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La inútil esperanza de extinguir los infiernos del corazón
Era de noche cuando el hombre manejaba por la carretera.
Sólo, con sus pensamientos, miraba absorto la oscuridad del camino, solo una larga línea amarilla iluminada por los focos del automóvil era lo único que le guiaba.
Su cabeza era un campo de guerra. La pelea con el único hermano que le quedaba, los había distanciado. Nunca había experimentado lo que era golpear a su hermano como si fuera un extraño al que nunca había conocido en su vida. Años trabajando para él y todo se había ido por el caño por un malentendido. En el fondo, él sabía que su hermano era un imbécil.
A pesar de compartir la misma sangre que corría por sus venas, él no sabía explicarse a sí mismo cómo su hermano podía ser tan diferente. Por eso lo golpeó, necesitaba sacarse eso del pecho. Por el camino solamente observó un par de carros a lo lejos, luces rojas que desaparecían de inmediato en la oscuridad.
A parte de su hermano, su vida tampoco era lo mejor. Pensaba en las cosas que había dejado de hacer. Las oportunidades de cambiar por un instante la rutina de su existencia, que lo asfixiaba todos los días, las dejó ir. Desde que despertaba en su pequeño apartamento de una sola habitación, se levantaba todos los días maldiciendo entre quejidos y los ojos semi abiertos. Era por eso que esa noche había decidido meter algunas cosas a su carro y largarse, manejar sin rumbo específico.
Una peste de hastío lo había envuelto y estaba consciente de eso, y era eso precisamente lo que más le pesaba en todos estos años. Sabía que si hubiera podido, se hubiera golpeado a él mismo. Había roto un par de veces el espejo de su baño de un puñetazo, pero la verdad era que ni eso podía hacer. Darse un buen golpe en la cara. Era el espejo el que tenía que sufrir partiéndose en muchos pedazos.
Transitaba hundido cuando, a la orilla de la carretera, divisó una mancha roja que se movía. Como iba un poco cansado, cerró los ojos con fuerza, para abrirlos de nuevo y enfocar mejor. Cuando logró ver con claridad ,vio que era un hombre bailando a la orilla del camino ataviado con un vestido rojo. Por un momento dudó si lo que había visto era real. -¿Qué diablos hacía un hombre en un camino oscuro, a la mitad de la nada, bailando en vestido?-.
Pensó que alucinaba, pero cuando dirigió su mirada hacía el retrovisor, pudo ver al hombre diciendo adiós mientras desaparecía con el último rastro de luz que su carro dejaba.
No entendía qué pasaba, aún así, decidió que seguiría conduciendo hasta encontrar el lugar ideal para detenerse. En la radio sonaban viejas canciones de cantantes que jamás había escuchado. Parecían como si fueran transmitidas desde otra galaxia. No las entendía, se escuchaban lejanas, pero no las quito. Sintió que en ese momento eran su única compañía.
Pasaron un par de horas cuando de nuevo, delante de él, vio una masa que se movía en medio del camino, esta vez decidió disminuir la velocidad y parar, para observar mejor qué era. Y cuando el auto se acercó lo suficiente, vio a un grupo de perros que devoraban el cuerpo de un animal, que para ese momento, ya no se podía distinguir de qué clase se trataba. Solo las vísceras de un rojo intenso iluminadas por las luces del auto, era lo que destacaba en medio de esa negrura. Los perros se detuvieron por un momento, y lo observaron molestos, interrumpió su festín nocturno. Desvió el carro y pasó por un lado de ellos. Y de nuevo volteo su mirada al espejo retrovisor, solo los ojillos de los canes eran lo único que brillaban cuando las luces traseras aún se reflejaban en ellos. Pensó que parecían un grupo de demonios que devoraban el alma de algún infeliz que había tenido la desdicha de cruzarse con ellos. -¿Quien sabe, tal vez eran eso en realidad?- se dijo a sí mismo.
Pasado un tiempo, encontró finalmente lo que buscaba. Podía distinguir que era un espacio vacío y plano, justo lo que él quería. Detuvo el auto y se bajó con una maleta. La noche estaba templada y los sonidos nocturnos empezaron a llenar sus oídos. Los grillos, el crujir de las hojas, y otros sonidos que no podía distinguir qué eran. Hasta la noche olía diferente. Y eso le gustaba.
De su maleta, sacó ropa, una fotografía de él con su familia, una foto vieja donde estaba con el resto de sus hermanos, que habían muerto ya, y en medio su madre con la foto de su padre, también fallecido, entre sus brazos. Tiempos que añoraba y que en medio de ese lugar, donde no había nada, sabía que jamás regresarían. Sacó también la foto de una adolescente, la sostuvo entre sus manos e hizo el intento de besarla, pero no lo hizo. Solo recordó las veces que muchos años antes, cuando eran adolescentes, habían hecho el amor en su casa una tarde, mientras su mamá no estaba.
Extrajo también algunos diarios en donde había escrito muchas veces, extractos de lo que había sido su vida en algún momento. Puso también viejos discos que ya no quería escuchar. Era doloroso pensar en las cosas que venían a su mente cuando los escuchaba. Cuando ya estaba todo apilado, fue al carro y sacó un pequeño bidón y vertió sobre todo lo que había depositado en la tierra, toda la gasolina hasta dejarlo vacío. Fumó un cigarrillo y luego lo tiró hacía el bulto de cosas apiladas. Inmediatamente, una llama de tonos azules empezó a arder. Pensó que no era suficiente aún y fue por hojas y ramas secas para seguir alimentando el fuego. Cuando la llamarada era lo suficientemente fuerte y alta, se acercó a la fogata, hasta sentir como el calor empezaba a quemar su cara.
Estando ahí, procedió a quitarse la ropa. Empezó por los zapatos, luego desabrocho su camisa, también el cincho y bajo su pantalón junto con la ropa interior. Quedó completamente desnudo. Tomó su ropa y también la lanzó al fuego. Las llamaradas se reflejaban en sus ojos claros, como los animales que había dejado atrás en la carretera. Parecía una especie de estatua inmóvil que empezaba a perderse entre todo el humo. A pesar de que ya estaba cerca de la pira dio un pequeño paso más cerca, el calor le apaciguaba.
Si alguien hubiera visto la escena a lo lejos, solamente hubiera visto una flama ardiendo. Que en algún momento se iría apagando y haciéndose más pequeña en la negrura de la noche, poco a poco hasta desaparecer por completo. Y esa era justamente la única esperanza que le quedaba a un hombre desnudo con sus pensamientos en medio de la nada.