
- Gonzo²
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Cayó el Mariscal Zavala (crónica de un incendio)
A 17 años de distancia encontré este archivo dentro de un disco duro que creí muerto. Fue en la noche del viernes 17 de junio de 2005 en la que un incendio, en las bodegas 10 y 11 de la Brigada Mariscal Zavala, iluminó parte del cielo de las zonas 17 y 5. Al parecer se almacenaban excedentes de explosivos utilizados durante la guerra interna. Días después aparecieron hipótesis acerca de que todo fue provocado para eliminar archivos del Ejército.
Tras el primer estallido se abrió la puerta del ropero y tronaron las ventanas. No era la primera vez que se oían estallidos y descargas en la zona 5, pero eran demasiado fuertes para ser simples disparos. Me incorporé extrañado, salí de la cama, dejé el libro y a lo lejos mi papá gritó: ¿Qué fue eso?
Para ese momento las explosiones eran más continuas. Salí al jardín sin responder y a lo lejos, tras los árboles de la cuadra de enfrente, se veía una estela de humo y luz intermitente. Entré de nuevo, encontré un pantalón en el suelo y luego, ya vestido, decidí salir y vaya el destino saber por qué, pero en la calle frente a mi casa, una radiopatrulla que paseaba por el lugar fue detenida por mi padre y al salir me dice: “Fue el cuartel, es el polvorín, estalló”.
Empecé a correr para buscar una mejor vista. Llegué a una bajada al final de la 11 calle de la zona 5. Desde ahí se pueden ver las montañas de la zona 17 y la calzada de La Paz. La gente seguía durmiendo en sus casas, nadie salía y ante mí apareció el espectáculo. Las películas de guerra muestran las cosas de otra manera. Ahí estaba yo, de pie, observando la Historia, un barranco me separaba de ese show, de ese pincel de fuego que lentamente pintaba el cielo. Trazos de bruma oscura corrían con el viento hacia el norte, ya era un kilómetro de bruma de guerra, era demasiado.
El cielo semidespejado de la hora que dividía el viernes 17 del sábado 18 de junio de 2005 aparecía en el firmamento sin estrellas. Explosión tras explosión, sólo quedaba imaginar qué podría haber sucedido. A las doce y diez de la mañana, después de fraguar mis teorías de conspiración, de posibles golpes de Estado e invasiones extranjeras, mi hermano mayor interrumpió mis pensamientos,
-Ahí viene la tira.
La patrulla pasó lentamente y se detuvo dos metros más abajo de la cuesta. Parquearon, apagaron el auto, bajaron y en el momento preciso, en ese instante en el aire aparecerán las palabras mágicas (¡jóvenes, contra la pared!), uno de los policías pregunta: ¿Shht y qué pasó? No sé, parece que estalló el cuartel, ¿Usted no puede averiguar por la radio? Ah si vaá. Regresó a su patrulla y no volvió a salir.
El cuartel, ahora una llamarada de la que de vez en cuando salían luces de bengalas rojas, verdes y blancas, parecía morir, pero en esos instantes que abundan en la vida, cuando todo parece acabar, sorprendido veía una llama más alta que la anterior. Se iluminaba el cielo con estallidos, como los de las bombas de iglesia, pero multiplicado por cientos. Ese sonido sí abrumaba, era impresionante, puedo asegurar que la onda de choque de las explosiones más grandes llegaba hasta donde me encontraba, cerca de dos kilómetros de distancia en línea recta, una tormenta de pólvora.
Las motobombas iban buscando ese infierno en la calzada de La Paz, y varios autos huían bajando por el bulevar de la colonia Lourdes. Todo un coro de sirenas cantando en la calzada de La Paz se escuchaba en el aire, en el bulevar de Jardines y aún se escuchaban las que iban de la zona 1, todas al unísono a salvar lo que parecía ser un cuartel destinado a la muerte.
Las explosiones seguían, pero al parecer el canto de las motobombas fue lo que despertó a la gente. Cerca de cinco personas llegaron al mismo lugar del que me encontraba y al salir de sus casas ya vaticinaban lo ocurrido. Comentarios al aire sin respuesta: ¿Y qué putas?, vos, ¡mirá esa mierda! esos son tanques de gasolina, nel ha de ser una cohetería, mirá las bengalas, además el cuartel no está ahí, para mí ha de ser una celebración del día del padre.
Le pregunté a mi hermano su hipótesis: ¿Qué tan buena es la seguridad ahí, digamos, que tan posible es que un cortocircuito haya provocado el incendio? Mirá, la seguridad es fuerte, es poco probable que eso sucediera, es muy difícil que un cigarro mal apagado lo haya provocado o que un cortocircuito lo haya hecho. En realidad, no creo que sea un accidente así no más, ni en los 80 pasó eso. No sería raro que fuese provocado o una especie de sabotaje, es más, ahí ha de estar la evidencia del fraude del Banco del Ejército.
Después de la respuesta, mi hermano calló por un tiempo y dijo “me voy a acostar, tengo que trabajar mañana”. Y se retiró cantando una canción del Ejército, de esas que cantan cuando hacen ejercicios. La patrulla y el resto de la muchedumbre hacía mucho que habían dejado el lugar, yo estaba molesto por no tener una cámara. Molesto porque los periodistas que llamé no me respondieron y casi tanto como el hecho de no tener cómo mostrarle al mundo esta explosión. No pude ni grabar el audio, las explosiones, los comentarios, nada. Yo ya estaba solo, el espectáculo seguía, pero en menor proporción, hacía mucho que no se oían el lamento de las sirenas y en la calzada de La Paz ya no había autos. El sonido de las explosiones ya era un recuerdo, de repente subía entre los árboles una llama, pero nada más.
Estando ahí recordé que de niño mi abuela (estaría celebrando 114 años el 20 de octubre de 2022) contaba cómo ella había visto estallar el polvorín del castillo de San José (actual Centro Cultural Miguel Ángel Asturias), de cómo había muerto un soldado que de mala suerte le tocó hacer guardia y cómo las explosiones se oían en toda la capital de la Guatemala de mil novecientos tiquiritú, y cómo ella se asustó pensando que Guatemala estaba en guerra, y de que su casa frente a la ahora extinta Fegua, ahí por el puente de La Barranquilla al final de la décima avenida de la zona 1, corría riesgo por las bolas de fuego que cruzaban el cielo y de cómo sus vecinas hincadas clamaban a Dios mientras ella juntaba agua por aquello de los incendios y las sequías. Y también contaba cómo muchos años después se acusó a la guerrilla de prender fuego al polvorín del Cuartel General.
Recuerdo que sentado en la mesa mientras escuchaba esas historias, en mi mente me lamentaba el hecho que en esa época no existía ni siquiera la televisión en este país, no digamos las handicam para ser poco exigente. Nunca pensé que 12 años después de haber escuchado esas palabras y más de 60 años después de la explosión del primer polvorín estaba viendo casi lo mismo, sólo que de madrugada, de lejos y en otro cuartel.
El incendio se mostraba ante mis ojos como una masa amorfa y agonizante que ya no merecía ser vista, quería morir en paz, sin fisgones, por lo que regresé a mi casa. Nadie estaba despierto en esta colonia de nadie, las calles del nornoroeste de la zona 5 lucían solas, no había un alma afuera (salvo otros policías que pasaron en un patrulla y yo) desde la entrada del Cementerio los Cipreses hasta el bulevar, nada, ya era noticia vieja la explosión del cuartel Mariscal Zavala, pocos la vieron.
Eran las dos menos veinte de la madrugada del sábado 18 cuando empezaron a atravesar el cielo una manada de helicópteros que de seguro se dirigían a observar lo que quedaba del cuartel, como una parvada de buitres. Uno tras otro, tras otro, tras otro, todos a averiguar lo que sucedía, a enterarse de seguro si algunos de sus camaradas había muerto, o si todo salió según el plan. A saber..
Eran las dos y diez, la refrigeradora hace ese sonido, los gatos juegan en el patio, y los perros ladran en la penumbra. La computadora zumba y el reloj segundea, haciendo eco en la cocina. Mientras, los helicópteros se escuchan a lo lejos dando vueltas, merodeando el cadáver de lo que fue el polvorín de un cuartel a las dos y media de la mañana, hora en la que pasó el último helicóptero. No hay más recuerdo que transcribir, esta historia también pudo ser tuya.