- Gonzo²
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Murió el tío Miguel
La relación con la familia paterna nunca fue, ni será ideal. Pero el tío Miguel fue de los pocos que no se metió con mis hermanos y conmigo mí. Que recuerde, no juzgó nuestra manera de vestir, de hablar, ni nuestra manera de ver la vida, era bien deahuevo, no chingaba. Se acercó a nosotros a mediados de los 90, de pronto, teníamos un tío que no jodía.
Ayer, cerca de la medianoche cayó el mensaje al chat de la familia. Mamá publicó “Mis hijos, acaba de morir el tío Miguel”. Era el único despierto de mis hermanos, la llamé, para saber más. Las muertes modifican a todas las familias por muy malas que sean las relaciones, pero más si es por Covid-19: que si hay un ataúd de zinc, que no puede entrar al Mausoleo de su familia en el Cementerio General, que no habrá velorio y esas cosas propias del contexto actual. Llegó a los 90 años, 60 de ellos como un diabético ejemplar, y según entiendo, su salud ya venía en detrimento. Cuando se supo que contrajo coronavirus, yo al menos, comencé a hacerme a la idea de que el fin estaba cerca.
Terminé la llamada y comencé a recordar, regresé a los 90. Primo de mi padre, el tío Miguel apareció de repente, así lo recuerdo. Llegó a visitar a mi abuela, quien ya iba por los 85 años, y desde entonces, semana a semana llegó a casa. No recuerdo por qué, quizá porque la única distracción con mis hermanos era la televisión nacional, pero un día nos invitó a visitar al Tular, la finca de su esposa, la seño Chita, o al menos así creo que era.
Todos los sábados esperábamos a que llegara. Aguardábamos a que de pronto se escuchara el motor de aquel Mitsubishi L200 del 92, para que con mis hermanos, según los turnos, nos tocara ir a la finca. Tengo la total certeza que eso nos cambió la vida, crecer en contacto con la naturaleza te da otra perspectiva de vida. Caminar entre senderos, recoger un palo y jugar a ser el samurai con la katana más veloz matando enemigos. Meterse a la montaña con la esperanza de ver algún animal silvestre. Digamos que la imaginación vuela.
Una vez, recuerdo que con René, mi hermano menor, estábamos correteando becerros y él nos vio. “Muchá, dejen de chingar a las vacas”. Y sí, dejamos de hacerlo, hasta el fin de semana siguiente. En una de esa, de tanto chingar, un becerrito se resbaló en una hondonada y cayó, diré que se acostó, y no se podía levantar. A mis 12 años o 13, no recuerdo, con René pensamos que le habíamos quebrado el cuello y lo habíamos dejado cuadrapléjico, había que sacrificar al animal. ¡Ala Puta! ¡La cagamos otra vez! ¿Y cómo le íbamos a pagar el animal al tío? pensamos mil y una tonterías, me río al recordar. El pobre termerito berreaba y berreaba, y nosotros cagados. Nos apresuramos a buscar al Chimoltrufio, uno de los hijos del mozo de la finca, y que tenía nuestra edad.
“¡Chimoltrufio, la cagamos con una vaca!”, el pobre palideció, se recagó más que nosotros, porque al final, él era el responsable en ese momento de las pocas cabezas de ganado. Salió corriendo a la hondonada en donde el becerrito estaba en pleno sufrimiento. Cuando llegó y vio el escenario, comenzó a reír. Eran carcajadas. No entendía cuál era el chiste, incluso pensé que que le alegraba de lo que nos podía pasar, de la tremenda puteada que estábamos por recibir. Resulta que se acercó a la ternera, se agachó para tomar uno de sus cascos, y lo alzó. Le dio aviada, el becerrito se volteó sobre su otro costado, se paró, y siguió dando cabriolitas y se fue. “Lo que pasa, -dijo- es que las vacas solo se pueden parar de un lado, por eso tenía la cabeza torcida”-. ¿Y cómo íbamos a saber eso? ¿Y cómo íbamos a saber que desde lejos, el tío Miguel nos estaba viendo?
Ese día, de regreso, cayó la puteada. “Lo que ustedes se tienen que preguntar es ¿qué ganan chingando animales? La otra vez estaban lanzando piedras a un sapo que apareció en el jardín, o la vez que se pusieron a matar los murciélagos que se esconden a dormir detrás de los cuadros -Pero si le chupan la sangre a las vacas, andan con los coágulos de sangre en el lomo- eso es cierto pero a ustedes no les corresponde encargarse de ese problema. Además, no se obtiene nada con que anden por ahí jodiendo animales. Si recibieran algo tendría sentido, pero no. No ganan nada, miren a los animales a los ojos, son como niños. A un animal se le mata en defensa propia, verdadera defensa propia, o porque te lo vas a comer, nada más”.
Fue un knock Out, no lo olvidaré jamás, y jamás he vuelto a molestar a un animal. ¿Qué gano con joderlos? pues sí, nada.
Como esa tuve varias lecciones con el tío Miguel. Pasaron los años, comenzó el distanciamiento familiar, ese que es propio de la edad, el tiempo y de las dinámicas de la vida. La última vez que le hablé fue para invitarlo a mi graduación. Llamé pero ya no escuchaba muy bien, agradeció la invitación... supe que no iría, luego de escucharlo.
Llegó a los 90 años, eso es mucho tiempo. René, puso algo en el chat, es de pocas palabras, pero acertado: “Que en paz descanse, vivió mucho, y bien”. Pues sí, celebro eso. Seguro no fue perfecto, tendría sus cosas, habrá quien tenga historias que lo cuestionen, pero conmigo y mis hermanos siempre compartió experiencias agradables, fue un tío deahuevo. Nos dio aventuras que en nuestra condición social jamás tendríamos. ¿Ir a una finca cada fin de semana? jamás, si en la casa que vivíamos con mamá y mis hermanos siempre se nos recordó que no era nuestra. No cualquiera te lleva a su finca, te alimenta y no te pide nada a cambio. A mí al menos, no me pidió nada.
Murió el tío, espero que el coronavirus no se la haya cobrado duro en sus últimos días en el Centro Médico... en este mundo. En fin, descanse tío. Me quedo con los recuerdos de esa adolescencia, alegre solo los fines de semana. Ir a la finca, esperar a que todos durmieran para salir al jardín de la casa patronal y fumar mis primeros cigarros. Sentarme en las gradas junto a los perros y ver las copas de los eucaliptos, ver las noches estrelladas cuando había cielo abierto en San José Pinula… observar la luna llena y disfrutar el momento lo más posible, porque siempre supe que no sería para siempre.
Gracias tío por darnos esos fines de semana, a mis hermanos y a mí. Jamás hubiéramos tenido esas experiencias, todo fue gracias a usted. Ir a los sembradíos y comer moras, -dos para mí, una para la cosecha-, -dos para mí, una para la cosecha-. Ir a las ferias del pueblo y beber UNA cerveza con los mozos, fumar con ellos mientras chirriabana en las bocinas Bronco, Los Temerarios y Los Tigres del Norte... celebrar en aquellas fiestas a las que nos llevó en la finca vecina, cuando Canalle hacía esa bacanales de película, sentir por momentos cómo es esa vida de haciendas, caballos... de madrugar para ordeñar vacas. Esas jornadas de cielos plomizos cuando enlodados jugamos en la lluvia con mis hermanos y los perros de la finca. Adiós, tío Miguel, gracias por todo.
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