#lasociedaddelanieve: ¿Cuál fue tu primera obsesión infantil?

La sociedad de la nieve retoma una historia fascinante. 

Debí haber tenido 4 o 5 años la primera vez que escuché hablar del vuelo 571 que se estrelló en los Andes. En el cine estrenaron ¡Viven! y en la televisión aprovechaban para hablar de los hombres, muchachos en realidad, que sobrevivieron recurriendo a la antropofagia (ingerir carne humana). Sí, ese era todo el “mérito” que les daban. 

En realidad, mi mente infantil no razonó en el dilema moral que representaba, o si eso era “pecado” o no, como decían los adultos. Yo pensaba en lo mal que lo debían haber pasado esos muchachos perdidos en medio de la nada, o sus familias buscándolos. Para mí era como cuando en el supermercado perdías a tu mamá, pero multiplicado por mil. 

Como todo, el frenesí por la película pasó, pero yo siempre quise saber más. Cuando podía le preguntaba a algún adulto, que se me quedaba viendo con cara de WTF?, y cuando aprendí a leer lo busqué en las enciclopedias (muy Matilda de mi parte, lo sé), pero no encontré nada. 

En estos años, antes de que llegara La sociedad de la nieve, la película de J.A. Bayona que cuenta esta historia, yo vi no sé cuantos documentales y entrevistas. Me parece fascinante la fuerza de unos jugadores de rugby que pudieron ver vida donde solo había muerte. 

Durante todos estos años hay dos nombres que sobresalen en la narrativa: Nando Parrado y Roberto Canessa, quienes junto a Antonio Vizintín, sacaron fuerzas físicas y espirituales para buscar ayuda, en lugar de esperar su destino. ¿Cómo actúas después de escuchar por la radio que ya se te dio por muerto? 

Una de las cosas que más me gustó de La sociedad de la nieve fue el protagonismo que se le dio a Numa Turcatti, quien murió poco antes del rescate. Su historia me parece hermosa y trágica. Siempre actuó con fe y espíritu de servir a los demás, pero sus creencias hicieron que se negara a consumir carne humana, lo que tal vez lo habría ayudado a sobrevivir. 

Hay una figura que apenas aparece en la película, pero es sumamente emotiva: Carlos Páez Vilaró. El pintor (1923-2014), padre de uno de los sobrevivientes, es la imagen de las familias, de los que nunca dejan de buscar a sus desaparecidos. 

En los documentales Páez Vilaro aparece hablando con la prensa, insistiendo para que se retome la búsqueda, reclutando voluntarios, videntes, lo que sea para encontrar a su Carlitos. También está ese mural que el artista pintó en el hospital que atendió a los sobrevivientes y que fue su agradecimiento a Chile por devolverle la vida.  

Por otro lado está Sergio Catalán, el arriero que les tiró un pedazo de pan a Parrado y Canessa, y llevó su mensaje a las autoridades. A ese hombre algunos de los sobrevivientes empezaron a llamarle “papá”. Entendés que la decisión no fue a la ligera, porque de alguna forma fue su primera luz para nacer de nuevo. 

Algunos llaman a esta historia la Tragedia de los Andes, otros el Vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya y otros más El Milagro de los Andes. Creo que hay un poco de todo eso, pero sobre todo espíritu humano, de fuerza y de amor por la vida, por los demás y por uno mismo. 

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