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ROSTROS...
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ROSTROS...
La calle, las soledades, los dramas, el abandono, enfermedad, el sufrimiento, la tristeza, la tranquilidad, la felicidad, angustia, el corre corre, amabilidad , desencanto, todo, todo en miles de rostros que tienen un humano como esencia.
Va bajando las gradas de un parque, un hombre que en su mirada refleja el destierro que vive en su país, el vacío que su alma tiene, y esa ausencia de esperanza. Descuidado, con ropa de paca, de esa que se consigue por un bajísimo precio, pero que igual cubre la piel y regala calor y protección, aunque no esconde sus penas.
Eso me parece.
Luego, otro hombre se sube a vender en el bus, grita, habla fuerte, explica las bondades de sus golosinas y ofrece una oferta para hacer aún más interesante la propuesta. Unos voltean, otros solo hacen una negación con la cabeza, pocos le compran y él agradece esos diez quetzalitos obtenidos que quizá sean para comprarse un almuerzo.
Y ahí va la señora, con el muchachito a cuestas. Lleva la vida y una más en sus hombros. Sonríe, ve sonreír al pequeño y cree que la vida es él. Madre que cuida, madre que protege, madre que da sustento. Le compra un dulce, eso la hace sentirse satisfecha, y el niño, feliz con lo poco que es poco, pero igual es mucho.
Miles de gentes a pie, cada una con sus afectos y desamores. Cada uno en su mundo.
Y tras los vidrios de los carros, aquellos que con mejor suerte no escapan de sus propios demonios o llevan siempre consigo sus demonios.
Pero parece que son más los primeros. Caras largas, de pocos amigos, manejan sin ningún rasgo de felicidad en su esencia. Quizá es real aquello que dice que mientras menos se tiene más feliz es alguien.
Caras tensas. Zombies en carro. En moto, estos últimos, menos rancios, pero más mortíferos, más suicidas, más en la de que el único que importa soy yo. Son pocos los que no.
Miles de caras, miles de mundos, de historias. Nada cambiará, solo los rostros que encuentro en el camino de la vida.
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NADIE LOS VE...
Caminan asustados, rápido, despacio, presas de no saber qué sucede. Se paran, ven hacia arriba, esperan una respuesta, un poquito de algo para comer.
En las prisas, los vemos, pero nos volteamos. Se me rompe el alma con cada uno de ellos a la deriva.
Quisiera darles otra realidad. Solo a uno pude salvar, y el alma se colmó de felicidad.
Pequeñitos sin hogar, desperdigados por la vida, víctimas de gente que no sabe amarlos, que ven en ellos una puerta para sacar dinero. Gente con dinero que se aburre del juguete que le compró a los hijos y terminan echando al pequeñito a la calle.
Calles, pueblos, ciudades con tantos de ellos. Esos pequeños que no tienen voz para pedir un trozo de pan y que intentan con su mirada y el meneo de su colita pedir auxilio, un poquito de amor.
Dicen que son ángeles. Que en lugar de alas tienen cuatro patitas, y una naricita para sentir. Amor incondicional, amor hasta el final, aunque nosotros los echemos de nuestra vida y les demos como premio el abandono.
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