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El martirio de Cucaracha y Los acólitos de san Tarsicio
Un cuento corto para empezar el ciclo escolar.
Voy a ser piadoso y por respeto no mencionaré su nombre aun hoy, a 25 años de distancia. Pero esta historia navideña, que vi con estos ojos y de la que me burle tantas veces es digna de ser contada, aunque hoy no sea 15 de agosto, festividad de San Tarcisio, mártir y santo patrono de los acólitos y monaguillos de todo el orbe. Y es que en verdad les digo, las aventuras de aquel feligrés de una iglesia de la zona 5 conocido como Cucaracha son memorables.
Todo el año se la pasó sufriendo en la iglesia, y bueno, qué esperaba del catolicismo. Pepe, como le llamaré desde ahora, siempre padeció de los vejámenes del Grupo de acólitos San Tarcicio Mártir de la Eucaristía; sus camaradas simplemente nunca lo respetamos, fuimos unos verdaderos bastardos. Y es que en realidad era difícil. Es decir, tampoco lo respetó el grupo de Jóvenes Creciendo en Cristo, ni los niños de la catequesis de San Francisco, ni el párroco, pues al Padre Constantino (QEPD), le costaba no ser parte de las bromas a pesar de que era un cura jodido, que casi nunca reía. La cosa es que la parroquia entera le conoció siempre así, como Cucaracha blanca, simplemente Cucaracha o Pepe Cucaracha.
El Nacimiento, las Posadas, La novena y la Navidad estaban en boca de todos. Ese era el tema; ese y la andadas de Cucaracha como la vez qué, en pleno bulevar Jardines de la Asunción vio como de una carroza fúnebre se detuvo y los de la funeraria se bajaron para sacar el féretro pues, el occiso no lo era. Cucaracha dijo que el muerto se incorporó y vomitó un líquido blanco y empezó a llorar. El problema es que él había sido el único testigo. Su vida era memorable.
A sus 12 años media casi l.75m era rubio, colocho y gordo, por tanto, cachetón; y usaba unos lentes muy pequeños. Era la única forma de saber que tenía ojos pues hasta la fecha, no se si alguien se los vio alguna vez. A ese conjunto de características hay que agregar su blancura. Era tan blanco que a la distancia relumbraba, más cuando usaba playeras de rayas naranjas y rojas. Por eso siempre fue motivo de risas: los sábados en las clases de religión, incluso en misa, pues como acólitos y en el altar mayor teníamos el beneficio de platicar de vez en cuando, o burlarnos en este caso, sin que nadie, sobre todo Fray Constantino, se diera cuenta.
Antes de su llegada, las acólitas, grupo de niñas adolescentes que habían sido incluidas a la fuerza en el grupo, habían sido las víctimas de las bromas. Por cuestiones de igualdad Rocío, Cecilia y Vanessa habían sido incluidas en el grupo. Y por cuestiones de igualdad eran tratadas de la misma manera, sin respeto y con bromas crueles. Pero luego apareció Alex: gordo, alto y lento y desde entonces fue bautizado (literalmente en la pila bautismal y a escondidas) como Gusanón, esa vez fue divertida también.
Gusanón llegó a ser el eslabón más débil del grupo. Las acólitas vieron la luz cuando el canal de desahogo de maltrato familiar y escolar del grupo de niños monaguillos ahora era Alex. Pero que más da, éramos niños que huían de sus casas para encontrar en la iglesia una familia con quien convivir, así que ahora era el turno del nuevo, de recibir las malas vibras de acólitos y acólitas por igual. Entonces era de esperar que cuando Cucaracha apareció, Alex sabía que ya no sería el cordero expiatorio.
La pastorela y las posadas fueron enteramente para Cucaracha sobre todo el día que le dijo a Fray Constantino que porqué no se disfrazaba de Santa Claus para la pastorela o porqué no dibujaba Santa Closes en la casulla, justo a la par del bordado del niño Dios para que así, todos estuvieran juntos en el ropaje. A una tontería de ese calibre solo se podía responder con risa y bromas crueles. Nos deteníamos cuando Cucaracha empezaba a llorar y cuando aparecía Fray Constantino a quien el comentario le había parecido una ofensa indigna.
El sábado anterior a Navidad, Benjamín, el más pequeño de los acólitos, pero uno de sus ocho fundadores (incluidos mis dos hermanos y yo), llegó tarde a la reunión para elaborar el cronograma de las misas de Gallo en Navidad y la de Año Nuevo. En la reunión nos dividíamos las responsabilidades en los oficios y las misas. Juan José, el presidente de los acólitos preguntaba, a razón de ejercicio democrático, quién quería hacer qué. En ese momento Cucaracha rompió el silencio y firmó su acta de ejecución y dijo:
“Vos Juan José, a mí el Benjamín me dijo que quería estar en el oficio del 24 y que quería colectar las ofrendas”.
Todo el grupo quedó estupefacto. En realidad, era una petición rara, incluso suicida. No hay acólito en esta Tierra -podría dar fe de eso- que quiera tales responsabilidades o que al menos las pida. Es casi un suicidio. La misa más larga del año, la que más se llena y las más difícil de colectar. Por lo general, esa función siempre era sorteada porque a nadie le agradaba. Se llenó la hoja de asignaciones ante la duda de todos, el padre la vio, solo dijo que yo en lugar de mi hermano me hiciera cargo de la patena porque me distraía menos. Luego la aprobó, firmó y después de eso no había vuelta atrás.
El problema es que Cucaracha había mentido.
Benjamín, siempre había eludido ese tipo de responsabilidad desde que fundamos el grupo en 1990. Por lo que la cara de sorpresa del más pequeño de los acólitos era de total indignación y enojo. Leyó y pidió explicaciones a presidencia por lo que Juanjo le dijo: “Cucaracha dijo que vos lo querías así, y el padre aprobó. No hay nada más que hacer”.
“!Ay cucarachón pisado!”
fueron las palabras de Benjamín, sus ojos entrecerrados empezaban a maquinar una venganza y él sabía que tenía la vena de aprobación de todos nosotros para hacer cualquier cosa.
El problema no era que por primera vez y como un acto de conservación Cucaracha había, por fin, y a su modo, intentado vengarse de uno de sus caudillos. El problema es que Cucaracha había faltado al octavo mandamiento de la Ley de Dios: No darás falsos testimonios ni mentirás. Leso pecado entre los monaguillos, la falta prohibida, lo peor de lo peor, lo inconcebible para un acólito según el padre.
Todos estábamos atados de manos. Revelar la verdad sobre el triste intento de venganza de Cucaracha nos metía en problemas a todos. Al presidente del los acólitos por no fomentar la fraternidad entre todos, pues una mentira se le había escabullido entre las narices. Pero Rocío, Cecilia, Vanessa, Neto, Jonathan, Jorge Mario, Leoncillo triste, Bernardo, René, Alejandro Alex, Juan Diego y Yo también estaríamos en problemas, por no saber separar las bromas de nuestra labor litúrgica en la iglesia.
Así pues, Cucaracha tenía que pagar por su falta sin que nadie se enterara y sin que nadie, además de él, sufriera un castigo público que es lo que nos hubo correspondido. Nadie se metería en la pequeña vendetta de Benjamín, pero todos seríamos jueces y parte.
Ser acólito es tener cierto tipo de privilegios. Uno de ellos es acceso al ropero de casullas y estolas del párroco. Así, Benjamín, en el plan más simple, más obvio y macabro de todos, entró agarró la casulla roja que el padre estrenaría para la misa de Gallo y se la llevó.
Esa es mi hipótesis porque nadie lo vio.
Llegó el día. El nacimiento estaba listo para ser descubierto, incluido un muñeco hecho de duroport que representaba Cucaracha y que estaba en una montaña y del que sólo pocos sabíamos qué representaba. Los del grupo de Jóvenes creciendo en Cristo ya tenían ensayadas las canciones, todo estaba listo. Los acólitos estábamos ya uniformados con sotana, incluido Benjamín y Cucaracha.
Algo había cambiado particularmente ese día, Benjamín era más amable de lo normal. Todos juntos en la sacristía empezábamos con la rutina de bromas. “¿Vos Cucaracha y conseguiste el disfraz de Santa Claus?”, dijo Benjamín mientras todos reíamos, “¡Vos dijiste que darías uno al padre vaa!” cerro Benjamin. “¿Cuál vos? Mejor dejá de molestar y andá a traer el canasto de las ofrendas”. Cucaracha no solo le había faltado el respeto a uno de sus superiores, sino que además le había dado una orden. Benjamín respondió “tenés razón eso voy hacer” y salió.
“¡Sacrilegio!, ¡Sacrilegio! ¿Quién hizo esta herejía?” dijo el fray, todos los acólitos palidecimos, gritaba, casi lloraba, todos nos cagamos del susto. Alguien había hecho algo y no sabíamos qué y todos pagaríamos por ello. Pero la mirada y la actitud de Benjamín estaba apacible. Uno a uno entramos a la sacristía, rumbo al paredón íbamos, todos en fila india rumbo al cadalso. El padre estaba horrorizado, no podía creer que su casulla roja había sido decorada con san closes por todos lados con tempera y la estola convertida en una suerte de gorro unida por grapas. El toque fue la barba. En el cuello de la casulla, estaba pegada una de las nubes de algodón de nacimiento a manera de barba.
El padre estaba que lloraba de la rabia. Y nosotros con una revolución de sentimientos entre risa (mucha), miedo y emoción ¿Cuál sería nuestro destino? “¡Ese fue el Cucaracha padre!” dijo Benjamín y fue ahí que entendimos que todo se había consumado. “Se recuerda que él le dijo que se disfrazara de Santa Claus”, Benjamín se acercó a Cucaracha con una sonrisa satánica, y le dijo ¡Sos un blasfemo! Y de un saltito le di dio una cachetada. Como todo un fariseo Benjamín asestó el último insulto. “¿Es eso cierto Pedro?, ¿Vos hiciste esto?, ¿Contestá muchacho insolente, vos lo hiciste?” profirió a gritos fray Constantino.
Ante la presión, Cucaracha se puso a llorar y balbuceando lo negó todo. Su siguiente error fue acusarnos a nosotros. Pero fray Constantino ya no le creyó, con lagrimas de tristeza le dijo “¿Es que no has aprendido nada? Como fuiste capaz de hacer algo así. Por favor, te quitás la sotana, estás suspendido, ahora te vas al coro”. Cucaracha seguía llorando, “Pero si yo no fui padre. Yo quiero seguir siendo acólito... ¡¿pero porqué?!” Gritaba y lloraba Pedro, mientras se quitaba la sotana.
El ambiente siguió tenso hasta después de la misa de Gallo. El padre nos regaló unos melocotones que cortaba de la granja de su tía como todos los años, pero Cucaracha ya no estaba. Nunca lo volvimos a ver. Crecimos; unos se mudaron, otros emigraron a EE.UU. otros se casaron, y otros dejamos de creer, lo cierto es Cucaracha se convirtió en mito. Muchas historias se inventaron después de aquella vez. Era utilizado como ejemplo de lo inconcebible.
Cucaracha, Mártir de los acólitos yo te saludo. Ojalá te encontrés en paz.