The Last Showgirl retrata un ocaso sin tragedia

A veces, el problema no es contar historias de personajes vacíos, sino la incapacidad de llenarlas con algo significativo. The Last Showgirl intenta construir un retrato melancólico sobre la decadencia en el mundo del espectáculo, pero se transforma en una película que no exige nada de su espectador y, peor aún, que no se exige nada a sí misma. Pamela Anderson, en el que quizás sea el papel más serio de su carrera, entrega una actuación honesta, pero se encuentra atrapada en una historia que no tiene el peso ni la contundencia que la premisa prometía.

El guion presenta a Shelley, una showgirl de Las Vegas en el ocaso de su carrera, sorprendida por una noticia que en realidad nunca debió sorprenderle: el espectáculo se ha terminado y ella debe enfrentarse a una vida que nunca planificó fuera del escenario. Sin embargo, en lugar de una exploración profunda sobre el desarraigo y la identidad, la película se conforma con una serie de lamentos envueltos en un lenguaje visual que sugiere más de lo que realmente dice. Las tomas de paisajes vacíos, los cielos apagados y los espacios desolados sirven como un decorado de tristeza, pero nunca alcanzan a transmitir una angustia genuina.

El personaje de Anderson se siente más perdido de lo que el guion logra explicar. Su desconcierto ante la vida fuera del escenario no se construye, simplemente se presenta como un hecho consumado, y sus relaciones con los demás personajes refuerzan esa falta de desarrollo. Su hija, supuestamente una pieza clave en la historia, podría desaparecer de la trama sin que nada cambie, y el personaje interpretado por Dave Bautista funciona únicamente como un punching bag emocional, culpable de no adivinar los pensamientos de Shelley. Todos parecen existir en función de la tristeza de la protagonista, pero ninguno tiene suficiente peso para hacerla creíble. Sí, Jamie Lee Curtis hace un personaje triste y decadente… pero no sorprende, otro personaje que si desaparece no pasa nada.

A nivel narrativo, The Last Showgirl recuerda a ese cine indie de principios de los 2000 donde lo importante no era lo que pasaba, sino lo que se insinuaba. La diferencia es que aquí ni siquiera hay insinuaciones que valgan la pena. No hay grandes diálogos ni soliloquios que hagan que el espectador se cuestione algo sobre su propia existencia. No hay profundidad en los conflictos, ni siquiera en la relación entre Shelley y su hija. Todo está dispuesto para que el público observe una crisis personal sin ser interpelado por ella.

El mayor problema de la película es que no deja nada en quien la ve. No hay un dilema que resuene en los créditos, ninguna pregunta sobre el futuro del personaje o sobre el peso del tiempo en la identidad de una persona. Simplemente ocurre y se olvida. Si algo demuestra esta película es que la nostalgia por sí sola no es suficiente para sostener una historia. Hacía falta un guion más contundente, relaciones más orgánicas y un desarrollo que no dependiera exclusivamente de la estética. Sin eso, The Last Showgirl se convierte en lo mismo que intenta retratar: el ocaso de una estrella que, al final, no deja huella.

 

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