¿Por qué es tan difícil decir adiós?

Entre aceptar y olvidar hay un gran trecho.

Mientras escribo esto, enciendo un cigarro y escucho aquel one hit wonder de Gotye y Kimbra llamado Somebody That I Used To Know. Talvez sea mi manera de lidiar con un recuerdo que aún me duele y que, por alguna razón, volvió a subir a la superficie hace algunas semanas. A todos, incluso a los más cínicos, nos han roto el corazón.

Yo, por ejemplo, oí mi corazón romperse aquella tarde en que J. y yo coincidimos en el mismo espacio y, al verme, él volteó hacia donde estaba otra chica y se puso a hacerle plática. Era una chica que yo sabía que ni siquiera le caía bien, pero supongo que ese es el problema de conocer tan bien a alguien y que de pronto te comience a tratar como extraña, como si no te merecieras ni un saludo ni una mirada. Aunque en ese momento debí hacerme a la idea de que todo se había terminado, a veces el corazón se tarda en entender.

Nada, ni lo malo ni lo bueno, dura para siempre. Claro, cuando lo malo acaba, un mal amante o una jefa del demonio, nadie se queja. Con lo bueno es diferente, porque aunque no todo haya sido bueno 24/7 nos aferramos a los recuerdos bonitos, a creer que nunca encontraremos algo igual, a pensar que nos quedaremos solos para siempre.

Terminar una relación no es fácil, vienen los sentimientos de culpa, el “en qué me equivoqué” o el “qué pude haber hecho distinto”. Y seguro hay mil cosas que podrías haber hecho distinto, pero es muy tarde y ya nada te sacas con darte latigazos. Es extraño pero hay que tratar de comprender al otro, porque él ya tomó su decisión y hace lo que en ese momento más le conviene.

Madurar y aceptar que algo se acabó no sucede de un día para otro, y tampoco ayudan mucho los consejos de “Ya déjalo ir”. Bueno, si fuera tan fácil eso de dejar ir no hubiera despertado cada día a las 3 AM pensando en él, no hubiera esperado su llamada en mi celular o no hubiera llorado borracha en los brazos de extraños con los que solo debía bailar o besarme. Sí, así se siente el corazón roto.

Es también en esos tiempos de despedida y corazones rotos que redescubrimos que había vida más allá de esa relación. Nunca voy a poder agradecerle lo suficiente a mis amigues por tenerme paciencia y escucharme hablar mil veces del mismo tema, o por haberse sentado a consolarme o a llorar conmigo en un McDonalds. Porque sí, yo bien elegante lloré por él en un McDonalds.

Cada quien sana su dolor cómo puede. J. por ejemplo se dedicó a subir fotos y escribir tuits acerca de lo feliz y libre que ahora se sentía, y a mí me dolió tanto que hasta acabé cerrando esa cuenta. Ahora pienso que podría haberlo dejado de seguir o bloquearlo, pero fui bien inocente pobre amiga. Yo hice lo propio y, una vez comencé a aceptar el adiós, junté todas nuestras fotos y recuerdos, y los puse en una caja. Sí, al más puro estilo de película adolescente de Hollywood de devolverle las cosas al ex. Les repito, cada quien tiene sus formas de salir adelante y sus propios tiempos. Nadie, absolutamente nadie, puede decirte cómo vivir tu duelo o cuánto te va a durar.

Siento decirles que, conforme pasan los años y más adultos nos hacemos, eso de las despedidas se hace más común. Lo que no cambia es que duelen y siguen siendo difíciles, pero la vida es así y todos tenemos o hemos sido el villano de alguien.

Por cierto, la playlist triste que puse cuando me senté a escribir este texto siguió su curso. Se parece a la vida misma que no se detiene incluso en un mundo de corazones rotos. Ahora suena el dúo colombiano Salt Cathedral y Te quiero olvidar. La letra es triste, pero igual ahora tengo más ganas de bailar que de llorar.

Última modificación Viernes, 10 Diciembre 2021 15:52
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