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Mujer: tocaste fondo ¿pero saliste?
El enunciado con el que reuní esta serie de cartas fue: “Toda mujer real ha tocado fondo”, con esa hipótesis me acerqué a un grupo de mujeres de distintas edades con una batería de preguntas. El orden de las cartas responde al momento en que fueron recibidas, gracias a las nueve autoras por responder a la invitación:
- ¿Me contarías la vez que considerás que realmente llegaste al punto de no retorno?
- ¿Qué eventos o circunstancias te llevaron a esa situación y cómo te diste cuenta de que habías llegado a ese punto?
- Después de darte cuenta de que habías tocado fondo, ¿qué cambios realizaste en tu vida y en tu perspectiva sobre vos misma y sobre la vida en general?
- ¿Dirías que luego de eso ya no sos la misma?
- ¿Qué crees que esta experiencia dice sobre ser mujer y cómo influyó en tu concepto de masculinidad?
- ¿Una mujer se puede conocer a sí misma sin este tipo de experiencias?
Acá, las respuestas.
“Aprendí a ver a la mujer que estaba frente al espejo”
Ruth Soto, 46 años, auditora.
Quizás más de una vez llegué a ese punto, pero al leer tu pregunta podría decir que toque fondo cuando me di cuenta que lo que yo consideraba un matrimonio no lo era. Desde que me casé viví un conflicto entre quien era y el adaptarme a ciertos requerimientos de la otra persona con la excusa de "prefiero no pelear". A eso se suma el conflicto de estar en medio de mi mamá y mi esposo, ambos requerían mi energía al 100% y traté de balancear sin éxito esa relación, fue desgastante.
Viví un matrimonio a distancia con peleas, diferencias, temores, señales de infidelidad, hasta que un engaño fue evidente, me tope con un esposo que no conocía y enloquecí. Me desvalorice, sentía miedo de salir de esa situación, los celos… la paranoia me enfermó. Me hice pasar por otra persona, no dormía, no comía. Había perdido todo lo que creía era lo único que había para mí, siento que hasta cierto punto había aceptado que esa era mi vida y ahí debía quedarme.
Total me separé, aprendí a ver a la mujer que estaba frente al espejo, a quererme, gustarme y aceptarme. Ya no acepté humillaciones, malos tratos, me independicé y tomé el cuidado de mi hijo en solitario. Aquí se lee fácil, pero ha sido un camino de años para entender que esta vida es mía y de nadie más. Vivir un episodio de violencia puede verse "normal" mientras estás en ese círculo de manipulación.
Y no es que ya no sea la misma, pero siento que hay un cambio entre quién me convertí para complacer a los demás, yendo contra lo que en realidad quería. Y la mujer que soy ahora, sigo aprendiendo a ponerme primero yo. Formé carácter, me hice fuerte. Muchas de las cosas que a veces podemos soportar como mujeres tienen que ver con la educación que recibimos en casa, en la forma en que nos dicen que los hombres tienen razón, acerca de la falta de igualdad en el trato. No se trata de ser extremista, se trata de que eso sirva para formar la nueva masculinidad. ¿Cómo influye? Definitivamente en la educación que le doy a mi hijo, pensando en el hombre que quiero que se convierta.
No creo que una mujer termine de conocerse a sí misma sin este tipo de experiencia, es parte del aprendizaje, no se puede ser la misma mujer de la niñez, adolescencia, los 20 o 30, la madurez incluso va cambiando la perspectiva. Lo que antes podría ser importante ya no lo es.
“Me he dado cuenta de que somos víctimas de víctimas”,
Natali Herrera, 49 años, arquitecta.
Hay fondos de fondos, fondos medianos, más hondos y profundos que te voltean el mundo 180 grados. Puede ser que hayas caído en uno y no te des cuenta ni estés enterada porque simplemente te acostumbraste a vivir en una forma miserable, triste, angustiada, desesperada y llena de dolor.
En mi vida he tocado fondo cuatro veces: una cuando mi madre biológica me entregó a su madre por miedo y conveniencia. Ella nunca aceptó el abandono, pero el abandono más fuerte fue el emocional, también el económico; pero eso se supera, el abandono es algo que sigo sanando, pero marco mi vida para siempre. Lamentablemente, el gran porcentaje de mujeres ha sido dañada por su mismo género, por su madre, y esto te hace tocar fondo.
Aprendí a subsistir con lo que se me daba. Fui el desagüe de mi familia y esto me adormitaba, tenía con depresión, distimia, mucho miedo y ansiedad. Así crecí, y ahí toqué fondo, pero no lo sabía, entonces se podría decir que no fue tan profundo que me transformó en un ser miedoso, tímido y triste.
Después muere mi madre adoptiva, la única fuente de amor, la única que me abrazaba, que me besaba, que me decía bonita, que era importante para su vida me llevó abajo de nuevo, volviéndome agresiva, pero todavía lo podía controlar.
Crecí, me casé y el abuso psicológico y un divorcio provocó otro tocar fondo. Cambié por completo, me volví iracunda, abusiva y eso dejó estragos profundos que me hicieron preguntarme qué significaba la vida, y ahí entendí que de niña había tocado fondo. Esto me sobrepasó y tuve que cuestionarme lo que sabía de mí, buscar ayuda y sanar.
Pasaron los años y me volví a casar con una persona excelente y según yo había sanado. Pero otro fracaso me dice que ya no me aman, volviendo a traerme al fondo de todo, pero no caí como la última vez, y me di cuenta de que mi actitud con respecto a todo no había cambiado y que tenía que seguir sanando.
La vida es de altas y bajas, tú decides qué actitud tienes ante los eventos y decides si te hace crecer o te quedas en lo mismo toda la vida y no evolucionas para hacer tu vida plena. Hoy debo aprender empatía, amor, compasión, humildad, esperanza y muchas cosas más y me he dado cuenta de que somos víctimas de víctimas. Tener un poco de compasión para las personas que te hicieron daño es lo único que te puede ayudar a sanar.
Recuerdo que me di cuenta de que llegué a ese punto cuando me divorcié. y el primer psicólogo me dijo que no tenía toda la razón, que simplemente era una víctima de víctimas y ya bastaba de compadecerme de mí misma y accionar. Empecé el camino de sanidad, de perdonar que es un camino muy difícil, de aceptar que es lo que toco vivir y superarlo, tener resiliencia y pues… trabajar en mí, pero me ha llevado años… Creo que al tocar fondo o te quedas ahí y te deprimes y tienes lástima de ti, o sanas si quieres una vida plena.
Reconozco que al principio, quería ser igual a los hombres y tenía esa falsedad metida en la cabeza… y que era muy macha, mejor que un hombre y no. Soy mujer, femenina, tierna, amorosa, sensible, inteligente, fuerte y muchas cosas más que le pertenecen a mi género. Que no se parece a un hombre, solo quiero un lugar en el mundo y ser respetada sin ser masculina ni fingiendo que soy algo que no le pertenece a mi género.
Eso de no tocar fondo es un sueño, hasta una princesa que vive en su burbuja se la revientan y tiene que enfrentar la vida y eso la hace más humana, madura y sensible a su entorno.
“Me di cuenta que quien importaba era yo, que era perderlo o perderme a mí”,
Jazmin, 24 años, comunicadora.
Creo que fue mí primera relación amorosa. A lo largo del tiempo y de todo el proceso, me di cuenta que soy una persona muy fiel en todo sentido, a sus creencias, a lo que creo que es bueno o malo, hacia otra persona, amistades, etc. y el buen corazón que he tenido me llevó a decir que siempre iba a estar para esa persona. Como dicen, nada es para siempre, ja, ja, pero era mi primer amor, mi primera relación, mi primera ilusión y el problema fue que esa promesa siempre la cumplí aunque me pasara por enfrente tanta cosa.
Me di cuenta cuando entendí el trasfondo de que mi ex me decía que estaba hablando con alguien más “pero que tranqui, solo era por pasar el tiempo”. Sin embargo, al necesitarme o pedir algo, ahí iba yo. Hasta que me di cuenta que quien importaba era yo, que era perderlo o perderme a mí, faltarme a mí.
Aprendí entonces a valorarme, decirme una y otra vez que “yo valgo, que soy una mujer fuerte, inteligente, que ha cumplido lo que se propone y de que tal vez no era el momento”. Que pronto llegará alguien que me ame con la misma intensidad que yo lo hago, con la misma locura, ocurrencia.
Confío en que ahora pienso las cosas muchísimo más. He estado en proceso de cambiar y ponerme también a mí como primera opción. Porque siempre he sido de poner a los demás como lo primordial y de último a mí.
Todo esto me influyó, creo que todos hemos pasado por algo similar. El asunto es que tal vez por naturaleza (y no estoy diciendo que todas las mujeres ni todos los hombres) las mujeres somos más sentimentales, más complicadas, que le damos vuelta una y otra vez a las cosas y los hombres son más simples y no se toman todo a pecho. La verdad no es como que diga odio a los hombres porque no, incluso le tengo mucho cariño y aprecio a mi ex porque en su momento viví cosas bonitas, que al final se quedan como experiencias de vida. Y siempre creo que las personas llegan a nuestra vida por alguna razón. Así que no, no lo odio, ni los odio, es cuestión de Dios, de la vida hasta poder encontrar a la persona indicada.
Este tipo de experiencias ayudan a conocerte. Hay mujeres que tienen la autoestima muy alta y eso es un gran punto a favor. Porque pueden saber y conocerse más y hasta donde poner un alto para no salir dañada. Sin embargo, algunas tomamos más conciencia o lo tomamos más en serio, cuando pasamos por alguna experiencia que nos marca.
“Me ha costado un mundo reconstruir mi autoestima”,
Nohemí Contreras, 37 años, cirujana maxilofacial.
Creo que todo lo que empieza mal, termina mal, lo he comprobado con mi vida. Todo empezó cuando me metí con el amigo de un ex. El chavo era un “Fifa” (Tonta por no haber visto esa red flag desde el principio). Arruiné la amistad de ambos, obviamente, reconozco que allí se empezó a acumular el mal karma… en este rubro.
Al ser un “Fifa” era absolutamente diferente a mí. Era posesivo, controlador y celoso. ¿la razón? Porque era machista, mujeriego, pongan ustedes el resto. Puedo asegurar que fue la primera vez que me enamoré TANTO o DE VERDAD. Como en toda relación, tuvimos una temporada “buena”, de amor real. ME puso el cuerno, me trataba de manera despectiva, etc, y mientras esto pasaba, otro chavo me empezó a tratar bien. Aprovechándome de la situación, en resumen, paré teniendo dos novios. Del primero no me podía zafar porque sentía que entonces iba a parecer que nunca lo amé realmente, o que todo el amor que expresé, había sido mentira. (Grave error, debí haberme zafado, pero él era experto en manipular). Del segundo, no quería zafarme porque me trataba MUY bien, era un amor puro y real que al final de cuentas hice mierda.
Yo hacía mis intentos de zafarme de ambos, pero ellos insistían. Llegó un momento, en 2013, en el que “se me juntó el ganado” y me vi descubierta. Después de un extenso drama este triángulo amoroso pasó como a una segunda fase. En la que el primero quería recuperar lo perdido (a pesar de haberme humillado frente a un montón de gente) y el segundo, nunca me perdonó, pero tomó una actitud de villano, bien desgraciada, y solo se aprovechó de que yo quería enmendarme y recuperar aquel amor puro y real que yo había destrozado. En varios niveles y altibajos, puedo decir que logré zafarme de ambos hasta el año 2016, pero ni ellos ni yo, volvimos a ser las mismas personas.
Todo lo antes descrito me llevó a tocar fondo. Conocí la culpa, el arrepentimiento de frente, con el corazón, la moral y la autoestima hecha pedazos. De hecho, en esos años NO me di cuenta que había tocado fondo, aunque sí veía que era una situación catastrófica porque dolía demasiado.
Me di cuenta hasta años después, cuando intenté tener una relación, según yo “sana” y me fue imposible. Me di cuenta que olvidé o desaprendí cómo ser una mujer, cómo tratar con un hombre de manera “saludable”, cómo llevar una relación. Siento que en pleno 2024, todavía no he recobrado estas nociones o reaprendido estos comportamientos. Me ha costado un mundo reconstruir mi autoestima y aunque ha pasado mucho tiempo, siento que no he avanzado mucho.
En 2020 empecé a tomar terapia psicológica, pero no por las secuelas que me dejó todo aquel drama. El encierro de la pandemia y el estrés que este me generó fue tanto que NECESITÉ esta ayuda profesional. Estando allí, me di cuenta que era mi oportunidad de tratar este problema.
Si hablamos de cambios, creo que transito las emociones negativas con mayor paciencia, tal vez con el mismo dolor, pero ya no durante tanto tiempo. Ya no son años, son meses los que sufro, porque no puedo evitar querer de manera tan intensa (por maje).
Cuando sucedió el drama que describí arriba, solía hablarme mal, muy mal, sobre mí misma y hacía mí misma: “¿Cómo vas a creer? si vos no mereces nada. Si sos una vil mierda, si sos una mierda, sos un asco, no sos nadie, sos una caca, mereces que te maten”, eran algunas de las frases que me decía. Llegué al punto de manejar sin cinturón y con los vidrios abajo porque de verdad, solo esperaba la muerte. Accidentarme o que me mataran era lo que yo más anhelaba.
Dicho esto, el mayor cambio que tuve que hacer fue dejar de hablarme a mí misma de esa manera. Sucedió de manera gradual, sobre todo cuando me di cuenta que, la gente por la que yo más estaba sufriendo, era la misma mierda, o una mierda aún peor que yo. Pero me costó muchísimo, a veces, cuando la cago en algo, estoy a punto de decirme cosas como “¡Ah qué mula!”, “¡Qué babosa!” pero me detengo, porque sé que hablarme a mí misma de esa manera por poco me vuelve loca.
En medio de este dolor, me di cuenta que, si no hacía algo por graduarme en 2015, pasaría más de 10 años en la universidad, y eso me daba una vergüenza terrible. Así que renuncié a mi amado trabajo, hice todo el procedimiento para hacer mi EPS y me gradué en noviembre de ese año. El dolor seguía, pero poco a poco me fui agarrando de circunstancias como cambiar de ambiente y conocer gente nueva, para salir de esa depresión maldita que por poco me cuesta la vida.
Claro que ya no soy la misma, jamás. Lo desaprendí todo. Desde cómo llevar una relación de pareja de manera saludable, hasta cómo socializar. Como era de esperarse, perdí muchísimos amigos. Entonces sentía que todo el mundo sabía sobre lo que había pasado y me hacían de menos o hablaban de lo peor de mí. Seguramente todo esto si pasó, pero poco a poco me fue dejando de importar. Todavía hay muchísima gente que ya no me habla por eso o cuya amistad desapareció.
Aún me afecta mucho pensar que no sé cómo regresar a la mujer que era antes. No en términos de la mujer “astuta” que logró llevar dos relaciones al mismo tiempo, sino como la mujer que sabe valorarse, se ama, sabe darse su lugar y su valor, ya no sé cómo regresar a eso. Siento que aún me hacen falta años de terapia para ser una nueva yo, porque al final de cuentas, tal vez tampoco vale la pena ser la de antes; egoísta, inmadura y que no sabía poner límites.
De la masculinidad, aprendí que un hombre es tan frágil como una mujer, pero nunca deja que se le vea o se le note. Aquel primer traído, el “Fifa”, no pensó en la masculinidad cuando se metió con la novia de su amigo (es decir YO). PERO, el día del drama dijo que le hablaría “al otro” obedeciendo un tal “código de hombres”, código inexistente, solo era el puro orgullo de pisarme porque me había “cachado”.
“El otro” se agarró de todo este drama para convertirse en una mierda de persona y, sobre todo, con las mujeres que llegaron después a su vida. Con el paso del tiempo, solía decirme “nunca quise a nadie después de quererte a vos”, y con esa excusa ha engañado y maltratado a todas las mujeres que siguieron después de mí. Esto me da la pauta de entender que es solo una excusa, él también desaprendió cómo tener una relación saludable, aunque seguramente fue por todo el dolor y la inseguridad que yo le causé.
Sobre la feminidad, dios mío, no estoy segura. Para ser honesta, siempre he tenido confusión en ese sentido. Siempre fui la chavita que prefería andar con chavos porque pensaba que las chavas eran dramáticas y aburridas, y sobre todo, solo a los chavos les gustaba el rock. Fue hasta de grande, prácticamente en los treintas, que descubrí que las amigas lo son todo, y hasta me he llegado a sentir arrepentida de no haber cultivado más estas amistades con mujeres.
Aprendí que vale la pena darse un alto valor como mujer, porque lo perdemos muy, muy rápido. Vale la pena cuidarse, vale la pena invertir en ser mejores personas, ya sea que esto sea con ejercicio, terapia psicológica, dieta, comprarse cosas bonitas o vivir experiencias enriquecedoras. Todo lo que esté a favor de una, vale la pena. Nunca lo hice, nunca lo vi, y siento que por eso no me valoré ni lo suficiente ni a tiempo.
A mi favor, puedo decir que estaba/estoy con heridas profundas por haber tenido un padre ausente y desamorado. Eso me creó demasiada inseguridad, tristeza y ansiedad con las que he tenido que lidiar desde que soy niña y así, herida, me he metido a relaciones en las que he parado hiriendo a los demás. Tal vez nunca supe tener una relación amigable y saludable, en realidad, solo era un reflejo de lo que veía en la tele. Tal vez es por eso que ahora, con 37 años, sigo bateando en cuanto a relaciones se refiere.
Mis últimas dos relaciones fueron con dos personas diferentes en superficie, obviamente, pero fueron iguales en el fondo. Fueron personas ausentes, a quienes idealicé mucho, y que no me valoraron nada, o muy poco. Darme cuenta de este patrón de nuevo me hizo tocar fondo. Actualmente siento que ni quiero ni puedo tener una relación de pareja con nadie más porque ¿cuál es el sentido?, no sé cómo llevarla, no sé cómo “darme a respetar”, no sé cómo darme mi lugar.
Amo mucho, muy duro, y siento que al darse cuenta de esto, los hombres me han dado por sentado y no hacen ningún esfuerzo. Como si yo todavía tuviera que enmendarme con aquel segundo traído al que lastimé tanto. Me sigo enmendando, pero con otra persona, en otro año, en otra situación. Es enfermizo. Por eso ya no veo el punto, tal vez en el futuro. Cuando de verdad sepa cómo llevar una relación, cuando la terapia me haya sanado, aunque sea un poquito. No lo sé, lo único que sé es que debo invertir MUCHO en mí. Tiempo, dinero, esfuerzo; todo aquello que he hecho por los demás, lo debo de hacer por mí, porque no quiero pasar el resto de mi vida pensando que nunca supe cómo valorarme y que por amar tan duro, hicieron lo que quisieron conmigo. Ya no más.
Por mi experiencia y por lo que he visto en los demás, todos los seres humanos pasan por una especie de crisis, ya sea a finales de sus 20 o inicios de sus 30. La mía fue a los 26 y 27 años, hasta quería formar parte del “Club de los 27” solo por pensar en el suicidio y no por ser una artista famosa y matarme, y convertirme en leyenda…
Entonces, creo que, sin querer, todos pasamos por esa especie de crisis tarde o temprano, ya sea por un corazón roto, un desamor, una enfermedad, un duelo, o muchos se ven como sin rumbo en la vida. No estoy segura si una mujer puede conocerse a sí misma sin este tipo de experiencias, pero sí sé que todos pasamos por una crisis profunda, aunque sea una vez en la vida, no hay escapatoria.
Si nada te sale mal y tu vida va de perlas, te aburrís porque sentís que no estás haciendo nada útil. En fin, tal vez no, tal vez no aprendemos nada si no tocamos fondo, porque eso nos lleva a reflexionar sobre quiénes somos, cómo manejamos nuestras relaciones con los demás, sobre de lo que somos capaces o no. Aunque aún me siento traumada, siento que vale la pena tocar fondo, porque es lo que te despoja de aquella falsa seguridad con la que creces desde adolescente, y viene la vida y te sacude diciéndote “¡Cómo te las llevabas de muy salsa, aquí te va una cucharada de tu propia medicina!” y te volvés humilde. No lo sé, aún lo sigo trabajando…
“Me dije: ‘ya estoy cruzando un límite y esto es demasiado’”,
Sarah Duarte, 40 años, psicóloga.
Diría que tengo varios momentos, pero los dos primeros que vienen a mi cabeza, y que no están interconectados, refieren a una relación de la que salí. Digo que es un punto de no retorno porque me prometí no estar en una relación así, jamás. Significó tomar una vía distinta y no provocar situaciones que me llevaran a lo mismo.
En esa relación llegué a dudar de mí misma, de mis nociones, creí que yo siempre estaba equivocada y qué él siempre tuvo razón. Cuando me propuso tener una relación poliamorosa… cuando entendí que pensé en ello durante varios días me dí cuenta de que yo no era yo. Lo discursivo en él ganó. Me llevó a trabajarme psicológicamente, revisar mis patrones, y preguntarme qué buscaba y a qué estaba respondiendo. Entendí que era lo que estaba llamando a mi vida, porque era lo que yo entendía, lo que necesitaba. Tenía más que ver con darle prioridad a los otros más que darme prioridad a mí misma.
La segunda situación, más tradicional en el sentido de tocar fondo, fue durante el duelo de mi madre. Entré en una etapa de oscuridad, no quería hablar con nadie, estaba muy molesta, muy irritable, aunque sentía todo eso, me di cuenta que me podía afectar muy mal cuando, en el tráfico, un chico manejó de manera imprudente y me iba a chocar. Decidí seguirlo para chocarlo. Aunque no lo logré, no me detuve ni me autorregulé, simplemente dije… “¡no me importa!”. Quería tener la satisfacción de chocarlo, incluso de que muriera con el accidente.
Hasta ese evento fue que me di cuenta que esa oscuridad estaba muy profunda. Nunca había tenido un deseo o una acción tan explícita y consciente de que no me importara la consecuencia. Me observé a mí misma en esas dos situaciones y me dije: ya estoy cruzando un límite y esto es demasiado.
Entonces tomé dos acciones inmediatas. Terminé la relación, me dio miedo creerme algo así, creerme la posibilidad de ir más allá de mis convicciones. Cuando no tengo las respuestas me pongo demasiado científica y leo mucho para encontrar respuestas. Y así terminé la relación, recuerdo que leí muchísimo, entrevisté gente acerca de las relaciones poliamorosas y me di cuenta que no estaba mal. Mi personalidad simplemente no es así, de demasiada demanda emocional. La lectura me permitió encontrar las respuesta en torno a eso. Acepté cuánto caló en mí esa relación en términos emocionales e intelectuales.
Con el duelo pues fue buscar terapia y lo más importante para mi fue aceptar ese lado oscuro de mi. Sí, puedo pasar de 0 a 100; sí, puedo cometer un crimen; sí, puedo hacer cosas que normalmente no haría, y eso tiene un función en mí, de defensa, de protegerme, de darme lo que necesito sin importarme quién necesita de mí.
Eso cambió mi perspectiva de la vida, esos dos eventos cambiaron mi rol en las relaciones amorosas, y de aceptarme. Nunca he vuelto a estar en un estado emocional así de extremo. Cuando me veo cerca, en el sentido de “voy a pasar a un estado agresivo”, busco mi espacio de silencio y de naturaleza. No soy la misma después de eso. Muy feliz de pasar por eso, pero fue una gran sacudida de mis cimientos, los use como una oportunidad para conocerme y saber quién quería ser. Tomar mi camino.
No sé qué tanto dice esta experiencia sobre ser mujer. No lo había visto desde los términos de género, sino como algo humano que no había pasado antes, lo vi como muy normal, que le pasa a cualquiera sin importar su género. Aunque debo decir que el evento del auto, el chico sí cruzamos miradas y si nos perseguimos para hacernos daño, y debo confesar que no sentí miedo. Pero cuando bajó mi nivel de estrés y me estacioné, bueno, pasaron un par de días hasta que se me quitó esa sensación… quizá ver su su cara sí me hizo pensar que para los hombres era más fácil, o está más a flor de piel reaccionar agresivamente. A la distancia yo realmente reaccioné, él empezó. A decir verdad, deseo que cada quien pase por sus experiencias y saque lo mejor de ello.
Para las mujeres, que tenemos tantas barreras sociales, y filtros y poses, algo como reconocer tu oscuridad, y que querías hacerle daño a algún extraño, o reconocer que tu ex caló tanto en tí que dejas de ser tu… considero que sí hay que pasar por este tipo de experiencias, sobre todo en las mujeres. Ahí sí hay un diferencia de género, al menos para mí, porque los hombres tienen más autoconsciencia de sus permisos sociales y nosotras llegamos a darnos cuenta muy tarde, y usualmente tenemos que cargar con el efecto de ser muy libres allá afuera, porque eso viene con estigma también. Hay que pasar por experiencias oscuras, pero ojo, pasar por ellas no es lo que te va hacer aprender de ellas, es la herramienta que buscas o tienes para volver a ti a través de esa experiencia. Si uno no vuelve a uno, la experiencia no funcionó para fortalecerte como mujer y fortalecerte a ti misma.
“Nadie te dice que lo más difícil que te toca hacer es ver dentro de vos misma”,
Priscilla León, 34, periodista.
He escuchado de mujeres que tocan fondo luego de un noviazgo o un matrimonio fallido, no fue mi caso, así que no sé si aplica. Creo que la vez en que interpreto que toqué fondo fue una en que salí de fiesta con personas que apenas conocía y allí en medio de todos me di cuenta que había perdido, en poco tiempo, a gente que era importante para mí. No había familia, no había amigos, ni nadie que yo considerara realmente especial. Esa noche me golpeó.
Esto pasó en el transcurso de un año ¿crisis de los 30 acaso? comencé a volverme demasiado aprensiva con todo en mi vida y con eso, claramente, empecé a perder gente. Yo no me quería quedar sola, no los quería alejar, pero parecía como que era todo lo que sabía hacer. Siento que ese periodo de mi vida sacó muchas de mis inseguridades y me obligó a ver hacia el pasado y hacia muchas cosas que guardaba en secreto. Yo viví cosas de niña y le di poca importancia, me repetía que todo estaba bien, que yo era más fuerte, pero llegó un punto en que todo explotó.
Empecé a ir a terapia, lo malo es que no siempre podés permitirtelo en esta economía. Busqué herramientas de autoayuda, como los podcast. Yo antes era muy cínica respecto a esto, pero a veces necesitas aferrarte a algo.
Nadie te dice que lo más difícil que te toca hacer es ver dentro de vos misma. Es difícil reconocerse, perdonarse, perdonar a otros en su defecto, pero creo que es una labor de todos los días. A veces podés volver a caer en las mismas conductas, pero al menos ya sabes reconocerlas y agarrar por otro camino.
Aprendí a reconocer mis sentimientos y que tenerlos no te hace ser una dramática necesariamente. Respecto a la masculinidad, creo que todos crecimos con nuestros propios traumas de los que es difícil deseducarse. Lo importante es que entre más sabes quién sos, menos le permitís a otros interferir en tu paz. A mí me gustaría saber lo que sé hoy sin todo lo que lloré o lo que viví, pero supongo que es solo a través de la experiencia que realmente te conoces.
“llegué a un fondo financiero bastante profundo”,
Lucy Ruiz, 55 años, Relacionista Pública.
Creo que, aunque he atravesado varios procesos, en mi ya larga vida, el año pasado, sí sentí que se me acababan las opciones. Pasé casi un año sin trabajo, tuve que vender prácticamente todas mis cosas y no encontraba salidas. Es decir, llegué a un fondo financiero bastante profundo. Me di cuenta de que llegué a esa situación al quedarme sin empleo, el haber sido desordenada financieramente toda mi vida y siento que un poco mi por mi edad, que me limitó las opciones.
Acepté cualquier trabajo eventual que me ofrecieron. Y empecé a ordenar algunos asuntos como una causa legal para desalojar a unos inquilinos de la propiedad que es mi único patrimonio. Además, arreglé todos los problemas de impuestos, a través de vender algunas de mis cosas, que aún me quedaban. Cerca de cumplir 10 meses sin empleo, acepté dos propuestas que aunque no son fijas sí me dieron oxígeno. Cambié mi mentalidad y ahora estoy muy consciente de que ya no encontraré empleo con prestaciones ni contrato fijo y así voy, pagando mi seguro social voluntario y sobreviviendo.
Sí, definitivamente ya no soy la misma, cambié porque ahora estoy más consciente de mis gastos, pero también le doy menos importancia a las cosas del trabajo que antes me angustiaban. Lo hago con pasión y profesionalismo, pero sin demasiadas auto presiones.
Y creo que sí, claro que una mujer se puede conocer en su contexto, sus circunstancias y su personalidad. No todos tenemos que atravesar las mismas experiencias.
“Con esto no quiero ser una positivista de mierda ¡para nada! No soy así”,
Ximena Rodríguez, 47 años, empresaria.
Tal vez mi primera respuesta es que no he tocado fondo. No recuerdo haber tenido una situación de desequilibrio. Así es como veo eso de “tocar fondo”; para mí es como perder el equilibrio en todas las esferas de tu vida al mismo tiempo, en lo físico, mental, emocional, espiritual, económico, familiar, profesional, social. Viéndolo así, me surge la pregunta ¿realmente una persona pudiera experimentar un desequilibro en todas estas esferas al mismo tiempo? ¿o se trata más bien de un desequilibrio en una o más de ellas, mas no en todas?
Tal vez tocar fondo está más vinculado a un desequilibrio en la parte mental y/o emocional, que nos hace perder la perspectiva de todo lo otro que sí tenemos, o que está en equilibrio, en armonía. Y con esto no quiero ser una positivista de mierda ¡para nada! No soy así. Creo que, en un momento como ese, a pesar de estar experimentando una crisis emocional o mental (ansiedad, desesperación, depresión, tristeza) olvidados que hay otros aspectos de nuestra vida que están ahí y que nos pueden ayudar a mantenernos a flote, aunque en ese momento de crisis lo obviamos o pasan a un segundo plano.
De igual manera, veo el tocar fondo como una dicotomía. Puede ser una oportunidad o el fin de un largo sufrimiento. Es un estado que te ayuda a buscar soluciones, una salida, te catapulta a levantarte y a seguir adelante, o termina hundiéndote más hacia un camino sin regreso.
Partiendo de todo lo anterior y volviendo a la primera pregunta, entonces pudiera decir que sí, que he tocado fondo en más de una ocasión, por “desequilibrio” en una u otra de esas esferas que ya mencioné. Ya sea algo externo que haya afectado mi equilibrio mental/emocional, o viceversa, un estado mental/emocional que afectó profundamente mi percepción del mundo exterior. Dicho esto, pienso:
Eso de “punto de no retorno” me suena a suicidio. Creo que las veces que he sentido una desesperación extrema ha estado vinculado a mis finanzas. Reconozco que eso me desequilibra mucho. La última vez que experimenté algo así fue durante los primeros meses de la pandemia en 2020. Fueron unos días muy raros. Lo que desesperaba a la mayoría de la gente, era una zona de confort para mí: socialización cero, quedarme en casa todo el día, cero prisas; pero estaba desempleada y casi sin ahorros. Había renunciado a mi empleo a finales de 2019. Para cuando llegó el cierre del país, en República Dominicana, yo ya tenía seis meses sin trabajo, a expensas de mis ahorros.
Como mi talón de Aquiles son las finanzas, con la crisis económica de ese momento, se desencadenó una serie de sensaciones que no eran compatibles con mi salud mental: angustia, incertidumbre, miedo, desesperación, y la autoestima por el suelo, por tanto, sentía que todo me salía mal, que mis capacidades ya no eran iguales, que no iba a volver a ser una persona productiva. No había empleo, por tanto, llegué a pensar que solo había una manera de acabar con tanta agonía y llegué a considerar el suicidio. Cuando me vi pensando en toda “la logística” que tenía que hacer para dejar todo listo, noté que no iba a tener el valor para hacerlo.
Entonces, empecé a hacer cambios de la mano de la nueva realidad en ese momento: la virtualidad. Tomé sesiones de terapia psicológica, conseguí un trabajo temporal, por tanto, tuve algo de ingresos para cubrir los gastos fijos, que para entonces era más que suficiente. Las cosas parecían volver a la normalidad, o al menos a la mía. Tener acompañamiento psicológico y un trabajo me ayudó enormemente a cambiar mi autopercepción, a valorarme nuevamente, a entender que todo ese caos era circunstancial y que tarde o temprano acabaría. Confirmé de nuevo que, si tengo la parte económica asegurada, puedo con todo.
No creo que pueda decir que haya un momento específico que haya marcado un antes y un después en mi vida. Hay varios hitos en el transcurso de mi vida que han contribuido a moldear lo que soy hoy. Ha habido sucesos y personas que han contribuido con cambios importantes en mí, en mi crecimiento personal y han venido a equilibrar varias de las esferas de mi vida en el momento oportuno, o al menos eso creo. Mis mejores momentos no han surgido necesariamente de una crisis, pero son parte de mi crecimiento.
Tomando como referencia mi situación durante la pandemia, pudiera decir que guardé mi feminidad por un largo rato, porque a pesar de la desesperación y el miedo a lo incierto, lo cual se suele vincular a lo femenino, hacia afuera yo mostraba fuerza, dominio y control de mi situación, características muy vinculadas a lo masculino.
¡Sin dudas, una tiene que pasar por esto! Sin embargo, pienso que no hay que “tocar fondo” para conocerse a sí misma. Hay una larga lista de herramientas de las cuales nos podemos sostener para hacer esa necesaria introspección y no es necesario experimentar una profunda crisis para echar mano de ellas. Tampoco puedo negar que, de las crisis, seas hombre o seas mujer, siempre surge algo mejor. Si logramos salir de ese estado, entonces logramos superar otro escalón de este largo camino llamado vida. Cada escalón nos prepara para el siguiente o para dos o tres escalones más adelante, el punto es que se convierte en cúmulo de experiencias en las que vamos descubriendo y adquiriendo esas herramientas que nos van a servir para reconstruirnos una y otra vez, para mantener el equilibrio de todas las esferas mientras montamos la bicicleta de la vida.
“Por momentos creí que el amor propio dolía mucho”,
Carla Natareno, 43 años, comunicadora.
Decir “punto de no retorno” fue la suma de muchas cosas. En lo personal, crecí en una familia muy tradicional y el mismo sistema me educó para ser obediente, resignada y pensar que todo sacrificio se hace por amor. Hay un mandato implícito que nos hace callar o sentir miedo de pedir lo que queremos. También crecí escuchando la frase: “es mejor no decir nada para no causar problemas”. Por mucho tiempo lo creí y guardé cualquier cantidad de cosas creyendo que evitaría muchas dificultades, pero fue todo lo contrario. Una guarda tanto que todo se desborda. Creo que tanto hombres como mujeres no sabemos amar, estamos mal educados en ese sentido. No tenemos la educación adecuada y no me refiero al amor en pareja, sino a todo.
El entorno: la familia, los amigos, el trabajo y la pareja tienen mucho que ver en este sentido. Una voz dentro de mí me decía que tenía que hablar o gritar, que lo que sentía, que no debía obviarlo, que en realidad no era feliz, pero la familia, el trabajo y la pareja te dicen cosas como: “no es para tanto”, “no seás exagerada”, “no aguantas nada”… lo escuchás tanto que lo creés. Yo lloraba y también me decía cualquier cosa para restarle importancia a lo que me estaba afectando tanto.
Es muy duro darse cuenta de eso, cuando se está en una relación donde la manipulación es tan grande ni siquiera te das cuenta de que estás siendo manipulada. Siempre hubo una voz dentro de mí que me decía que las cosas no estaban bien, pero no escuché porque llegó un punto donde ni yo creía en mi propio criterio, solo en el de los demás.
Leí un libro que se llama Cuando el amor es odio, es la historia de una psicóloga que cuenta la experiencia de tratar a mujeres que tenían en común ciertos rasgos y descubrió que las parejas de sus pacientes las minimizaban al punto de hacerlas dudar de ellas mismas. Fue muy duro leerme en esas páginas, sabía que tenía que hacer algo al respecto y no es fácil. La parte más dura fue decírmelo a mí misma y aceptarlo. Decirlo en voz alta, ha sido de las cosas más duras que me he dicho y requiere mucha voluntad y trabajo decidir hacer algo al respecto.
En menos de un año perdí a mi abuela, a mi sobrina, a un buen amigo, todo me llevó a una depresión que no supe cómo trabajarla. En ese momento, por un mandato social me obligué a ser una buena esposa y me di cuenta de que no lo era, me castigué mucho por no serlo y mi expareja me apoyó al principio, pero la frustración también llegó a él. Me di cuenta de que todo lo que me exigía era para él y nada para mí. Estaba hasta dispuesta a minimizar mis duelos, para estar bien y funcionar como su esposa. Yo no era la mujer que había pensado ser y no estaba amando ni me amaban como yo lo merecía. Y así se sumó otro luto. Nos convertimos en dos extraños que vivián en la misma casa, pero sin cruzar palabras, de repente me vi viviendo con un extraño.
Y yo también lo era, todo lo que callé salió a flote. Tenía miedo de decir todo lo que sentía, pero al mismo miedo en el cuerpo ya no me cabía otro silencio más y poco a poco fueron saliendo muchas cosas. Me reproché mucho por haber sido tan dócil y resignada, me castigué tanto. La culpa es muy poderosa en este sentido, porque me sentí como una fracasa y aunque hice todo lo posible por rescatar mi matrimonio, hay rajaduras que simplemente no se pueden arreglar. Y hasta eso, es difícil de aceptar porque socialmente hay una obligación implícita, sobre todo para las mujeres, de salvar el matrimonio y no pude.
Después de ser muy sincera conmigo misma y decidir qué quería y qué no, empecé a tomar terapia. Me sentía perdida y muy triste, sabía que no podía salir sola de ese enredo. Recuerdo que mi expareja me decía que la terapia y los psicólogos eran un timo y por supuesto me convenció. Ahora que lo pienso, no sé si era parte de su manipulación, él fue el primero en decirme que era una pérdida de tiempo. Pero fui, a pesar de todo, y sin duda la terapia y la psicóloga que me acompañaran fueron vitales para reparar mi corazón roto… toda yo estaba rota. También lo hicieron mis amigas, sin ellas no hubiera podido. Cada una a su estilo, con sus palabras, me acompañaron en los incesantes llantos, en muchas cervezas, en palabras llenas de cariño y en regaños muy atinados.
Como buena lectora, los libros también me ayudaron. Nunca leí nada de motivación porque esos libros me deprimen, pero las voces de otras mujeres me brindaron un gran apoyo. También saqué un diplomado en Sanación y sexualidad femenina en el Centro de Formación-Sanación e Investigación Transpersonal Q'anil, y es un viaje que te hace recorrer tus sombras y luces. Todas las personas deberíamos de tener acceso a ese tipo de información.
Aprendí mucho sobre el amor propio, no fue fácil, por momentos creí que el amor propio dolía mucho por el peso de las decisiones que una debe tomar y la culpa siempre se asomó. Me di cuenta de que estamos equivocados respecto al amor y a los mandatos sociales. Me juzgaba con demasiada severidad, pero aprendí a perdonarme, a reconocer mis defectos y mis virtudes. También me di cuenta de que esto es un trabajo de por vida y no hay vuelta atrás, el equilibrio y ser la mujer que quiero ser se construye todos los días, por poquitos, con paciencia y sobre todo con mucho cariño hacia mí misma.
Acerca de si soy la misma, pues no, no soy la misma. He cambiado mucho y me siento muy a gusto. Sigo aprendiendo. Mi experiencia me hizo darme cuenta de que las mujeres y los hombres estamos siguiendo mandatos sociales que nos dañan. Tenemos la información equivocada, que sigue circulando en las canciones, en las películas, en todo. Así es el sistema. De entrada, nos enseñan a no ser sinceros. Creo que el machismo también alcanza a los hombres, pero tampoco justifico el daño que le hacen a las mujeres, con algo tan sencillo como no aceptar un no como respuesta. Yo creo que, si tuviéramos una educación sexual integral, nos ahorraríamos muchos problemas. Pero la mayoría de las personas le huyen a ese tema por una serie de prejuicios absurdos.
Todo esto me hizo entender que hay acciones o palabras que ya no estoy dispuesta a tolerar, ni aceptar. Las mujeres hemos trabajado mucho por cambiar los paradigmas en los temas de género y los hombres han mostrado poco interés en reconstruir una nueva masculinidad, y lo hacen porque no quieren perder sus privilegios. Pero también creo que llegará un punto de quiebre y van a surgir cambios. Reconozco y valoro los esfuerzos, pero falta mucho.
“¿Una mujer se puede conocer a sí misma sin este tipo de experiencias?” Ojalá, porque es muy doloroso. No puedo generalizar, pero siempre habrá rebeldes y las que están dispuestas a gritar. También habrá mujeres en que la vida las sacude, como a mí, para llegar a este punto. También hay mujeres que nunca saldrán de su burbuja porque están muy cómodas o cegadas y a ellas solo queda abrazarlas. Lo importante es que cada persona pueda reencontrarse y como dije antes, tener claro que este proceso es un trabajo de por vida, pero vale la pena.
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