La ciudad es tan bizarra como tú
© Andrey Armyagov

La ciudad es tan bizarra como tú

No hay duda que esta ciudad es bizarra, tan bizarra como cualquier gran ciudad del primer mundo, o quizás mucho peor, por ser una ciudad del tercer mundo con ínfulas de Capitanía General, y hablamos del bizarro de la lengua francesa bizarre, que se puede traducir como extraño, raro, inusual o excéntrico.

Este espacio está reservado para esas historias de ciudad bizarra, y no solo de la ciudad de Guatemala, el reino del señor Oro, sino de cada rincón en donde el día a día muestra las excentricidades de las que somos capaces.

Empezaré contando una de las cosas más bizarras que he podido ver sobre el periférico.

Ese pedazo de carretera (que en teoría estaba planificado para circunvalar las orillas de la ciudad para llegar más rápido de un punto a otro pero que con el crecimiento desmedido la urbe se la tragó), ahora en lugar de poder decir que es nuestro "freeway", es más bien una calle cualquiera que comunica la universidad Estatal con las zonas 1 y 2, en fin.

Cada fin de semana o casi todos, la rutina manda visitar a la abuelita para que vea a los nietos y los consienta como buena abuela, y de paso almorzar rico pero sobre todo gratis. La casa de la abuelita está en una de esas colonias de finales de los años 70 que en aquella época eran las afueras de la ciudad pero que con el paso de los años quedó más céntrica que la misma zona 1. 

Una de las formas más rápidas para llegar a la casa un sábado a mediodía, si se puede hablar de llegar rápido a algún lugar con ese tráfico de mierda que nunca me he podido explicar, es precisamente por el periférico. Y pues ahí íbamos aquel sábado de agosto, con los dos niños y mi esposa hablando de cualquier cosa o riéndonos por cualquier otra cuando una moto tipo mensajero llamó mi atención. Era una de esas motos 150cc.

La moto iba en línea recta sin ningún inconveniente mientras el piloto manejaba sin manos, todo esto empezó bajo la pasarela verde la que da a la comisaría 14 de la policía, que antes era el tristemente célebre quinto cuerpo, desde donde, cuentan las leyendas, mandaban a desaparecer a izquierdistas o simples enemigos políticos del presidente del turno.

Volviendo al tema, sin manos, en línea recta, cómo siempre quise hacerlo en la juventud cuando manejé bicicleta BMX, así iba el motorista. Una persona común y corriente que pudo ser el cobrador de cualquiera de esos molestos bancos. 

Mientras lo rebasaba me intrigó tanto que bajé la velocidad para verlo por lo menos por el retrovisor, en una mano llevaba una pequeña botella plástica, como esas que compran los charas para cuartear con alcohol. En la otra no llevaba nada, y no por que estuviera vacía sino por que simplemente el retrovisor y la distancia no me permitían ver qué tenía.

Avanzamos unos 20 metros desde la pasarela y puso su mano izquierda sobre la boca de la pequeña botella, la que llevaba en la derecha, luego uno, dos, tres movimientos, como revolviendo un cóctel.

Diez metros después de iniciado el proceso, empezó a cerrar la botella con la mano izquierda, la guardó con toda tranquilidad en un maletín de los que suelen usar los mensajeros. Tomó el timón de la moto con la mano derecha.

Acto seguido acercó su mano izquierda a su boca y nariz y aunque lo debo suponer, no puedo más que asegurar que "flexió" -inhaló-, durante al menos 30 metros más continuó con su mano sobre su cara, mientras yo parecía ser el único testigo de aquella bizarrada. 

No podía ir más despacio para continuar viendo aquel espectáculo, llegué a mi cruce y el amigo mensajero continuó su viaje sobre el periférico, además del viaje que le pudo haber producido cualquier alucinógeno que inhaló.

Como dice la publicidad del señor Oro, la ciudad es como tú, aunque en este viaje del amigo mensajero, hay que agregar: la ciudad es tan bizarra como tú.

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