Jin Ushi

Todos somos Alfredo: hastío frente al espejo

Estar pisado no es nada bonito. Dinero, problemas familiares, enfermedades, no importa el problema que sea, estos siempre van a estar presentes. Y está bien, seguir adelante es la única solución que existe, pero de decirlo, a hacerlo, hay una brecha muy grande. Cargar con problemas es natural, la cuestión es abrumadora cuando nos toca cargar bultos ajenos.

En una ocasión, luego de un par de tragos, nos agarró la madrugada con un compadre. Aquel era tranquilo, no fumaba, tomaba con medida, no se metía en clavos, le iba “bien” en su relación, prácticamente lo envidiaba. Siempre estaba en su mejor momento; escuché varios comentarios en donde lo tenían como deidad, el maje era respetado por todos. No fue hasta esa noche, que mi perspectiva de él se fue al suelo.

Por seguridad, y para no quemar al chavo, pongámosle como nombre Alfredo. Un par de tragos hicieron que Alfredo se desmoronaba. Se quedó viendo al cielo, como si este le daría la respuesta a lo que necesitaba.

-          Vos y… ¿cómo vas? – Le pregunté con un poco de pena.

Alfredo me volteó a ver, como si le abriera el camino a un espacio de desahogo infinito. Sus ojos llorosos reflejaban la luz que nos rodeaba. Tardó 10 segundos en organizar sus ideas, como si la voz se atascó dentro de su garganta, tomó valor y me dijo. 

-          Mano…ya no quiero nada –

Me quedé mudo.

Me lo dijo con un tono siniestro, como si de una despedida se tratase. Le respondí:

-          ¿Nada de qué? –

Alfredo respondió sin pensarlo:

-          ¡Ya no quiero ni mierda! ¡No quiero estudiar, no quiero amigos, no quiero novia! ¡Quiero desaparecer y dejar de sufrir por estupideces!

No dije nada. Todo lo que pensaba acerca de Alfredo ya no tenía peso. Estaba igual, o más, pisado que yo. No era nadie, y para colmo, decidió desahogarse conmigo.

La situación se tornó oscura. Quería alivianar e intenté consolarlo.

 

-Pero… ¿Qué pasó? Pensé que estabas estable con todo lo que tenes. – Realmente quería saber qué le pasaba.

 Alfredo cambió su tono de voz, como si de otra persona se tratase. Después me di cuenta de que esa noche hablé con el Alfredo real, no el que todos conocían a diario.

-          Lo tengo todo, pero ¿realmente es lo que quiero? – me dijo

-  La universidad ya no me interesa. Desde hace un par de meses perdí el amor a la carrera, ya no hay chispa y parece que esta nunca regresará. Eso me llevó a la conclusión de que realmente no estoy en donde debería, y a su vez, no sé a dónde quiero ir.

Dejé que se desahogara. No quería cortar su momento. Repentinamente cambió de tema. Mencionó a su novia.

-          ¿Sabes? Ya no estoy seguro si realmente la quise –

-          ¿A quién? ¿Tu novia? – le pregunté

-          Ajá. Llevo meses con ese dilema. Me costaba estar cómodo, y cuando lo lograba, siempre pasaba algo y todo se iba a la mierda. Y estoy feliz, no lo niego, pero realmente no era lo que esperaba en mi primera relación.

 -          También yo soy un cagón- me dijo.

-          Creo que solo quiero pasión, eso es lo que busco en todos nuestros encuentros. Nunca lo había conseguido, y ahora que lo tengo, me doy cuenta de que es lo único que quiero.

Conocía muy bien a Alfredo. Era un caliente de primera, en ocasiones hasta me asqueaba solo de verlo, a veces era muy molesto en ese tema. No quiero darle la razón, pero al ser su primera experiencia, él estaba buscando este tipo de actividades.

 -          Y quiero aguantarme, lo juro, pero simplemente no puedo, esta mierda me carcome – dijo sufriendo.

-   No sé, creo que solo le estoy haciendo el mal a aquella. Quisiera pensar que nos encontramos en el momento equivocado, pero la verdad, ya ni me imaginó algo a largo plazo. No la entiendo, no se si soy un estúpido, o simplemente no me entiendo a mí mismo, lo que si sé es que estoy confundido. Según yo, estábamos bien, pero era todo lo contrario. Y cuando me di cuenta de esto, no le di importancia. 

Empezó a hablar de palabras mayores, como si realmente la odiara. En ocasiones se le salía una mueca de asco, o levantaba la voz como si ella estuviera frente a él.

-          No me quita ni me pone que esté. Ya perdí a los que yo consideraba “amigos”, ya no puedo perder más. Todos son unos falsos, nadie quiere nada, todos quieren todo. -

-          ¡Y que se vayan a la mierda! – gritó

-          Si hago algo para alguien, está mal. Si no digo algo, está mal. Si me dejo, está mal. ¡Puta no puedo hacer ni mierda, todo lo tienen que criticar! Y ningún pisado se va a tocar el corazón. Tu pareja, tus amigos, tus familiares, nadie va a velar por vos. En esta vida de mierda se nace y se muere solo. Pobre de aquel que aún confía en sus cercanos, desde ese momento ya estás condenado de por vida. -

Alfredo se puso a llorar. No le dije nada, ningún consejo lo iba a ayudar en esa circunstancia. El mismo sentimiento me consumía, como si estuviera cargando piedras por cada palabra que escupía Alfredo.

-          Ojalá la vida fuera más fácil. Ojalá se pudiera utilizar a la gente y desecharla sin rencor. ¿Cómo los pisados que no tienen objetivos en su vida van a ser mejor que yo? Majes que solo están viviendo y gastando oxígeno. ¡Que se vayan todos a la mierda, mi disque novia, mis disque amigos, mi disque familia! ¡Todos! –

Alfredo entró en un llanto profundo. A los pocos segundos me contagió el sentimiento. Ahí estábamos, llorando desconsoladamente, como si esa fuera la solución.  Lo que sucedió después ya no se encuentra en mi memoria. Tiempo después perdí contacto con Alfredo. El que vivía en su propia jaula de oro, había desaparecido; como si hubiera cumplido el objetivo que me mencionó esa noche.

 

 

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