Si vas a Pana, comé en Hana

De un tiempo acá, en Panajachel muchos restaurantes parecen resignarse a servir porciones escasas y sabores olvidables, pero el restaurante Hana se alza como un recordatorio de que la buena comida no necesita lujos ni pretensiones para destacar. Lo que parecía ser otra promesa vacía terminó como una de las mejores experiencias gastronómicas japonesas en Guatemala, sin que el precio forzara a hipotecar la dignidad. Agregaría el asado uruguayo Guajimbo, pero ese es otro post (Dicho sea de paso, ambos están en la Calle Santander). 

La primera impresión no anticipaba lo que vendría. Un tofu frito servido en tres lascas perfectamente doradas llegó a la mesa por apenas Q25. La textura crujiente cedía paso a una suavidad cremosa que se fundía con una salsa tepanyaki adornada con cebollín. Era un plato simple, pero tan bien ejecutado que bastaba para invitar a lamer el plato. No fue necesario, pero la tentación estuvo presente. A su lado, seis gyozas de cerdo ofrecieron una apertura impecable: jugosas, bien selladas y con ese toque casero que rara vez se encuentra en restaurantes que presumen de autenticidad acá en Guatemala. 

El sabor no dejaba de sorprender. La sopa miso llegó a la temperatura exacta para reconfortar sin quemar, mientras que el bento box fue una inesperada postal gastronómica salida de una caricatura japonesa. Dos pinchos de pollo pequeños pero jugosos, un filete de pollo teriyaki con la salsa aparte para regular el sabor y un cerdo tonkatsu que sorprendió por su textura. El cerdo empanizado, servido en finas lascas que recordaban a jamón prensado, despertó la curiosidad. Fue entonces cuando la dueña, con un español torpe pero efectivo, explicó que el cerdo guatemalteco no absorbe bien los sabores de la salsa tonkatsu, por lo que requiere ser laminado y comprimido como una miloja de carne. Esa honestidad y disposición para educar hizo que el plato, lejos de sentirse fallido, se volviera parte de la experiencia.

Incluso los postres fueron inesperados. El helado en tempura había desaparecido del menú aquel día, o quizá fue la hora, el reloj pasaba de las nueve y media de la noche, pero el brownie con cheesecake lo compensó con creces. Un bocado denso y cremoso que convirtió el exceso de azúcar en un acto de celebración. Era el final perfecto para una comida que dejó satisfecho tanto al estómago como a la curiosidad.

Hana no juega a ser un espectáculo visual. No hay mesas de caoba ni palillos de bambú lunar. No pretende vender una experiencia de “alta cocina” envuelta en lujo vacío. En cambio, ofrece lo que muchos restaurantes olvidan: comida sabrosa, abundante y a un precio razonable. Tres personas, 18 platos incluidos postres y bebidas, por menos de Q700. En la ciudad, esa misma experiencia costaría Mucho más y dejaría con hambre.  

Claro, hubo inconvenientes. Los gritos de niños maleducados retumbaban en el ambiente y la falta de luz en el baño fue molesta. Pero esas incomodidades, lejos de eclipsar la experiencia, la acercaron a algo más genuino: una comida que, como la vida misma, no es perfecta, pero cuando está bien hecha, deja recuerdos que a la distancia se pueden saborear.

Hana demuestra que la buena cocina no necesita adornarse con falsos lujos. Basta con honestidad, sabor y porciones que respeten el apetito del comensal. Si alguna vez visitás Panajachel, comé en Hana. Es probable que salgás como un personaje de anime: somatándote la barriga, satisfecho y feliz.

Más información en: https://www.instagram.com/hana.panajachel/

Última modificación Lunes, 10 Marzo 2025 13:33
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