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Ray Davies, el cantor de Muswell Hill
1) Medio en broma, medio en serio, Ray Davies se fastidia cuando lo presentan como el quintessencial English songwriter. No le gusta que lo releguen a un solo nicho del mercado. Incluso escribió y publicó un libro, titulado Americana. The Kinks, the road: the history (2013), para recordarnos que su imaginación como niño y sus referentes como músico se asentaron en territorio estadunidense. De patojo se emocionó con las películas de indios y vaqueros situadas en las vastas planicies de Texas y Oklahoma, donde todo justiciero liquidaba a sus enemigos sin recibir un solo tiro, y rodaban las manadas de bisontes por miles antes de que los pioneros los apartaran a escopetazos en su ruta al oeste.
«Después vino la música. Las canciones de rock, jazz, skiffle, folk, blues y country llegaron a liberarme como londinense creciendo en la austeridad de la Bretaña de la posguerra. La música me dio el sentimiento de que podía expresarme con esta nueva forma de arte llamada rock and roll», escribió al presentar su álbum Americana en 2017. Sus héroes eran Chet Atkins, Big Bill Broonzy, Slim Harpo y Muddy Waters; cuando viajó por primera vez a Estados Unidos, amparado por el éxito de las primeras canciones que escribió y grabó junto a The Kinks, se emocionó al encontrarse en los lugares que sólo conocía de vista y de oído; poco después, «aquellas imágenes romantizadas de mi niñez fueron reemplazadas por el mundo real, al igual que la parpadeante luz de la fantasía se convierte en la helada luz del día» (imposible librarse de las rimas al traducir).
Si bien su fascinación por Estados Unidos preside su reciente obra solista (Our Country: Americana Act II, 2018), la mayor parte de su trabajo se respalda en cuanto vivió, observó y conoció alrededor de Muswell Hill, su barrio natal situado al norte de Londres. No habla del té servido a las cinco de la tarde en punto, ni de llevar la izquierda en vez de la derecha al conducir y dirigirse de una orilla a otra de la ciudad a bordo de un bus de doble cabina, pero escribe acerca de su niñez, de la hermana que siguió a su esposo cuando emigró a la remota Australia, de la madre a la espera de que la otra hermana mayor regresara de bailar a medianoche, los rigores de la educación incapaces de explicarle al estudiante quién es, por qué vive, y de los personajes que les sirvieron para retratar al hombre bien respetable y al dedicado seguidor de la moda. Nunca se habría encontrado con estos tipos de haber fijado su residencia en la tierra de los valientes y el hogar de los libres: pertenecen al territorio insular, donde las especies son endémicas.
Ringo Starr soñó con emigrar a Texas y ocuparse en las labores del campo; cuesta imaginárselo arreando ganado, disminuido por el tamaño de sus compañeros de labores y expuesto a las bromas que sufriría en su condición de tenderfoot. Ray Davies ya rondaba los cincuenta y tantos años cuando abandonó el Reino Unido dirigido por el primer ministro Tony Blair y se afincó en Nueva Orleans. Observó varios de los funerales acompañados por bandas municipales que celebran la vida recién dejada por el difunto en vez de lamentar su deceso: vivió cerca de una iglesia. «Allá era otra persona más, lo que me sentaba bien, y me adapté a la escena musical», recordó en entrevista para la BBC. Pero en Nueva Orleans las armas circulan de mano en mano al igual que en las demás ciudades y condados de la Unión Americana: algunas se utilizan para salir de cacería, otras se almacenan por montones previendo el Apocalipsis, la gran mayoría sirven para cometer delitos, y una pistola fue apuntada en dirección de Ray Davies el 4 de enero de 2004 cuando persiguió al ladrón que le arrebató el bolso a su amiga J. J. (así la identifica en su libro Americana). Pasaron los años, se niega a mencionarlo en entrevistas, pero algo, el enojo acumulado por eras, lo impulsó a ir tras el hombre, confrontarlo, exigirle la devolución del bolso y terminar derribado por el balazo que recibió en la pierna derecha.
Davies cuenta que alcanzó a moverse al observar la llamita que brotó de la pistola cuando le dispararon; pudieron acertarle el tiro en el pecho o el estómago; también alcanzó a ver la mirada del asaltante; se supo indefenso al encontrarse en el lado equivocado de la ley. Abandonó la ciudad nueve meses después, superada la estancia en el hospital (ingresó como un John Doe cualquiera, sin documento que respaldara ante médicos y policías que se trataba de Raymond Douglas Davies, su nombre completo) y la primera fase de su recuperación. El sospechoso identificado como Jerome Barra fue detenido al poco tiempo, pero los cargos se desestimaron en dos ocasiones entre 2005 (el año del huracán Katrina) y 2007: Davies tenía compromisos previos que le impidieron estar en Nueva Orleans para asistir a las audiencias. Llegó a sospechar que las citas coincidían con sus planes ya fijados; la segunda vez prefirió quedarse en Londres para mezclar las canciones de su nuevo álbum.
2) Son escasas las fotos donde Davies sale junto a sus contemporáneos («no son mis pares», aclara para desconcierto del periodista y el admirador), los músicos que cobraron fama a partir de 1964 tras debutar en clubes con pocos meses de diferencia. Evitó los caminos frecuentados por los Beatles, los Rolling Stones y The Who, aunque llegó a tener cierta amistad con Pete Townshend. «Hay una mutua telepatía. Pienso que escuchamos el trabajo de cada quien. [Pero] cuando tuve una charla significativa con él, Pete dijo “nosotros nunca hablamos” y yo dije “¿para qué empezar?», declaró Davies para The New Stateman. Se ahorran las palabras, pero no los elogios: Townshend afirmó que «Ray fue el primero que tomó nuestro lenguaje y lo definió, lo refinó, lo purificó y lo convirtió en lo que es hoy» a la hora de escribir canciones. Más cercano resultó a David Bowie. Los dos compartieron el gusto por los personajes, los disfraces, las puestas en escena y la actuación en sus videos: ¿por qué no los contrataron para salir en algún especial de Doctor Who, dándole el papel del Doctor a Ray Davies y del Master a David Bowie? Ambos habrían dialogado sobre la inmortalidad mientras los mundos se destruyen a su alrededor.
The Kinks no se asomó a la pista del Rolling Stones’s Rock and Roll Circus; tampoco apareció en los conciertos masivos amparados por el Live Aid y el Prince’s Trust para respaldar obras benéficas, despertar conciencias o algo así. En cambio, Ray Davies vistió su saco estampado con la Union Jack para cantar su canción «Lola» en el concierto que conmemoró el jubileo de oro de la reina Isabel II el 3 de junio de 2002, en los jardines del palacio de Buckingham (no se quedó para el ensamble final, encabezado por Paul McCartney), y se asomó a la clausura de los Juegos Olímpicos de Londres celebrada el 12 de agosto de 2012 para cantar «Waterloo Sunset», su canción mejor (cuentan que la transmisión para Estados Unidos, a cargo de la cadena NBC, cortó el segmento de Davies para dedicarlo a los cortes comerciales). Estuvo en un par de fechas puntuales para su país, transmitidas vía satélite al resto del mundo; tampoco se juntó con los demás invitados. Siempre anduvo a su aire.
3) Raymond Douglas Davies es el séptimo hijo del matrimonio formado por Frederick George Davies y Annie Florence Willmore. Nació el 21 de junio de 1944, a los 15 días de que las tropas aliadas desembarcaran contrarreloj en las playas de Normandía y comenzaran el último asalto contra la Alemania nazi desde el frente occidental; morían los soldados ingleses en combate y las bajas se reponían con los niños nacidos entre las alarmas causadas por los bombardeos. El pequeño Raymond reinó bendito entre las mujeres hasta la llegada de su hermano David Russell Gordon ocurrida el 3 de febrero de 1947. No le causó gracia que lo destronara, pero sí aceptó que salió mejor parecido y pensó colocarlo en medio del escenario mientras él se ocultaba tras la cortina del teatro.
Pasaron años sin hablarse desde que The Kinks dieron su último concierto en 1996. Dave se instaló en Nueva Jersey, Ray regresó al norte de Londres, ahora se comunican por Internet. Pete Townshend contó allá por 2015 que los urgió a que se juntaran como The Kinks para que salieran de gira y celebraran el 50 aniversario del grupo. «Pudieron regresar como multimillonarios», comentó. Y sí, se reunieron, pero a la manera de Ray: subió a cantar «You Really Got Me», la canción que los llevó a la fama en el año de gracia 1964, para alegría del público que asistió al concierto de Dave ofrecido en el Islington Assembly Hall el 18 de diciembre de ese año. «Pienso que la banda es como la familia. Discutís un montón y peleás, pero querés mucho a cada uno. Siempre fuimos nosotros contra el mundo. ¿Y de grabar y tocar otra vez? Nunca seremos los Kinks que fuimos, pero nunca nos separamos», afirmó Ray para el Sunday Times.
Y ahí están sus letras y su música, desde las primerizas tonadas amorosas («Stop Your Sobbing», «Who’ll Be The Next In Line») escritas para escalar la mayor cantidad de posiciones en listas, hasta ese momento ansiado por todo creador: el feliz hallazgo de un estilo propio a partir de los retratos elaborados en «A Well Respected Man» y «Dedicated Follower of Fashion», basados en los personajes que entonces se encontraban en los barrios y las calles de Londres. Puede ser ocurrente («Apeman»), paranoico («Destroyer»), agradecido («Working at The Factory»), ambiguo («See My Friends»), nostálgico («Come Dancing»); también se ilusiona («Only a Dream»), trata de tender puentes («How Do I Get Close») y manda su petición de tregua si la ruptura amorosa se agrava («Peace In Our Time»). «A menos que las canciones me dejen, me persiguen para siempre. Soy atormentado por las canciones que escribí pero nunca grabé», comentó para The Guardian. Al Sunday Times le contó que espera completar varias de sus piezas incompletas, tiene un montón de material y seguro saldrá algo nuevo. También conserva decenas de cintas en videotape, grabaciones en cassettes y demás formatos desterrados por los archivos digitales. Lleva un registro detallado de su paso por este mundo.
4) Ahora resulta que Ray Davies se incorpora al club de músicos octogenarios a partir de hoy. Irá a buscar su sillón para sentarse en lugar aparte, sin que nadie le importune, mientras lee los periódicos o le echa un vistazo a su teléfono. Arrastra las secuelas del tiro que recibió en la pierna, la medicación lo altera, le condiciona el día. Pero aunque no se deje ver, todos sabrán que llegó.
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