Michela Craveri

Vitalidad y renovación de la cultura maya en la poesía de Coxolcá Tohom

Fuimos a excavar 

los huesos de nuestros antepasados. 

Y encontramos nuestro conocimiento

(Giovany Coxolcá)

 

Quisiera abrir estas páginas con una reflexión sobre la importancia de la poesía en nuestra vida cotidiana, en cuanto ventana que se abre sobre el mundo y nos obliga a detener el paso, centrar nuestra atención hacia lo pequeño y grande de nuestra existencia. La poesía es mucho más que un adorno y no tiene solo una función estética. La poesía es una forma de interpretar la realidad, es una puerta que nos permite entrar en profundidad en el significado de las cosas. En el caso de la poesía de los pueblos originarios, su función es aún más significativa para un lector de habla hispana, porque nos da la oportunidad de recorrer caminos insólitos, entrar en nuevas significaciones, aprender nuevas maneras de conocer, sentir y vivir.    

La poesía de Giovany Emanuel Coxolcá Tohom, que se publica hoy en esta edición bilingüe kaqchikel-español, es un magnífico ejemplo de la vitalidad y riqueza de la cultura maya de Guatemala, por su capacidad de renovación y la profundidad de sus raíces ancestrales. El poeta fue ganador de la primera mención honorífica en el XVI Premio Mesoamericano de Poesía Luis Cardoza y Aragón 2021, otorgado por la Embajada de México en Guatemala, el Fondo de Cultura Económica y el Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala.

La publicación de un poemario en las lenguas originarias de América siempre es un motivo de celebración, no solo por la posibilidad de que la palabra poética llegue a otras orillas, sino por el testimonio de voces demasiadas veces marginadas y borradas bajo siglos de discriminación. Al contrario, a mi parecer las culturas originarias tienen mucho que decir y enseñar, en un mundo caracterizado por guerras, explotación ambiental, racismo y desigualdades. La voz del poeta parece darnos sugerencias, admoniciones, que nos orientan en el mundo caótico de la posmodernidad. 

En la poesía titulada “Ri q’aq”, “El fuego”, por ejemplo, el poeta identifica el sentido de la existencia humana en el fuego, entendido —según la cultura maya— como centro del hogar, origen de la vida, unión entre las piedras del fogón femeninas y la chispa masculina, axis mundi y principio de fertilidad. El fuego al cual alude el poeta no es solo un punto de unión entre el ser humano y el cosmos, sino también un centro de convergencia entre las generaciones, el lugar del encuentro entre la familia y los ancestros. El fuego es entendido, entonces, como un centro vital que nos une al universo y a nuestras raíces ancestrales y por esto nos hace sentir vivos y nos hace humanos.

Resulta esencial escuchar la voz del poeta en el caos posmoderno, en la fragmentación de los puntos de referencia tradicionales. Aquí, la cultura maya nos guía y nos indica un camino que recorrer. Identifica el origen del tiempo en el ombligo, que nos une al cuerpo de la madre, generación tras generación, en una línea continua de relaciones, correspondencias, enseñanzas. Porque lo que nos indica el autor en este poemario es que el ser humano no puede existir fuera de una red de relaciones existenciales con los animales, las plantas, las estrellas y nuestros antepasados. La receta que nos propone el poeta delante del dolor y la soledad del individuo contemporáneo es precisamente esta: ponerse en una actitud humilde de escucha y contemplación delante de la naturaleza, caminar conjuntamente y participar en la magia del mundo:

Arrodíllate frente a los astros 

cuando escuches arrullar a la paloma silvestre.

Al recorrer el camino ancestral, el poeta también rememora y denuncia. Denuncia los abusos que su cultura ha tenido que sobrellevar: el robo de las tierras, los abuelos perseguidos que se lanzan al barranco, los huesos que hay que desenterrar, la hermanita arrancada de los brazos maternos. Y la seguridad de que hay que recuperar la palabra de los antiguos padres, sus mitos y sus enseñanzas, para reafirmar la relación con los otros seres y no perdernos en un mundo violado.

Nos quitaron nuestros ríos, 

se robaron nuestras tierras, 

quemaron nuestros bosques, 

se llevaron nuestras mieles.

En el poema titulado “Ri Pop Wuj”, “El Popol Vuh”, además del evidente homenaje al patrimonio poético maya, el poeta nos permite comprender en profundidad el significado de la palabra poética ancestral para las culturas originarias. Palabra que no se puede encerrar, fijar en la página de un libro, ni sobre todo medir, seccionar, reducir a un ritmo métrico, que no refleja la música de las cosas naturales. A diferencia de la métrica de la poesía occidental, basada en un número definido de sílabas o acentos, la versificación maya se basa en la reiteración de conceptos, en la creación de círculos semánticos, líneas helicoidales de significados, que crean redes infinitas de evocaciones, símbolo del valor profundo de las cosas. Porque, como dice el poeta:

las palabras son de extensión imposible, 

hondas como los barrancos, 

altas como el cielo.

Y en esta concepción plena de la palabra, como fuerza evocadora, reside la función de la poesía de Giovany Coxolcá. Una poesía en donde las palabras no son seccionadas, medidas y reducidas, sino que se expanden, desde los barrancos hasta el cielo, desde los ancestros hacia las futuras generaciones. Es una palabra que une, amarra los conceptos, crea nuevos mundos y sobre todo nos involucra en ellos. Es también una palabra que nos lleva dentro del universo, una palabra casi transparente, que no tiene la función de nombrar o encasillar, sino la de revelar y mostrar.

No le pongan nombre a la lluvia, 

al granizo, 

simplemente pasen en la tierra, 

el tiempo sin principio ni fin 

con un parpadeo apagará 

la memoria de las civilizaciones, 

escrita por quienes 

ya estuvieron en la tierra.

Aquí la palabra no fija los significados, no implica un acto racional, sino un acercamiento emotivo y simbólico al significado de las cosas. La lluvia fuera de las constricciones verbales recupera su función fertilizadora, antes y después de la palabra, ya que las gotas de agua nos empapan y nos hacen sentir parte de un mundo palpitante, mucho más amplio y poderoso, a donde regresan los espíritus de los difuntos, hechos polvo y hechos lluvia.

La idea del amarre, del nudo y de la red puede dar razón de la construcción del universo poético del autor. Una poesía que retoma la herencia de la tradición poética maya, con recursos clásicos como las repeticiones, los difrasismos (la lluvia/el granizo, el agua/ la luna; lo dicho/ lo comido/ lo llorado; un ciprés/ un álamo/ un encino/ un pino; el hambre/ la sed), la estructura circular y el paralelismo. El ritmo poético es el de la tradición maya, pero con una reinterpretación basada en la poesía conversacional contemporánea, como un poema hablado. Las repeticiones se alternan al verso libre y un ritmo sagrado deja paso a menudo a un estilo conversacional, informal, mucho más rápido, a veces telegráfico.


En el cruce entre modernidad y tradición, el poeta encuentra su clave de lectura. Temas ancestrales, como el camino comunitario o la relación entre los ancestros y las estrellas, dejan paso a las pequeñas y grandes acciones cotidianas: el hijo de don Juan que se pierde detrás del sueño americano, las manos cruzadas de dos amantes, las moscas que sobrevuelan el pan, el trabajo de la tierra y el vuelo enigmático de un zanate. 

El mundo aparece en la poesía de Giovany Coxolcá como un lugar mágico, lleno de maravillas, según las coordenadas culturales de la tradición maya. Los perros se presentan no solo como compañeros del hombre, sino como guías en su camino hacia el Más allá. Y según la enseñanza también recogida en el Popol Vuh, en el célebre episodio de la rebelión de los animales y objetos domésticos, hay que respetar a los animales para respetarnos a nosotros mismos, ya que todos somos parte del mismo principio vital. La materia se diluye en las fuerzas naturales, el pan es el pecho materno, el conejo es un símbolo celeste, asociado a las nubes y la luna, los coyotes miden la extensión de la muerte con sus aullidos y la muerte llega en las alas de un tecolote. El tiempo, gran fuerza cósmica, vuelve constantemente sobre sí mismo, como los retoños del encino, que brotan de los troncos derribados por el hacha y darán nuevos troncos, de los cuales saldrán nuevos brotes y nueva vida, en las siguientes generaciones.

Leer este poemario es como recorrer de la mano del poeta los antiguos senderos que cruzan los cerros y los valles de Guatemala. Allí los antepasados “platican con el corazón de la tierra”, el poeta es “un pequeño venado que se enrosca en tu ombligo” y el maestro, fuente de sabiduría, “muestra los pasos del espíritu de la montaña”. Al empezar este recorrido, descubriremos que las palabras a las que alude el título no son imposibles y nos tienden puentes entre nosotros y el mundo.

...


Michela Craveri, italiana, doctora en Estudios Mesoamericanos por la UNAM, donde también ha impartido cursos de literatura maya en el Posgrado en Estudios Mesoamericanos. Actualmente es profesora de tiempo completo de literatura hispanoamericana en la Universidad Católica de Milán. Se ha ocupado del estudio de la retórica de la tradición oral maya, en particular de textos rituales y míticos del área k’iche’. Es autora de algunas monografías sobre literatura maya y literatura centroamericana. Su actual línea de investigación se centra en el papel de las comunidades afrodescendientes en Centroamérica y su relación con las comunidades indígenas, la huella de la trata negrera en la cultura latinoamericana y la literatura de autores centroamericanos afrodescendientes.

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