Eddy Roma

Keith Richards, entre la vejez y la amistad

1) En frase atribuida al cantante y guitarrista inglés Keith Richards, allá por 1997, se afirma que «envejecer es fascinante. Entre más viejo sos, más viejo querés ser». Si la tomamos al pie de la letra, pensamos que Richards recibió de buena gana al encanecimiento, la pérdida de la memoria y la fragilidad ósea que expone a los ancianos a sufrir caídas dentro y fuera del hogar, a riesgo de que vayan a parar al hospital donde medio les arreglan la cadera rota, y acaban relegados al uso del andador por lo que reste de vida.

Pues no es así. En entrevista con Michael Hainey, poco después de que se estrenara la película Shine a Light, Richards aclaró que «uno empieza a discernir ciertas pistas que es importante seguir». No se refirió a la supuesta sabiduría que llega con la madurez, tampoco mencionó cuáles son esas pistas, pero advirtió: «si uno tiene la capacidad de conectarlas, es otra cosa». Confía en su instinto, elige el camino que mejor le parece y ahí se va, con su linterna de explorador y su cuchillo de caza al cinto. Si le falla la batería, sabrá tantear entre la oscuridad; si pierde su cuchillo, aún le quedan sus manos para escarbar y defenderse.

Keith Richards esquivó la diabetes, el cáncer de próstata y el alzhéimer que afligen a la mayoría de los hombres pasado cierto tiempo; sólo terminó con una costilla rota cuando resbaló de la escalera en su intento por bajar un libro de lo alto de su biblioteca en su casa de Connecticut (mayo de 1998) y le trepanaron el cráneo para operarlo del hematoma que le detectaron días después de caerse de un árbol mientras vacacionaba en Wakaya, isla privada perteneciente al archipiélago de las Fiyi (abril de 2006). Afirma que se curó de la hepatitis C y se las arregló para lidiar con la artritis que le engarrotó las manos. Cuando Mark Savage, corresponsal de la bbc, le preguntó si eso afectó su forma de tocar, respondió: «no lo dudo, pero no me duele nada, es una versión benigna. Si le bajé un poquito es más probable que se deba a la edad». Tal vez piense que no podrá volver a ejecutar ciertos acordes, pero la guitarra le muestra nuevos caminos para tocarla: «algún dedo buscará su espacio y toda una nueva puerta se abre. Siempre estás aprendiendo. Nunca terminás la escuela, vos».

Aunque quisiera jubilarse y pasar el tiempo que le resta en su propiedad de Jamaica, no puede hacerlo: se lo impiden su pertenencia a los Rolling Stones (considera que la banda es superior a todo individualismo), sus ganas de desafiar los límites («nadie le preguntó a Duke Ellington y Count Basie a qué horas pensaban retirarse») y la fidelidad a sus difuntos. De joven, Richards se negó a tener un empleo formal para no decirle «sí señor» a nadie; ahora trabaja para Ian Stewart, el pianista fallecido de un paro cardíaco el 12 de diciembre de 1985, y Charlie Watts, el baterista muerto por un infarto el 24 de agosto de 2021. «Sin Ian, los Stones no hubiesen existido», afirma ante el escéptico que ponga en duda el papel ejercido por el músico bajado del escenario por mayor y poco agraciado; al despertarse, lo primero que observa es la fotografía de Charlie Watts que mandó a colocar cerca de las gradas que están a la salida de su cuarto. «Todavía hablo con él cuando tengo una pregunta, me digo “qué diría Charlie ahora”, y espero la respuesta. Sólo porque petateaste no significa que estés acabado», declaró para The Telegraph.

Richards llegó a pasar nueve días sin dormir mientras captaba las señales que le permitían escribir sus canciones; también controló su consumo de heroína para no vérselas con sobredosis y centros de rehabilitación. Se dice que las privaciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial (alimentos férreamente racionados, cero chucherías) fortalecieron las defensas de la generación nacida entre los bombardeos y las incursiones de la aviación alemana. Al final se desprendió de sus hábitos: dejó la cocaína en 2006, ya no se echa su trago de vodka con naranja (apodado «the Nuclear Waste», el desecho nuclear) y fumó su último cigarrillo en 2019. Para su deleite, muchos aún se creen la historia de que esnifó parte de las cenizas de su padre Bert Richards; recuerda conmovido que su madre, Doris Dupree, le habló de las bondades de la morfina mientras la velaba días antes de que falleciera. Le conviene a la leyenda del destroyer que porta su anillo de calavera en el dedo anular izquierdo, obsequiado en 1978 por los orfebres David Courts y Bill Hackett, para tener bien presentes a los huesos y las órbitas vacías que subyacen tras todo rostro.

2) Son contadas las amistades surgidas en la escuela de párvulos que se mantienen hasta la adolescencia o la adultez. Mick Jagger y Keith Richards se conocen desde que tienen cinco o seis años, hicieron la primaria juntos, «Mick era bien pilas y yo era medio mudo», recordó Richards para la National Public Radio, «así que Mick fue a la escuela de gramática y yo a la escuela técnica; necesitaba aprender unas cuantas cosas más». La educación respaldaba el sistema de castas británico: la escuela de gramática preparaba a los profesores; la técnica forjaba a los obreros. Mick salió con los conocimientos para estudiar economía; Keith, al verse expulsado antes de completar la secundaria, encontró cobijo en una escuela de arte. 

Así pasaron los años hasta el encuentro conmemorado con placa azul en la estación de trenes de Dartford, localidad del condado de Kent situada a 20 millas al oeste de Londres, ocurrido el 17 de octubre de 1961. Al mutuo reconocimiento (se saludaron el verano anterior cuando Mick vendía helados frente a la intendencia de Dartford, según lo refiere el diario argentino Clarín), siguió la inmediata afinidad al descubrirse con discos de Chuck Berry y Muddy Waters bajo el brazo. Blues y rock and roll, cantantes y guitarristas de raza negra: ambas tradiciones fueron asumidas junto al góspel, el reggae y el funk por Richards, mientras Jagger se inclinaba por la música disco, el punk, el new wave y la electrónica según avanzaban las décadas. 

Richards es hijo único; sus padres se divorciaron a los pocos años de casados; Jagger es lo más cercano a su hermano, su competidor y su compañero de juegos. Tiene motivos para quererlo y razones para detestarlo; vivieron su tercera guerra mundial cuando Jagger privilegió su intento por establecerse como solista entre 1985 y 1987 mientras los Stones estuvieron a milímetros de separarse. Cercanos y opuestos: Richards es el bostero, Jagger el millonario; Richards fue imaginado por Fiódor Dostoyevski, Jagger se asoma en los salones frecuentados por el conde Lev Tolstói; Richards es el forajido y Jagger el aristócrata. Asegura que Jagger no tiene nada que decir al margen de los Stones; comprobó que no es sencillo ponerse al frente de una banda cuando probó suerte por su cuenta. Ya no está Charlie Watts para ejercer de sabio mediador entre los dos, llevando recados de un camerino a otro; están solos, como al principio. Solos se acercaron al estudio con guitarra y armónica en mano para tocar la versión de «Rollin’ Stone» que cierra Hackney Diamonds, el disco editado el 20 de octubre de 2023 tras 18 años sin entregar material inédito. 

3) En años recientes, según apuntó la revista gq, circuló el chiste donde se pregunta qué clase de mundo le dejarán a Keith Richards; hace poco se divulgó la ilustración de un juglar, elaborada a la manera medieval y datada en el año 1140 de la era cristiana, donde se declara que es su imagen más antigua conocida. Tampoco faltó el bromista: de arder el planeta en el fuego atómico, sólo sobrevivirían Keith Richards y las cucarachas. «Y que Dios guarde a las cucarachas», respondió. Ahí estuvo antes de que naciéramos muchos de sus escuchas; ahí sigue desde el 18 de diciembre de 1943 y ahí estará donde suenen sus canciones; «Slipping Away», «Wanna Hold You», «Can’t Be Seen» y «You Got The Silver» son mis favoritas.

Y mientras se leen estas líneas, Keith Richards celebra sus 80 años de existencia y el 40 aniversario de su matrimonio con la modelo estadunidense Patti Hansen. Según el diario The Sun, planeaba juntar a toda su familia (un varón, tres mujeres, seis nietos; su estirpe se reparte entre Inglaterra y Estados Unidos) para irse de safari al África.

 

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