Por Dios que habrá baile

Para la persona que casi pierde su “bufanda” bailando vallenato conmigo.

Hace algunos viernes, bailaba una canción de Bad Bunny en el Shai Wa. Tenía el pelo en una cola, la cara sudada y mi rímel a prueba de agua ya había empezado a correrse y a arder. Hacía calor, así que me deshice de mi chaqueta.

“¿Eso que llevás es un crop top?”, preguntó mi compañero de baile. Respondí que no, pero ahora que lo pienso sí lo era: top corto negro de tiras, para ser más específica. Creo que nunca antes lo había usado en “público” sin una camisa o una chaqueta, pero con este calentamiento global, esta crisis política y esta economía, ¿qué más da?

Mi yo más juzgón diría que me veía fatal y poco glamurosa, pero cuando no. Mi yo verdadero les dirá que, a pesar de mi apariencia estaba feliz y radiante. Hay algo liberador en bailar, no importa si es un perreo, una cumbia o un remix de la Oreja de van Gogh.

Para disgusto de mi abuelito, de niña amaba ver e imitar los bailables de Siempre en domingo: que tu Garibaldi, que tu Thalía, que tu Ana Bárbara. De adolescente “me refiné” y veía una y otra vez la presentación de Britney Spears en los MTV VMA del 2000. Spoiler alert: no es la de la serpiente.

En sexto primaria convencí a mis amigas que para la semana cultural del colegio debíamos hacer la coreografía de Lady Marmalade. En mi defensa, no sabía qué decía en francés. En mi contra, esa noche sonó esa canción en el Shai Wa y reflexioné: “Tal vez desde chiquita era puta”.

A pesar de que buena parte de mi trabajo consiste en hacerle preguntas a extraños, entrevistar que le dicen, no me considero extrovertida. Por voluntad propia nunca me hubiera ofrecido a hablar o cantar en público, pero bailar siempre fue una cosa diferente. Tal vez ni siquiera lo hago bien, pero ya dejamos atrás la fase en qué me importa.

La cosa es que cuando estás bailando, podés realmente vivir la música y dejarte llevar por el ritmo, podés fluir como pocas veces. Todos están a su rollo, sin importarle si los demás bailan bien o mal. Ya saben lo que dicen: la autoestima hasta el cielo y el perreo hasta el suelo.

Si aún así no me creen, solo tienen que ir a la escena final de My best friend’s wedding, y no es spoiler porque la película salió hace 26 años. A Julianne (Julia Roberts) le acaban de romper el corazón, pero su amigo George (Rupert Everett) llega a salvar la noche: “La vida sigue, puede que no haya matrimonio, puede que no haya sexo, pero por Dios que habrá baile”.

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