Asesinos

De a poco se van muriendo los ideales, los sueños, los guatemaltecos honrados.

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El ritmo de tu corazón se fue calmando, tu respiración se hizo lenta, ya no me viste, quizá, y ese es mi consuelo, me sentiste. Tomé tu mano, y añoré que no sufrieras más.
Este mes me duele, es un tatuaje que se quedó para siempre pintado en mi ser. El 11 me trae el negro recuerdo de tu adiós, de tu despedida, de tu paz. Sigo pensando en irme también, pero me detiene el pensar que, entonces, para qué tanto sufrimiento el tuyo. Si lo tuyo fue vivir por mí, entonces, debo continuar hasta que las fuerzas, tal como pasó contigo, se me escapen como un suspiro.

Estoy parado fuera de la salita de espera. Hay mucha gente, pero estoy solo, pensando, viendo hacia el cielo oscuro, que es como un agujero que no tiene fin; de pronto, las nubes se hacen pesadas, raras. Segundos después piden hablar con los Rubenes. No quiero pensar en nada en ese momento, camino unos 50 metros, voy junto al Rubén mayor. Entramos, sale un médico, nos pide sentarnos en una silla de una salita fría, infame.

Suelta el golpe, directo, letal, potente. Una palabra, luego otra, y otra más. Mi padre se tambalea. Dijo el informante que no quisiste luchar más, y supe que tus manos nunca más me iban a tocar, que tus ojos jamás volverían a verme, que tu calor no podría tenerlo otra vez. Mi viejo, así le decía, palideció. Deseó correr, ir a buscarte, a verte, a convencerse de que era cierto. Nos pidieron esperar unos minutos. Me quedé paralizado, y supe que debía encarar la responsabilidad de dar la noticia. Los otros que estaban en una salita lejana ya esperaban detrás de la puerta. Los miré de frente, la avalancha emocional sería enorme. Me hice el fuerte.

Hoy (2008), seis años después, tengo la imagen clavada en mi alma, el otro Rubén tampoco está. Me quedan los recuerdos, buenos y malos. Una tristeza eterna, un vacío del tamaño del universo. Y como aquella vez, viendo el cielo oscuro y las nubes cayendo como mazos sobre mi cabeza.

 

ROMPECABEZAS
Camino contigo, te siento, te vivo. Se acelera todo. Camino contigo. Voy a tu lado, siento tus manos, veo tus pasos. Platico, te veo, te admiro, te necesito. Ansias, ganas, deseos. Eso pasa, eso vivo. Siento tus labios, sutiles, suaves, intensos. Palpito a tu lado; contigo se acelera todo. Siento tu calor, te abrazo, te vivo, te siento. Te extraño. Tú, una imagen bella, tibia como la brisa del mar en un atardecer de verano con chispas de soledad; yo, unas letras que surgieron sin mayores sueños que los de existir efímeramente en ti.
Quiero aprisionar aquel camino gris con luces y aquel espacio que por unos segundos nos hizo uno. Quiero aprisionar la oscuridad de aquel espacio de cinema, y redescubrir la suavidad de tus labios de mujer.

Vengo retrocediendo en el tiempo, pero avanzo al mismo tiempo y te veo a mi lado, caminando por unas calles que no terminan de ser nuestras, de soledades relativas entre revistas, de charlas entrecortadas, de besos a medias, de caricias que no logran madurar. Quiero aprisionar tu cabello entre mis dedos, tus ojos en mi mirada, tu sonrisa entre mi boca y tu cuerpo entre mis ganas y ansias.

Acuso un deseo de tomarte completa para mí y perderme entre el vértigo que imagino en tu piel, en el huracán que sospecho provoca una cama contigo, en el torrente de laberintos para descubrir en tu carne. Quiero aprisionarte entre mis brazos; que no puedas escapar hasta que ya no tenga fuerzas para detenerte, hasta que se acabe tu mirada, hasta que se me olvide, hasta que aquellas otras tantas letras no sean reales y dejen de ser vigentes.

Las imágenes fluyen, tu figura, tus formas. Siguen incesantes, como la lluvia, como el caminar de las gentes en la calle. Un beso, una caricia, te quiero toda. ¿Irreverente? Sí, lo soy. Como la muerte con la vida, como la tormenta con la calma, como el torrente de agua que genera energía, como el gris que cubre el azul y blanco del cielo, como la oscuridad que hace breve el crepúsculo.

ASESINOS
La ausencia de voluntad es lo que nos tiene postrados. La inteligente visión del chapín, de que a más leyes, mejores condiciones de vida tendremos, nos convierte en una selva.
Guatemala se desangra en medio de la incoherencia de los líderes que no hacen más que llevar agua a su molino. Así se maneja esta finca.
La ausencia de voluntad hace que la impunidad sea el pan nuestro de cada día. Dejamos que los mediocres sigan sangrando no solo a las instituciones estatales, sino a las privadas.

De a poco se van muriendo los ideales, los sueños, los guatemaltecos honrados. Los matan, tanto el hombre que por un celular y para evitar ser perseguido, le mete un par de balazos a su víctima, sabiendo que si lo atrapan pasará un par de días en la prisión y saldrá como si nada hubiera hecho, gracias al Ministerio Público, un ente tan o más que ineficiente que el IGSS.

Pero no solo esta clase de victimarios existen y para quienes los derechos humanos son válidos. Están aquellos que usan los fideicomisos para engordar sus cuentas bancarias, aquellos que no ejecutan los presupuestos y los intereses se vuelven invisibles y generan riqueza para quienes fueron favorecidos por los seudolíderes de este país.
Matan los que se aprovechan de la falta de valentía de quienes prefieren aumentar los subsidios para el transporte, para que no les salga cara la factura política, y siguen llorando porque su negocito no es rentable.

Matan aquellos que se aprovechan de las donaciones humanitarias para quedárselas cuando la naturaleza se violenta. Mata el que solo ve el derecho de su nariz, el que no tiene idea de que la caza o pesca indiscriminada atenta contra la fauna. Mata el que corta nuestros bosques con el único deseo de hacerse rico. Mata el que conduce un vehículo en estado de ebriedad, el que cree que pasarse en rojo lo hará llegar más temprano, el que por prepotencia actúa en contra de sus semejantes.

Mata la estupidez del ser. Mata el que nunca será, y destruye lo que sí es.

 

 

 

Última modificación Domingo, 17 Marzo 2024 11:21
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