gallos por favor! ¿Y ustedes que van a querer muchá?“
La explosión de risas vaticinaba una buen jornada tras la presentación de Pinky. La promoción era algo así como dos cervezas por el precio de una y media. Recibimos las bebidas y nos sentamos en la banqueta. El olor a tierra húmeda de esos días lluviosos se empezaba a impregnar en los patalones de lona. Y es que no había donde sentarse.
Una reja separaba la tienda de doña Chayito del mundo exterior y nosotros nos sentamos a un lado, en la banqueta, entre un arbolito y un furgón sin cabezal.
“Bueno vos serote, no que te llamás Leo pues“ Comentó Balta .
“Así me dice la doña, ustedes háganle huevos“ respondió Pinky.
“Puta mucha. Ya ensucié el pantalón de grasa me van a putear“ Dije.
“Ala gran puta Arana, ni media cerveza y ya estas alegando mierdas vaa. ¡Puta princesa!, Se acaba de morir y reencarnó en este serote“, dijo Pinky al compararme con la recién muerta Lady Di.
Las risas volvieron a explotar y poco a poco se fueron agotando las bromas clásicas, la peladera a los retardados del aula, los maestros mierdas, etc. Las ofertas fueron pasando y a medida que la tarde avanzaba, empezamos a hablar de temas cada vez más turbios.
A la distancia, creo que eran mecanismos de catarsis, donde el canal para lograrlo era estar ebrios y aprovechar eso para decirnos las cosas. Aún ahora, 20 años después, nos reconocemos como adolescentes, pero con dinero o hijos. Las cosas son similares, sin embargo han adquirido cierta complejidad.
Unas cervezas después, Pinky y yo estábamos llorando.
A mí se me ocurrió hablar de dos muertes cercanas y Pinky continuó con otra, al punto que por más que nos esforzáramos, las lágrimas rozaban por la mejillas y Balta, que siempre ha sido el más machito en esos enseres, solo se reía de nosotros pero con los ojos vidriosos.
De repente, como que recordé donde estábamos. Vi a mi alrededor, y la gente que se acercaba a la tienda se nos quedaba viendo raro, con los ojos muy abiertos. Era de esos momentos donde de repente se detienen, caminan lento, analizan la situación y se cuestionan todo. Tres adolescentes ebrios.
Y como no, nadie espera llegar a una tienda y encontrarse dos adolescentes llorando y otro riendo, yo haría lo mismo.
Me visualizo caminando despacio, trataría de escuchar la conversación que sería algo así como “Si vos, es que se murió mano. Por qué, puta si era tan buena y joven vos. Qué putas le pasa a la vida mano, no se metía con nadie, era bien deahuevo y la forma tan serota que murió”.
Yo al escuchar eso pensaría pobres serotes, se están ahogando en su mierda. Llegaría a la tienda compraría mis cosas, haría lo posible para seguir escuchando la conversación que sería algo así como:
“Sabés qué es lo que pasa mano, que toda esta mierda es un sueño. Esto que vemos no existe. Somos parte de algo más, de una onda cósmica que no entendemos, como el sueño de algún serote, o una mierda así. Esa mierda la leí en un libro de mi abuelo. Él era rosacruz”.
Mientras que otro respondería:
“Ala, verga esa mara es bien trabada mano”, al momento que el tercero, el que no estaba llorando, terminaría diciendo: “Yo no creo en ninguna de esas mierdas la verdad, me enojo pensar que esta mierda la decide algún mierda, mientras tanto debo trabajar hasta el resto de mis días. Yo solo sé que hay que trabajar, parece que es lo único real. Mientras tanto la vida sigue y por más que lo evito, estas mierdas las pienso”.
Entonces, tras escuchar a tres adolescente hablar de esta manera, cruzaría en la esquina, y muchas preguntas seguramente llegarían a mi mente. Esto tras ver como tres ishtos hablan sobre abstracciones, sobre cosas que seguramente ni grandes lograrán entender.
“Vos Arana te toca, ya no hay cerveza, comprame una cajetilla de rojos” dijo Pinky mientras Balta continuó la frase “a mí también“. Como pude me incorporé, llegué a la reja, puse las botellas vacías en el mostrador y le digo a la señora en un español muy mal pronunciado.
“Me da otra tres oferta señora, por favor, y tres cajetillas Marlboro diez. Dos rojas y una de mentolados por favor, Chayito”.
“Hay mijos no, ya no lloren, miren que la gente los va ver. Ya tomaron mucho”, Dijo doña Chayito mientras empezaba a destapar las cervezas.
“No se preocupe, ya se va acabar. Hay va ver que el gordo ese (Balta ) se va a poner a alegar y vamos a cambiar de tema, ¿Cuánto le debo?”
“Bueno mijo pero se me tranquilizan, de los cigarros son Q15 y de las cervezas tanto”
Le pagué a la vieja y con los ojos pupos, regresé a la banqueta.
“Mucha dice la doña que dejemos de chingar”.
“¡A mi esa vieja serota mejor que me pele la verga!” dijo Balta, mientras que Pinky lo callaba con otra broma.
De adolescente tenía una forma de distinguir la hora de partida. Cuando los focos de los postes se encendían era el momento de partir. No era por la hora, era por la oscuridad. Y oscuridad en este tercer mundo significan ladrones y problemas.
Agotamos los temas, el dinero de los tres y Doña Chayito ya estaba incómoda. Nos desahogamos, terminó la jornada. Regresamos a la Aguilar Batres, en esos años Pinky vivía en la cuadra trasera del Escorpión, un burdel de mala muerte que ya no existe, por lo que se quedó ahí.
Balta y yo nos subimos en la 45. Tiempo después me bajé en la 18 calle de la zona 1, para tomar la 3 que me llevaba a la zona 5. Esa vez no había problema, había dicho a donde iba, entonces todo estaba bien. He de reconocer que nunca tuve problemas con mis salidas, en casa solo se me exigía decir a donde iba, técnicamente no pedía permiso, es lo único que les agradezco.
En el camino de regreso Balta y Yo no hablamos mucho. Recuerdo que nos pusimos a hablar sobre las nuevas monedas de Q1 y que nos parecía un estupidez porque son más fáciles de gastar. Aquél siguió en la camioneta, para esa fecha vivía en la segunda avenida y décima calle, de la zona 1. Me despedí y me bajé del bus.
No los volví ha ver hasta 7 años después. Hicimos una excursión para celebrar esos tiempos.
Pero esa vez se unió la China, que aún no sé por qué le decimos así al Pérez. También Matta y el León. En ese viaje nos dimos cuenta que el tiempo no había pasado en vano, China y nosotros tres teníamos más vicios en común de lo que pensábamos, por el contrario Matta y León no pensaban igual. Uno se hizo poeta y el otro cura. Yo, me hice periodista, y no funcionó.
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