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-1998
pocas veces se sucede una coincidencia estética con tan profunda huella como la que me aconteció con el pintor —polígrafo— mauro osorio. es como que las vías de un tren cualquiera se cruzaran en un instante, para luego continuar una marcha inexorable. la memoria de ese acontecimiento será una eternidad. con mucha ingenuidad —desde mi construcción— recuerdo que mauro apareció en la dirección general de bellas artes, aquel día llevaba unas pinturas para la venta. yo dirigía la dirección de la editorial del estado. él se abría paso a pincel partido en la cruel como desafecta localidad donde nacimos. esa aldea que algunos llaman ciudad. lo expreso porque la quiero. la conozco. sé de sus esquina de orillas gastadas y de seres maldicientes en todos los ámbitos, pero también de la esperanza que contiene un gesto solidario. así con un guiño —casi impredecible— se sellaría mi admiración por el maestro. la colección de tintas que estaba tratando de vender tenían como referencia la crueldad inusitada —desde la imagen— de la violencia del estado en el país. así que sin mucho preámbulo. le solicité con un sentido simple que si me las podía prestar. porque yo tenía una colección de cuentos que de alguna manera se veían reflejados en sus imágenes. esa coincidencia tan honda como la palabra misma. por ejemplo, el relato “el tercer canto del gallo” se concretaba en la pintura de una mujer desnuda lacerada con un alambre de púas. la bestial tortura de los aparatos represivos que el país había vivido en los últimos cuarenta años. la muerte extrajudicial, después de una cruel tortura, de la militante rogelia cruz. las cárceles clandestinas. creo que debí, con cierta timidez, preguntarle si quería leer mis textos. el maestro aceptó. le entregué una copia. a los días volvimos a coincidir. en esa ocasión me expresó su cariño. además, me regaló esas obras de arte. yo quedé maravillado. así se armó la edición ilustrada de aquel lejano libro: “utopía tras el farallón”. con los meses nos seguimos frecuentando. intuyo que bebimos más de algunas cervezas. luego, con los años, se incorporó a la editorial. fue el director de arte. le dio un sello particular a cada libro que produjimos esos primeros años. la impronta de su estética se impuso. los libros de la editorial cobraron esa notoriedad. una vez, luego de muchos meses de trabajo, se armó un viaje a san pedro sula, debíamos presentar la obra crítica “la novela hondureña” de helen umaña. un estudio acucioso de la novelística de aquel país. un libro con más de quinientas pp. publicado en 2003. así que con la decisión de integrar centroamérica —desde la ruta literaria— esa madrugada emprendimos viaje. yo tenía, por ese entonces, una camioneta agrícola, de modelo antiguo, pero elegante. llevábamos unos sándwiches, el tanque lleno y catorce dólares con la esperanza de vender parte de la edición en la presentación de esa noche. además, con unos buenos cassettes para cantar a grito pelado. nos echamos a la ruta. salimos un jueves a las cinco am. lo pasé a recogerá su casa. a la frontera habrán dos cientos ochenta kilómetros. por lo que calculamos, si llegamos a las nueve de la mañana. hacemos los trámites de la burocracia estatal. luego recorremos los ciento noventa kilómetros a san pedro sula. a la una de la tarde estaríamos en un hotel que nos habían reservado como invitados. un plan por demás ideal. hicimos los trámites migratorios en guatemala. cruzamos el puente. realizamos las gestiones legales en honduras. incluso, el vista de aduanas, intentó una corruptela. pero le invoqué el acuerdo de libre comercio entre las naciones del istmo y le hube de dar un libro de cortesía. ¡vaya! porque me dijo que la autora, helen, había sido su maestra en la universidad. luego, con la satisfacción de nuestro itinerario nos internamos unos trescientos metros en suelo hondureño cuando devino la tragedia. un contingente de muchachos, fuerte y visiblemente armados, con chalecos etiquetados de la dea -drug enforcement administration, nos detuvo. un joven se acercó a mi ventanilla. me preguntó. algo que hasta la fecha me parece incoherente. “¿dónde están los dólares?” abrí los ojos con incertidumbre. repitió de manera tajante y violenta. “¿dónde están los dólares?” por lo que atiné a decir, “en el banco”. palabras que le desataron en su cerebro mono neuronal un vacío y racionó con acto violento. sacó su arma y me apuntó a la cara. me gritó que me bajara. así que con cierta serenidad descendimos. porque otro seudo delincuente, de lado de la ventanilla de mauro, le había encañonado. en mi particular visión, no sabía que era lo que pasaba. otro muchacho. se tiró debajo de la camioneta. la cual coincidentemente había lavado. salió dando un brinco de contento. le dijo, al teniente de la operación, un hombre de treinta años con la cara agujereada por la viruela, que allí abajo estaban los dólares. intenté hablar con el jefe. explicarle que llevábamos unos libros para una presentación literaria en el museo de san pedro sula. el hombre no me volteó a ver. le ordenó al otro, quien no había dejado de encañonarme con su arma negra y fea, que se subiera a mi auto. con la instrucción de ir al pueblo de copán. en ese momento, otros dos jóvenes tenían encañonado a mauro, a quien lo subieron a su pick-up y se lo llevaron con rumbo diferente. con mauro nos vimos unos instantes. donde intuyo que pensamos hasta acá llegamos. en el camino al pueblo, le pregunté al joven, quien seguía apuntándome, “adónde nos dirigimos”. me dio unas indicaciones. llegamos a un taller de mecánica. le dieron la orden al dueño que desarmara la parte de abajo del auto. el hombre los vio displicente. lo amenazaron. por lo que se vio obligado a realizar el trabajo. para lo mismo ocupó un tiempo con calma. debía quitar las tapaderas que sellan la carrocería del vehículo. en un momento, le volví a insistir al joven que en la parte de atrás de mi camioneta venían más de trescientos libros. este muchacho tenía un periódico del día. veía las figuritas de los futbolistas. por lo que le dije que viera la sección cultural, que allí venía la noticia de la presentación del libro. el muchacho, un poco por curiosidad, aceptó mi petición. por lo que comprobó que la portada del libro que le mostraba venía en el diario. de esa cuenta, tuvo la iniciativa de intentar hablar con “cara-piña” el jefe de la pandilla de la dea. quien, con un gruñido le contestó. volvió a su lugar, en la esquina desde donde me vigilaba. mientras con mucha parsimonia el mecánico desarmaba el auto. al filo de las dos de la tarde apareció, el pick-up con los otros muchachos y mauro. quienes venían felices platicando. de dos temas que escapan a mi competencia: el fútbol y una serie de casas de citas en las zonas marginales de la capital de guatemala. al ver la escena, el cara piña les llamó la atención. mauro se acercó a mi persona, en el momento que lograban destapar el auto. obvio. con mayúscula. lo que allí había era un motor. nada de dólares. ni un papel de baño sucio. nada de nada. por lo que se les hizo un nudo en la cabeza a los mono neuronales de la dea. el cara-piña se acercó y me dijo que era un procedimiento normal. “andá a la mierda, es una detención ilegal”, le dije entre dientes. tampoco me podía hacer el muy canchero. se disculparon. se encaramaron como mercenarios y como pudieron a su pick-up. desaparecieron. eran más de las tres de la tarde. me acerqué al mecánico. le dije, “tengo diez dólares, puede armar mi carro, por favor”. en menos de diez minutos lo había montado todo. nos quedaban ciento noventa kilómetros. me fui manejando a toda velocidad en un camino medio de cabras, como lo pueden ser los senderos en las banana-republic. en ese trayecto, mauro me dijo, “qué putsss”, para referirse al atropelló que habíamos vivido. me contó que uno de los muchachos le había dicho que hubo una pugna entre los cárteles de zacapa —guatemala— y de san pedro sula —honduras—. por eso estaba montado el operativo. “a ver si la teoría del caos se hace presente en nuestras vidas.” le respondí. nos echamos a reír. no había de otra. logramos entrar a la pujante ciudad de san pedro sula a las seis con cincuenta minutos. por alguna razón no me desorienté. justo llegué al hotel. nos bajamos del auto. nos bañamos. nos arreglamos. llegamos a las siete en punto al salón de actos del museo. una multitud nos esperaba. comencé mi disertación reconociendo la enorme labor literaria de helen, con la anécdota que el hombre de aduanas había sido su alumno y concluí con la frase, “…en otro momento les narró la terrible historia del camino.” suspenso. palabras académicas por parte de los comentaristas. una excelente venta de más de doscientos ejemplares. una noche de brindis. y el retorno al país con los dólares en la billetera. obvio los de la literatura no los del narcotráfico. por lo que años después una vez enuncié, en alguna conferencia, que era más fácil traficar con estupefacientes y otras hierbas en centroamérica que trajinar con libros.
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