Nicolle de la Vega

Entre caña

Creí haberlo soñado, pero no fue así. Creí haberlo soñado cuando volteé a ver los cañaverales por la ventanilla, segura de estar viviendo un déjà vu, y ese instante onírico pareció extenderse cuando escuché a mi mamá gritar presa del pánico. Creí haberlo soñado cuando mi papá, quien siempre vivió en una ciudad pacífica en México dijo con la voz temblorosa “¿Qué está pasando?”. Gritos desordenados del exterior colándose por las ventanillas.

Deseaba haberlo soñado cuando vi a los seis hombres armados con fusiles apuntando hacia nuestro pequeño carro, su pickup impidiéndonos el paso. Como si aquella familia de tres integrantes -mi familia- fuese a oponerse, como si pudiéramos defendernos. Sus armas me parecieron excesivas para acorralar un pequeño automóvil, una mujer, un hombre y una niña de 14 años.

Por eso, deseaba haberlo soñado cuando tres de esos hombres se acercaron al carro, abrieron las puertas y sacaron a mi madre con insultos del asiento del conductor. Ella entre gritos y llanto les rogaba que no la dejaran en medio de la carretera, que no se fueran sin ella, temerosa de perdernos para siempre.

Deseaba haberlo soñado cuando se sentaron sobre mi padre en el asiento del copiloto, como si fuera un sillón más, como si no tuviera el corazón debilitado, como si su vida no prendiera de un marcapasos y él les preguntaba “¿Por qué hacen esto?”.

Deseaba haberlo soñado cuando entraron al asiento trasero. El hombre en medio de mi madre, de las cosas de la mudanza y de mí, no vio el momento en el que volteé a ver la 

carretera concurrida, con los autos de atrás marcando sus luces intermitentes, totalmente detenidos, alarmados. Mientras yo les rogaba mentalmente a los conductores que no olvidaran que nos vieron, que existíamos, que era posible que encontraran nuestros cuerpos entre los cañaverales. Sin vida, golpeados y quizás irreconocibles.

Mi madre, mi padre y yo cargábamos 3 años de vida en México a Guatemala en ese carro, y sin saberlo, estábamos jugando al azar para perderlo todo en una noche, incluyendo la vida. Cuando retomamos la marcha, supe que no era un sueño.

Giré para ver nuevamente la ventanilla, las nubes oscuras pronosticaban una tormenta, cicatrices azules y electrizantes atravesaban el cielo velozmente.

El tiempo empezó a correr nuevamente cuando vi la carretera ondulante frente a nosotros. Intenté observar de reojo al hombre sentado cerca de mí entre los objetos que nos separaban, pensé en recordar su rostro, tarea imposible debido a la oscuridad intermitente. Un giro brusco hacia la derecha, cañaverales azotando el parabrisas y las ventanillas. Desesperados y violentos.

¿Cuántos kilómetros habíamos avanzado dentro del mar de caña? Giré de nuevo para ver la parte trasera. Nada. Naufragábamos en cañaverales sin rastro de la carretera o de iluminación. 

El avance agitado del carro iba a juego con mi respiración. Cielo, nubes, rayos, cañaverales y oscuridad. Frenamos abruptamente después de minutos que parecieron eternos y el tiempo pareció establecerse de nuevo. Quería llorar, gritar, hablar, pero simplemente no había forma de dejarlo salir, permitir que algún sonido saliera de mi boca era ponernos en peligro.

Hombres armados se acercaron al auto, los otros se bajaron sacando a mi mamá y a mi papá entre insultos, jalones y manos toscas.

¿Por qué no me bajaron a mí? ¿Por qué no estoy con mi familia? ¿Por qué me dejan en el carro? ¿Me golpearán? ¿Me venderán? ¿Me vi-

Mis pensamientos se ven interrumpidos por el sonido del motor encendiéndose de nuevo. Rompo el silencio.

Sin poder controlarme, empiezo a hiperventilar: pequeños sollozos suaves y entrecortados. Pienso en que no volveré a ver a mi familia de nuevo, en que no quiero que duela, en que no quiero morir. Se apaga la marcha del motor.

-¿No dijeron en la frontera que solo eran dos?- dice el hombre al volante.

-Sí, eso nos dijeron. Lo repitieron hasta el cansancio.- dice otro de los hombres, el que toca a mi mamá bruscamente mientras revisa sus objetos de valor. Se dirige a ella- ¿Quién más viene ahí?

-Mi hija… -susurra mi mamá entre sollozos.

-¿Quién? Hablá más fuerte y claro.- le grita.

-Mi hija.- dice con la voz quebrada.

-¿Y cuántos años tiene?

-T-tiene 14.

-Bajen a la patoja.

Mi mamá rompe en llanto.

Escucho un zumbido en los oídos, las palabras de mi mamá rogándoles que no me hagan nada, mi papá pidiéndoles que no me toquen. Entro en pánico, no quiero que me roben el anillo de oro que me obsequió mi abuelita, ese con forma de cruz. Tal vez puedo esconderlo. Me quito el anillo y lo escondo en mi sostén. Si te tocan los pechos y lo descubren, puede que se enojen y sean más violentos. Pienso en otro sitio. Lo meto a mi boca, pero la voz aparece de nuevo: Si te hacen hablar, si revisan o meten algo en tu boca, lo encontrarán y serán más violentos. No hay nada que pueda hacer, veo cómo se acercan a la puerta del carro y me coloco el anillo en el dedo anular de nuevo.

Un hombre abre la puerta y me extiende la mano. Quisiera no darle la mano, quisiera gritarle, quisiera decirle que no le ponga ni una mano encima a mi familia, pero eso sería lo mismo que apretar el gatillo yo misma.

-Vení, te voy a llevar con tu mamá.

-No tengo puestos mis zapatos. -digo. Lo único que se me ocurre decir, como si a un sujeto capaz de cargar un arma le importara. Espero una respuesta brusca o un tirón como los que les han dado a mi mamá y a mi papá.

-Yo te los pongo.- me dice mientras se agacha a colocarme las sandalias, tomándome totalmente desprevenida. Me toma la mano. -Tené cuidado, hay varias piedras y hoyos, no te vayás a caer.

Su repentina humanidad me toma por sorpresa, pero mientras usa una voz suave, veo cómo otros dos sujetos se acercan a nosotros con paso fuerte mientras otros se quedan revisando a mis papás. Tengo miedo y quiero llorar, pero mi mamá ya lo hace y le gritan que se calle. Los 3 hombres me rodean y cierro los ojos.

-Poné las manos sobre el vidrio, dame el anillo.- dice uno de ellos. -Date la vuelta. ¿Tenés algo más de oro?- pregunta mientras revisa mis orejas y mi cuello, toma entre sus manos el collar de plata con dije de llave. Fue un regalo de Navidad de mis padres en mi primer año en México. -Dejémoslo así.

Me giran y el sujeto de antes vuelve a tomar mi mano. Veo a mi mamá y a mi papá sentados en unas piedras. Hombres armados rodeándolos. Tengo frío y quiero vomitar, el zumbido en mis oídos aumenta, las piernas me fallan y me tambaleo. No quiero desmayarme, si quedo inconsciente, temo no ver a mi familia nunca más.

-¿Qué le pasa? ¿Qué tiene?- preguntan dos de los hombres a mi mamá mientras me sostienen por la cintura. Ella empieza sollozar.

-S-se le bajó la presión. Se le baja la presión con emociones fuertes.-dice llorando intentando moverse mientras los otros hombres se lo niegan con sus armas.

-¿Toma alguna medicina? ¿La trae? ¿Cómo se llama?- pregunta uno de los hombres.- ¿En dónde está?- pregunta mientras me llevan entre dos a sentarme cerca de mi mamá.

Intento estabilizarme y recuperar la respiración aunque me reprocho la debilidad, me siento en las rocas y veo el cielo aún más nublado, rayos caen violentamente en el horizonte. Podría ser la última tormenta que veo. Intento normalizar mi respiración, pero uno de los hombres armados tapa mi cabeza con una toalla y siento la presión del metal del arma en mi cabeza. No puedo respirar.

Una de sus manos callosas se desliza por mi blusa, mientras sus dedos juegan entre mi cuello y mis pechos. Entre el vaivén de su mano, sostiene el collar con el dije de llave por un momento y vuelve a bajar por mi pecho, hago un ligero movimiento, pero ejerce más presión con el arma en mi cabeza. Qué bueno que no escondí el anillo ahí. Escucho a mi mamá llorar por lo bajo a mi lado, quiere tomarme la mano, pero no puede. Al menos la tengo cerca. Al menos nos encontrarán a los tres juntos.

Mi vista se empieza a nublar, los zumbidos se intensifican y la película de sudor frío en mi frente incrementa. La misma mano me mantiene consciente, no puedo desmayarme. No quiero dejar a mis papás solos, no quiero dejar mi cuerpo inconsciente.

-Ya encontré la medicina y el agua.- dice uno de los hombres.- ¿Cómo se la tiene que tomar?

-Son 30 gotas en el agua.

Parece un escenario irreal. Criminales buscando mi medicina para dármela y estabilizarme, mientras otro desliza su mano entre mi blusa y presiona la pistola en mi cabeza envuelta por una toalla. La contrariedad de la situación me abruma porque cualquier desenlace puede ser posible. Respirar se hace más difícil aun.

Levantan ligeramente la toalla para darme la botella con la medicina, tomo la botella y bebo su contenido lentamente sintiendo el sabor ligeramente dulzón con un toque amargo al final. Me están dando el medicamento e intento saborear cada gota como si se tratara de algo excepcional. Mientras el líquido se reduce, escucho que el celular de uno de los hombres suena constantemente y lo responde bruscamente: 

-¿Qué pasó? ¿Cuál es la llamadera? Estoy trabajando.- dice y luego guarda silencio mientras la persona al otro lado de la línea le dice algo. Finalmente cuelga y le dice al resto de los hombres: -Hay otro operativo ocurriendo en este momento.

Pienso en las otras personas que están aterrorizadas como nosotros, me pregunto si dentro de todo, también les estarán dando algún trato decente o si podremos ver todos un día más.

Hostigan a mis padres preguntándoles por “los dólares”, revisan nuestro carro y escucho como sacan cosas, sus risas al encontrar algo que les gusta, sus murmullos mientras discuten lo que encuentran. Parece eterno, pero al menos ya puedo respirar, la mano en mi cuello y la presión metálica en mi cabeza han desaparecido. Mi mamá toma mi mano y empiezo a pensar que tal vez salgamos de esta. La leve brisa humedece mi piel y me recuerda que mi familia está completa, que sigo respirando y sintiendo.

Los hombres nos rodean cuando parece que todo el revoloteo en el carro ha terminado y uno de ellos se dirige a mi papá.

-Bueno, parece que hubo un error, pero ya pasó lo que tenía que pasar y pueden seguir su camino tranquilos que ya nadie los va a seguir ni les va a pasar nada.- dice como si fuera la conclusión más sencilla del mundo. -Ya nos vamos, pero tienen que esperar una media hora. Si escuchamos que empiezan a bocinar o a hacer luces o que arrancan el carro antes, venimos a matarlos. Y agradecé, para que veas que no somos tan pura mierda, que no le hicimos nada a tu esposa ni a tu hija.

¿Un error? El terror, los gritos, los insultos a mis padres y las amenazas con armas, todo fue un error para ellos, un error que no les impidió robarse nuestras cosas y mantenernos por tanto tiempo.

Detengo mis pensamientos porque dentro de todo… estamos vivos. Sin heridas graves y estamos juntos. Vivimos.

Mi mamá les habla entre sollozos.

-Gracias… Que Dios los bendiga.

Y esa frase me enoja en el momento, ¿por qué dar bendiciones a alguien que tenía todas las intenciones de dañarte? Pienso que no lo entiendo y que tal vez algún día lo haga, pero en ese momento sus palabras me irritan. Solo quiero que salgamos de ahí.

Los minutos pasan y nos quitamos las toallas de la cabeza. Vemos el cielo nublado, los rayos, la tormenta que se avecina y nos quedamos en completo silencio los tres mientras absorbemos lo que acaba de ocurrir. Podemos respirar, estamos vivos.

Nos subimos al carro, el silencio llena cada espacio y aunque el carro está más vacío, siento que ya no quepo. Nos ponemos en marcha intentando volver por donde venimos. Avanzamos, otra vez cañaverales azotando el parabrisas y las ventanillas. Vemos las luces de carros que siguen su trayecto en la carretera y logramos salir del mar de caña. Nos incorporamos a la carretera en silencio. Más adelante vemos a una patrulla con linternas iluminando levemente entre los cañaverales: Nos están buscando, pero no tienen interés en encontrarnos. Entre nervios y emociones, mi papá toma la salida equivocada. No puede conducir así y decidimos quedarnos en Escuintla.

Por fin mi mamá logra comunicarse con el resto de la familia que nos esperaba desde hacía varias horas en la sala de nuestra casa. Pensé en sus abrazos, en lo cálido que sería volver a la casa de mi infancia en Guatemala. Pensé en lo asustada que estaría mi abuelita al no saber nada de nosotros por horas.

Buscamos un hotel sencillo para pasar la noche, mi mamá llora, mi papá está agitado y yo no digo ni una palabra, tengo miedo de que la promesa de los hombres no sea cierta y nos hayan seguido. Al explicarle a las personas del hotel que nos asaltaron y preguntar si mi abuelita puede pagar brindándole los datos de su tarjeta, nos dicen que no. Quiero llorar, solo quiero un lugar seguro para estar. Mi mamá encuentra en el forro roto de su bolsa efectivo y logramos pagar el hotel.

Un cuarto sencillo con dos camas matrimoniales. Suficiente para intentar descansar, suficiente para refugiarnos.

Me despierto desconcertada. El sonido de la tormenta se escucha afuera, la habitación levemente iluminada por la televisión sin volumen.

Creí haberlo soñado, pero volteo a ver lo que me rodea. Estoy en una cama matrimonial en medio de mi papá y de mi mamá en un cuarto que no es nuestro. Ninguno de nosotros se ha puesto ropa para dormir, con el miedo de tener que huir, fugitivos del miedo. Veo los ojos abiertos de mi papá mirando el techo fijamente, volteo y veo a mi mamá con lágrimas cayendo por sus mejillas.

Creí haberlo soñado, pero no fue así.

(2 Votos)

Deja un comentario

Asegúrate de ingresar todos los campos marcados con un asterisco (*). No se permite el ingreso de HTML.

  1. Lo más comentado
  2. Tendencias

No quiero aceptar

0

Por Pablo David Cahuec Cuestas

El vacío que Mickey 17 nos obliga a ver

Una película que se debe ver una vez en la vida.

Por Gabriel Arana Fuentes

Vi la saga Final Destination 25 años des…

No es la gran cosa, pero entretiene.

Por Gabriel Arana Fuentes

INTENSIDAD...

...

Por Rubén Flores

next
prev