Uno llega a la Friendzone porque quiere

No quiero exagerar pero eso del amor y el sexo, luego de los 30, es un territorio dividido por una delgada línea. Digamos que no siempre ocurre al mismo tiempo. Cuando querés sexo te encontrás amor, y viceversa. 

Pero hay una arista más, una que no sabía que ocurría a estas edades y que me sorprendió. ¿Cómo llegué a sentirme como un adolescente de nuevo y tener un crush intenso? No lo sé. Simplemente pasó. Creo que fue producto de una alineación planetaria.

No creo que se repita. Y es que tampoco lo espero, la goma moral de la Friendzone es incomoda, por más descarado que seas. Si no lo tuviera, no contaría este testimonio. Ahí iba yo. Sin proponérmelo ni buscarlo conocí a mi crush intenso treintañero.

Me cautivó desde el primer día que la vi, cual película. A su lado me sentí como niño de nuevo. Ahí estaba yo con un crush intenso marca The Wonder Years… Winnie Cooper existía después de todo.

Como si la experiencia cultivada con sangre y sudor en el campo del amor de los últimos 18 años no hubiera ocurrido, el santo grial, la Amélie de mis sueños apareció. Pero yo, todo un caballero, caminaba paso a paso y con voluntad de hierro a ese abismo llamado Friendzone. Sabía que ese sería el destino, pero cuenta la leyenda que existe la esperanza. Así es. Esta vez sería distinto.

 

Yo, iluso, buscaba que esta mujer trotamundos –culta, políglota, profesional de la comunicación, música, con tema de conversación en literatura, cine, geopolítica, caricaturas, animé y rupturas sentimentales– encontrara en el Encanto Arana algo que le llamase la atención.

Y quizá sí, pero asumo solo fue curiosidad. Es que de lo contrario no nos hubiéramos visto esas dos o tres veces y hablado por teléfono, whatsapp y demás bondades de la red durante todo octubre. Iré al principio. Todo comenzó el 1 de octubre por la pasión compartida hacia el café. Con lo difícil que es encontrar a alguien a quien querrás escuchar y que se interese por tus mismos temas.

Doy fe que uno llega a la Friendzone porque quiere. Vas por la vida conociendo gente y a esta edad tenés claro qué querés y lo ofrecés. De un tiempo para acá, yo soy de los que dice “quiero sexo, nada más ¿querés o no?”, y de tanto preguntar te topás con muchos no, pero varios sí. Vos lanzás la atarraya y regresa siempre con algo. Quien diga lo contrario miente, pero reconozco que a veces la vida te toma por sorpresa y la cagás, y la cagás y la cagás. Hacés las paces con la vida y te dedicás a fluir y a estar solo.

Luego de un tiempo de paz y autoconocimiento ahí estaba yo, viendo como ella destellaba feminidad. De lejos vi como una parvada de buitres y una manada de chacales buscaba su atención. Y hace años que evito competir por los encantos de alguna. Digamos que ya no pierdo el tiempo, no tiene sentido competir cuando la decisión se tomó mucho antes de empezada la carrera. Y seamos honestos, todos tenemos nuestros rotos y descosidos a la mano como para competir. Entonces decidí apartarme.

Pero ocurrió algo, un evento, fortuito quizá, que hizo que recapacitara. Ella viene y decide alejarse de toda esta gente, e irme a buscar. Me dice: “No te vayás, platiquemos”. Ahora sé que, sin preverlo, yo estaba camino a convertirme en un buey más de su recua de animales que habitan su friendzone.

Quiero aclarar que este no es un reclamo. Insisto en que yo solo llegué a construir el crush, no me ayudaron. De pronto, cuando uno recibe un poco de atención, cuando encuentran cierto interés aparentemente honesto, se comienza a construir castillos en el aire.

Pasan los días y las pláticas aumentan. Se tienen conversaciones intensas sobre amores pasados. Te preguntan por tu vida –y te ponen atención. Es decir, uno empieza a pensar que algo puede funcionar ahí. Después de todo hay atención autentica, porque si algo sucede en la friendzone es que te aprecian, eso es real. Pero el amor es fraternal, y de ahí, cual mandamiento mesiánico, no pasarás. Eso es lo que confunde, porque no buscás atención y si de pronto te la dan, perdés el equilibro.

Entonces te volvés a sentir adolescente. Tenés ese fuego que apenas y te deja respirar, que te pone nervioso al marcar el teléfono, que te hace dudar de cada palabra que vomitás… porque no la querés cagar. Después de años estás dispuesto a construir una relación que, con un poco de suerte, termine en amor. Total que a 18 años de tu primer beso intenso, es como si nada doloroso hubiera pasado. Eso del flirteo vuelve a ser un terreno desconocido en el que te aventurás y creés que es correspondido.

En fin. Acudís a un par de cenas que fueron románticas solo para vos y tu punto de vista, y te animás. Volvés a escribir una carta. ¿Una carta a mis 33 años?... Y lo digo sin vergüenza, agradezco volver a sentir todas estas sensaciones que creía marchitas en mí.

Eso de que lata el corazón de nuevo por alguien más que no sea tu ego, es maravilloso. La última vez que escribí una carta fue hace más de una década: juré no volverlo a hacer tras el desastre que esa acción representó. Y así fue hasta ahora. Porque uno, de infantil, se cierra a las posibilidades. No debería dejarse de practicar esas cursilerías: se ejercita la creatividad.

Durante años juzgué y acepté, como hombre, que estoy condenado a pagar los platos rotos que dejó el imbécil que me precedió. Y claro, eso no me excluye. Sabrá Eros quién sufre por mi legando de encanto. Sin embargo, ahora entiendo que así como acepto esa condición masculina, yo juzgo bajo los mismos parámetros en las mujeres sin darme cuenta. Una debe afrontar los errores de la anterior. Y eso es igual de mezquino.

Total que esta vez decidí ignorar todas las fracturas amorosas de esa marchitez intermitente que llamo alma y decidí romper todos los marchamos de seguridad. Todos los muros que me rodean que decían “precaución, demoler bajo cuenta y riesgo”, almáganas en manos los derribé.

“Que me conozca como soy”, dije, “que vea todas mis vulnerabilidades desde el principio. Que entre a ese terreno frágil de sentimentalismo, cursilería y pasión que habita en mi yermo interior”. Sabía que no era una garantía de nada, pero mostrarme tal cual podría generar un hálito de confianza. Decidí que viera, si le interesaba, lo que sus predecesoras vieron mucho tiempo después de nacida la relación.

Finalmente el resultado fue el mismo. Pese a la honestidad demostrada, no pude ni acercarme. Por más que intenté y con las mejores intenciones y palabras que mi vocabulario pudo articular, no llegué ni acercarme al umbral de una relación. Y no es un reclamo. Pese a que no funcionó, sigo agradecido. Es rico sentirse adolescente en cuestiones del amor, y no solo en las decisiones económicas.



Al final da cierto escozor. Yo no puedo ir por la vida fingiendo sentimientos y dando casaca. Agradezco entonces que ella, sin proponérselo y quiero creer que sin imaginarlo, detonó tantas sensaciones que creí extintas en mí, y que por lo mismo, y por fin, según mi psiquiatra, estaba dispuesto a tener una relación que no fuera con mi ego.

Cuando le conté a una amiga esta situación sus palabras fueron: “¡puta Gabriel! Jamás pensé que te escucharía decir cosas como estas. ¿Ya te diste cuenta que en ningún momento has dicho que solo te la querés coger? Ni siquiera has hablado de sexo. Incluso te fijas en detalles como sus manos, su voz, ¿qué putas te pasa? Al parecer, sos cíclico. Te hacen mierda, hacés mierda, te volvés puto, y así y así. Luego de una época de libertinaje sexual, para que estés dispuesto a tener una relación estable, si esa chava supiera lo que te hace hacer… estoy sorprendida”. Y tener la certeza de que nunca se enterará realmente pela, igual si lo hace. Total, nada va cambiar. Empecemos conque yo, ya no quiero nada. Sin rencores, pero las cosas de este tipo, salen a la primera, digo yo.


Y pues sí. Con este aborto de relación me di cuenta que se puede volver a sentir esas impresiones de escuelero. Total que esta chica desapareció. No es que le sucediera nada malo: nunca tuvo un interés más allá de lo fraternal. Decidí aplicar una de sus enseñanzas: “quien quiere estar con uno está, no lo tenés que buscar”.

Por lo que utilizando el mismo criterio, evalué los eventos compartidos. El resultado fue simple. No me buscaba. Simplemente me atendía, con una gentileza adorable, pero no provocaba que nos reuniéramos. Eventualmente respondía el teléfono, contestaba correos y me dejaba el fantástico visto doblecheck en Whatsapp. Eso del ghosting es sorprendente más me queda que nunca le mandé invitación al Facebook, algo me decía que no.

Entonces, llegó el momento. Cual samurái milenario tomé mi katana y como Kenshin destruí en 0.3 segundos el crush que solo yo había creado. Miles de pedazos cayeron al suelo. Liberé mi alma y esta vez no tuve que invertir mucho tiempo. Maté el crush para siempre y esta vez no dolió, recordé que en eso de la friendzone era un experto. Descanse en paz. ¡Siguiente!

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