
- Gonzo²
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The Saloon, o la vez que regalé mi alma
La noche había avanzado ya, por las calles los junkies y crackheads empezaban sus rondas nocturnas por las calles de Northbeach. Con M. decidimos que todavía queríamos sacarle lo último a esas horas antes de desaparecer. Yo recordaba que cerca del Café Trieste, había un bar en donde los seres de la noche de San Francisco, California, van para buscar ese último trago que clausura la noche.
The Saloon es uno de los bares más viejos de San Francisco, -abrió en 1861-pensé en las incontables historias de ese lugar. Entre Beatniks, Hippies, músicos de Jazz y Blues. Es mi tipo de lugar. Quizá faltaban un par de horas para que desalojaran a toda la gente, por lo que con M. decidimos tomarnos unas cervezas en la barra. Una banda de Blues tocaba al fondo, y en el pequeño espacio para bailar, viejos solitarios y algunas parejas danzaban al ritmo de canciones de John Lee Hooker.
En ese momento, una mesera se acercó a nosotros para preguntarnos qué tomaríamos. Era una bartender como la hubiera imaginado, si jamás hubiéramos entrado al lugar. Pelo agarrado, una T-shirt con motivos americanos, banderas de estrellas y águilas blancas. Tatuajes descoloridos y un rostro cansado, de esos que han visto todo. Al verla pensé que ella ya llevaba unas cuantas vidas de más que yo. Que al menos iba por su vida 200 o algo así. Como era bastante tarde, no le complicamos la existencia y le pedimos un par de cervezas.
M. y yo estábamos fascinados con el lugar. En un momento, mientras hablábamos, note las carcajadas de unas señoras. Eran rasposas como de alguien que lleva la vida entera fumando desde el momento que salió del útero. Eran un par de señoras, tal vez ya en sus 60, que bailaban con un par de afroamericanos mucho más jóvenes que ellas dos. La canción que la banda tocaba no podía ser mejor. Shake it baby de J.L. Hooker “Shake that thing, Baby One time for your Daddy” era inevitable ver a ambas parejas.
Era claro que los dos tipos eran, en ese momento, esclavos sexuales de las señoras. Al bailar, era como ver el preludio de alguna película pornográfica rara. Las señoras sacaban billetes y se los ponían en las bocas, los labios gruesos de los dos hombres los sostenían, felices y con los ojos brillosos, como de animales que al reflejan la luz en la noche, cuando son cazados.
La banda seguía tocando y cada vez más rápido era un frenesí de notas de blues y cuerpos sudorosos buscando lo que fuera. Sexo, drogas, o tal vez solo un poco de felicidad. Tal vez por ser extranjeros, la escena nos parecía irreal. Desde la ropa estilo 80’s de las dos gringas y los pasos de baile al estilo John Travolta en crack de los dos negros. M. me miraba y sonreíamos, ella sabía lo que yo estaba disfrutando de todo.
Atrás de M. y para hacer más extraña la escena, estaba un tipo con un fuerte tic en la cabeza, la movía de un lado a otro mientras hablaba. Me daba la impresión de que se movía sola con la música del grupo que estaba tocando. Yo teminé mi trago, y le dije a M. que no estaba listo para dejar el lugar. Afortunadamente ella tampoco. Seguramente ya habíamos sido embrujados por los fantasmas del lugar. Era posible, al vivirlo lo entendí, que todas esas personas seguramente, se habían quedado atrapadas en el tiempo, bailando Blues.
La mesera nos sirvió otro par de cervezas. De pronto se puso hablar con nosotros. Al principio no había puesto mucha atención a lo que nos decía, el ruido las risas, los vasos chocando, todo me dificultaba un poco escucharla. Pero en el momento que logré poner atención, fue como si estuviera escuchando a algún político dando su discurso. Literalmente, la mesera nos decía las palabras que proclamaría al pueblo americano, si la elegían como presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Para ese momento yo creí ser transportado a otra dimensión, que el lugar era una especie de portal a un lugar muy raro.
“And ill promise you everybody, if you just vote for me, I will make things better for all of you, I know what is bustin’ yer ass every fucking night”.
[Y les prometo a todos, que si votan por mí, mejoraré las cosas para todos. Sé lo que es romperse el trasero cada puta noche noche]
A esas horas, ¿cómo se le puede privar a alguien expresarse? No, simplemente no se hace. Al contrario, se le aplaude. Con M. hacíamos eso justamente, hacíamos resonar las palmas de nuestras manos. Ella seguía su cháchara politiquera mientras limpiaba los vasos:
“Things aren’t right, no shiit, no shiiiiit we need to fix all this shit, you cant live anymore in this fucking economy”.
["Las cosas no están bien, ni mierda, ni mieeeerda, tenemos que arreglar toda esta mierda, no puedes vivir en esta puta economía"]
Nosotros solo éramos un par de turistas en busca de diversión pero no pudimos dejar de no sentir empatía con la bartender. Entendíamos su frustración, que seguramente era la de muchas personas en ese lugar. La mía también y de las personas que, por alguna razón u otra vivían al borde, al día a día, sin saber qué carajos les esperaba con las primeras horas del día. Cuando voltee mi mirada, ya los negros se estaban devorando a las señoras. Como si fueran un par de serpientes constrictores devorando a sus presas.

Puedo jurar que daba la impresión que, en algún momento, iban a desaparecer en sus bocas. La banda se despedía, pero el pequeño grupo de personas que aún seguía bailando pedían más. Yo quería más, los podía entender. También quería más Blues, más tragos. A esa hora yo no quería regresar, y menos a mi realidad en Guatemala. Quería pactar con el lugar, hubiera aceptado la idea de quedarme para siempre metido en ese lugar, volverme un fantasma más, y que la noche jamás se terminara.
“Everybodyyyyyyyyyy lastttt callll get your drinkkkkkkkk and get theeeee fuckkkkk outtttt!”
[“¡Última llamada para conseguir un trago e irse a la mierda!”]
Gritó la mesera presidente, mi presidente. Su voz resonó en todo el lugar, y seguramente su voz era ley. Poco a poco, la gente empezó a desalojar. Los negros y las señoras seguramente siguieron su fiesta en algún cuarto de hotel. Bien por ellos. El grupo de Blues saciaba su sed con algunas cervezas, mientras guardaban sus instrumentos. Yo le di el último sorbo a mi cerveza, M. también lo hizo. Nos levantamos, y pagamos nuestra cuenta. Nos despedimos de la bartender y antes de salir le dije:
“ I’ll vote for you, for sure”
[¡Votaré por vos, fijo!]
Ella no me dijo nada solo me sonrío. Salimos y sentimos el frío de la noche, mi cabeza ya daba un poco de vueltas, respire hondo. A lo largo se extendía toda Columbus Avenue hasta desaparecer en la oscuridad. Por alguna razón, pensé en la canción I Left my heart in San Francisco de Tony Bennett. Lentamente dirigimos nuestros pasos de regreso al hotel.
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- Alvaro Sanchez
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