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fernando ortiz moreira (1987-2024)
2008-2010
“dame una palabra,” le dije con cierta seguridad. el otro —en medio del público— me vio con extrañeza. como quien no comprende la pregunta. entonces, insistí, “di cualquier palabra. una. cualquiera.” caviló unos segundos el hombre con su cerveza y como dudoso expresó, “cielo”. yo esbocé una sonrisa e inmediatamente respondí: “desde la eternidad de este segundo. cae el cielo al amparo suave de la palabra.” en ese momento, fernando ortíz moreira degustó el vocablo e impelido por una fuerza creativa respondió al verso: “porque hablar del cielo y la eternidad es hablar de dios. hablar de dios y vos en una oración es crear el mundo.” lo volteé a ver y le respondí: “es así como el tiempo se detiene para ver germinar otro mundo a tu costado. ¿cuántos soles hay en tu almohada?”. meditó dos décimas de segundo. un silencio intenso estaba aconteciendo en el bar cutre del centro histórico donde nos habían convocado para hacer una lectura de poesía. “soñar es el despliegue de las alas y las sombras de todos los astros. soles ocultos para el mañana”, me respondió. “así el cielo es todo lo que nos contiene”, dije con cierta cadencia. y agradecí la atención. una lluvia de aplausos aconteció. luego con un tono más afable les dije, “gracias generoso público, imitando un poco a fernando delgadillo, por participar. hemos creado unos versos súbitos con fernando para su deleite.” a lo que fer. agregó. “gracias querido poeta”. el público nos miraba con cierto asombro, con ese silencio que raras veces sucede en un bar. en otras ocasiones nos pasó este arranque casi místico de convocar al público a participar en poesía súbita. a veces era fer. quien pedía que alguien dijera una palabra para iniciar. por lo general el fer buscaba a una dama y le pedía la palabra. la muchacha ruborizada en muchas ocasiones terminaba pronunciando cualquier vocablo. y esto suscitaba la magia de empezar a construir versos directos. nunca nos pusimos de acuerdo en nada. tampoco recuerdo en qué momento de nuestras vidas se dio el primer encuentro de poesía súbita. lo que si teníamos en claro es que al responder debíamos usar una de las palabras que el otro había enunciado. obvio. esto sucedía en el margen de segundos. no había opción para meditar o pensar la respuesta. lo certero era responder instantáneamente. existe una suerte de acople con nuestras voces, eso le daba un toque especial. a la fecha de hoy, habrá pasado más de una década que no participamos en la poesía súbita. incluso. algunos autores o autoras intentaron liarse con nosotros pero nunca sucedió este destello revelado que nos definía con fer. no tengo presente el momento en que fer apareció por la editorial. recién me envió un mensaje de texto, de esto hace cinco años, con esto de las benditas redes sociales y la inmediatez, donde evocó que hacía quince años se presentó su primer libro. eso me hizo recordar aquella mañana cuando apareció con otro chico. según comentaron luego, estuvieron sentados en la esquina de la oficina, donde había un pequeño parque meditando durante algún tiempo antes de animarse a entrar. por lo que, tal vez sea más certero decir, estuvieron en el parque intentando sobrellevar el miedo que les ocasionaba entrar a la editorial y enfrentarse —con menos de veinte años— a los viejos editores de cuarenta años que éramos con mauro. una vez traspasaron el umbral se suscitó un encuentro cordial. era pura mala fama la que teníamos encima de editores encarnizados. sonrío. con los meses fer fue insistente. llevó el material para su primer libro. una serie de textos epigramáticos muy certeros, envolvían la producción. una especie de poesía mística. logramos organizar la producción del libro. al final, con los meses y con otros autores lanzamos cinco textos simultáneamente en el teatro de cámara del centro cultural miguel ángel asturias. tengo presente, con ese disfrute que se sucede en un instante eternamente, el momento que fer presentó su libro. apareció, en medio del escenario, donde había colocado una silla. con una mesa y una máquina de escribir antigua. habíamos logrado convocar a un público que rondaba las trescientas personas. una luz cenital dio de lleno sobre la silla. donde fer dio una vuelta y empezó a recitar algunos versos. luego con el sonido en audio del teatro se oyó el golpeteo suave de una máquina. fer disparó otros versos, luego se subió a la silla. se sostuvo en equilibrio con un pie, dijo otros versos y la luz se fue cerrando lentamente. lo vimos maravillados. aplausos. imagino que salimos a beber luego de la presentación. con los meses, como sucede en la vida real, fer frecuentó la editorial a pesar que vivía en la ciudad de antigua guatemala. tal vez habría pasado un año. cuando llegó muy serio, con seguridad, y me dijo, “editor, tengo un segundo libro”. mi respuesta fue esquiva. “ahh, que bueno, te felicito.” “no editor”, me insistió, “quiero que lo veas”. “no fer, estás muy joven salió bien el primero, pero dejá que madure el segundo, dale tiempo.” guardó silencio. se contuvo. a las dos semanas volvió a llegar a las oficinas. e insistió. “editor, por favor mirá mi libro”. “no fer”. “editor”, insistió. entonces lo vi como fulminante. “cómo me llamaste”, le dije. un poco cortado me contestó. “editor”. “ajá”, le respondí. “es decir no soy tu corrector ortográfico o de estilo. soy tu editor. es quien se encarga de ver el contenido del libro. ¿es así?”, le pregunté. bastante más tímido respondió. “sí”. “es decir si yo miro ese libro tuyo, no debo encontrar faltas de ortografía ni verbos mal conjugados. ¿es así?” esta vez volvió a contestar con un sí más apagado. “a ver”, le dije, “¿estás seguro que está revisado el libro?”, volvió a responder con un sí, casi inaudible. “si yo abro el libro y encuentro una falta de ortografía, ¿que hago?, ¿qué apostás? entonces, se envalentonó, un poco por mi hostigamiento verbal, “lo que querrás”, me respondió. sonreí como el gato de cheshire. “por cada falta de ortografía que encuentre te corto una falange, ¿te parece?” así muy engallado me dijo que lo revisara que todo estaba perfecto. me recliné sobre mi escritorio. extendí la mano y él me dio su libro, lo coloqué del lado izquierdo, abrí hasta el primer texto. justo allí estaba un “mas” (de y) sin acento gráfico. tomé con la izquierda el lápiz rojo, marqué con fuerza la falta. y con la derecha, de forma inmediata, le atrapé su mano derecha. todo sucedió en segundos. fer no salía del asombro. saque de mi porta lápices una corta plumas antiguo para abrir cartas y le dije me debes una falange. amenacé con cortarle un dedo. luego me eché a reír fresco. fer pensó que de verdad le iba a cortar la falange. los demás co-editores se rieron. la anécdota sobrepasó a varias generaciones de escritores. porque se decía, en esas leyendas urbanas, que en la antigua guatemala hay un escritor de muy buena factura poética pero manco.
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