La nueva primavera o cómo gobernar durante 50 días sin estar preparado

El Gobierno de Bernardo Arévalo arrancó con la esperanza de buena parte de la población, de que fueran algo diferente, y aunque lo ha sido en alguna manera, empezando porque entre los actores principales no hay personas con tachas de corrupción, enfrentarse a un Estado creado para funcionar bajo la lógica de una vaca lechera, que debe alimentar a los corruptos de turno y sin haberse preparado para gobernar, hace que la primavera que anunciaron se vea cada día más como un invierno que nunca terminará.

Arévalo llegó al poder empujado; primero, por una serie de eventos que quienes no quería que asumiera la presidencia no lograron prever, e impulsado por las redes sociales, que botaron el antiguo mito de la poderosa televisión abierta de Ángel González, que pasó a ser irrelevante para el electorado.

Por esta misma razón, Semilla y Bernardo Arévalo nunca se prepararon para gobernar, no lograron entender que el Estado está concebido y se perfeccionó en los gobiernos de Jimmy Morales y Alejandro Giammattei para beneficiar con la corrupción a unos pocos.

Quienes sí lo entendían, eran esos pocos que veían que el beneficio de alimentarse con los recursos del Estado estaba en peligro. Al igual que las encuestas que no ubicaban a Arévalo dentro de los primeros lugares de intención de voto, Árevalo y su partido Movimiento Semilla tampoco lo habían previsto.

Los mismos diputados de Semilla preveían que, en el mejor de los escenarios, lograrían duplicar el número de legisladores, pero la presidencia nunca pasó por su mente. Esto no significa que, como alegaban las mentes siniestras, haya habido un fraude electoral, es solamente que la política como la entendíamos hasta antes del 25 de junio de 2023 cambió totalmente grácias a los jóvenes y a las redes sociales.

Sin embargo, este cambio radical de la forma de elegir políticos, no se ha materializado en la realpolitik, aunque los primeros días tras la elección algunos diputados intentaron desmarcarse o al menos ante las cámaras y las redes sociales se empezaron a vender como políticos diferentes que habían entendido la decisión del electorado, en la realidad, sin las luces de los reflectores y con las cámaras de las redes sociales apagadas, las cosas son diferentes.

Arévalo sin un equipo preparado y sin conocimiento de las triquiñuelas de los viejos políticos, ha caído presa de la inexperiencia y falta de colmillo político, cada una de sus jugadas ha sido prevista por los viejos zorros y han logrado con las instituciones que les siguen respondiendo a quienes abrazan la corrupción, como la Corte de Constitucionalidad detener cualquier avance para empezar a hacer esos pequeños cambios que sus electores le exigen.

Mientras tanto, Consuelo Porras, la fiscal que dejó pasar de largo la corrupción de Jimmy Morales y de Alejandro Giammattei, rodeada de todo el entramado de quienes quieren que las cosas sigan igual, ha logrado ganarle todos los pulsos a Arévalo y a Semilla.

Además, se le ha adelantado a movimientos que como nuevo presidente debió haber hecho, antes incluso, de haber salido en una gira internacional, que si bien resultó positiva, pudo haber esperado unas semanas hasta lograr al menos, asentar las aguas en el país y garantizarse un poco de gobernabilidad.

Mientras Semilla y Arévalo buscan la forma de mostrarle a la población qué es la nueva primavera, los aliados del Congreso, pegados con ofrecimientos que no les han cumplido, se desesperan y empiezan a amenazar con detener cualquier avance de leyes en el Congreso si no se empiezan a poner a su servicio los bolsones de corrupción a los que estaban acostumbrados.

Sumado a la inexperiencia, la arrogancia de sus miembros ha hecho que se cierren a las opiniones y el planteamiento de escenarios que algunos de sus aliados les han hecho, algo importante para quién no se ha preparado para enfrentar a un monstruo de mil cabezas.

A Semilla y a Arévalo se les aproxima una tormenta, que si no logran desviarla oportunamente, podría ser la tormenta perfecta para sepultar la esperanza de quienes votaron por ellos, pensando en que podían ser diferentes.