
- Gonzo²
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Julio Iglesias, truhan y señor
Julio Iglesias, quien hoy cumple sus 80 años, pasó la mayor parte de su existencia fuera de España sin olvidarse de pronunciar la «c» y la «z» como buen castellano peninsular. Hizo su fortuna en América; reparte su tiempo entre la isla de Indian Creek, bien cerquita de las costas de la Florida (territorio descubierto por Juan Ponce de León mientras buscaba la fuente de la eterna juventud), Punta Cana (situada al este de la República Dominicana, punto de partida para la expansión del idioma español por el continente y las Antillas Mayores) y las Bahamas (donde se ubica la isla de San Salvador, considerada la tierra a la vista anunciada por Rodrigo de Triana la madrugada del 12 de octubre de 1492).
Que sepamos, esquivó el alcoholismo que acortó los días de José José, las operaciones que acompañaron los años finales de Sandro, las crisis espirituales de José Luis Rodríguez el «Puma», las visitas a centros de rehabilitación protagonizadas por Charly García y las tragedias maritales que asolaron a Roberto Carlos. Ningún apoderado lo estafó con la letra pequeña del contrato y le vació la cuenta de ahorros. Sólo le persiguió el miedo a quedarse paralítico, producto de la lesión en la espalda que acabó con su carrera futbolística en 1962 y lo acercó a la música mientras se restablecía bajo el tenaz cuidado de su padre.
Julio Iglesias construyó muy bien su personaje como hombre de mundo: elegante, rico, buen mozo. Llama «reuniones» a las fiestas donde reúne a lo más selecto del jet set y portadores de sangre azul junto a los camareros que reciben los abrigos de los invitados, sirven los alimentos y escancian las bebidas. Sólo el imitador dominicano Julio Sabala logró captarle los gestos durante su breve auge y esplendor: ese abandono sobre el escenario, el micrófono a medio brazo de distancia de la boca, el tono de voz que no se arrebata pero emite las palabras con buena dicción en francés, italiano, portugués e inglés (aunque afirmó que le tomó 12 años aprender a pronunciar correctamente la palabra crazy).
Supo abrir su tienda de ultramarinos en el mercado de la canción popular sin acaparar franquicias y cerrarle espacios al vecino. Para alcanzar registros imposibles, ahí estaba Nino Bravo; para el espectáculo, Raphael; para el drama, Camilo Sesto; para enamorar a la pareja, José Luis Perales; para acompañar manifestaciones con bandera roja en alto, Joan Manuel Serrat; para aclimatarse entre águilas y nopales, Rocío Dúrcal; para alimentar las ínfulas de novelistas y poetas emputados con su entorno, Joaquín Sabina. Conoce sus limitaciones: admite sin rubores que cantó como el culo durante los primeros veinte años de su trayectoria. De esa época proceden varias de sus canciones mejor recordadas: «No llores mi amor», «La vida sigue igual», «Gwendolyne» y «Así nacemos», entre las primerizas; «Me olvidé de vivir», «Soy un truhan, soy un señor» y «Amantes», todas interpretadas antes de cumplir los 40 años.
Julio Iglesias se retrata en primera persona en estas canciones. Toma al escucha como su confidente, le echa el brazo izquierdo sobre el hombro, y le confiesa:
De tanto correr por la vida sin freno
me olvidé que la vida se vive un momento
De tanto querer ser en todo el primero
me olvidé de vivir
los detalles pequeños
De tanto jugar con los sentimientos
viviendo de aplausos envueltos en sueños
De tanto gritar mis canciones al viento
ya no soy como ayer
ya no sé lo que siento
No se oculta tras máscaras y disfraces, tampoco les atribuye sus experiencias a otros:
Confieso que a veces soy cuerdo y a veces loco
y amo así la vida, y tomo de todo un poco
me gustan las mujeres, me gusta el vino
y si tengo que olvidarlas, bebo y olvido
Mujeres en mi vida hubo que me quisieron
pero he de confesar que otras también me hirieron
pero de cada momento que yo he vivido
saqué sin perjudicar el mejor partido
Y es que yo
amo a la vida y amo el amor
soy un truhan, soy un señor
algo bohemio y soñador
Aunque su apellido se la recuerde todos los días, no le rinde cuentas a la Iglesia; tampoco les debe explicaciones a la familia y al Estado. Emite su manifiesto a favor de la mujer elegida como compañera, víctima de las murmuraciones de las vecinas y del silencio impuesto por los parientes que la desaprueban:
Amantes
para la gente somos sólo amantes
por vivir juntos sin estar casados
sin condiciones, pero enamorados
Amantes
para la gente somos sólo amantes
por no cerrar la vida en un contrato
y estar unidos sin estar atados
Amante
me gusta ser tu amante
sentirme tan distante
de quien dice que tú eres señora de poca virtud
un caso raro, tan poco común
tan diferente de la multitud
como piratas en su mar azul
No todo es hedonismo: está consciente de que la vida empareja a los seres humanos al margen de los bienes materiales que los reciban tras ser extraídos del vientre de la madre por el médico o la comadrona. Así interpretó la letra escrita por Manuel Álvarez Beigbeder y Purificación Casas Romero:
Con las manos cerradas
con las manos cerradas
como preparados
a dar duros golpes; morir o vencer
Con la piel arrugada
con la piel arrugada
como fiel presagio
del día que llegue la dura vejez
Así nacemos
así nacemos
así nacemos
yo, tú, ese y aquél
La dura vejez ya alcanzó a Julio Iglesias, alejándolo de los escenarios y del estudio de grabación. Tiene bien asegurado su sitio dentro de la cultura popular, sin confinarse a nuestra lengua común. Recuerdo una película de 1986, titulada Body Slam, centrada en la conexión entre el rock y la lucha libre. El mánager protagonizado por Dirk Benedict (el Faz de Los magníficos) le promete a un candidato al Senado que les traerá a Julio Iglesias y Barbra Streisand para que canten en su velada de recaudación de fondos. Sucede lo contrario: irrumpe a toda guitarra y pelo suelto la banda Kicks. Hace poco me encontré con la mención que le dedican en la cinta animada Mortadelo y Filemón contra Jimmy el cachondo, donde lo presentan como Junio Iglesias: su álbum con pistas instrumentales para armar karaoke en casa preside la colección atesorada por el agente Filemón Pi.
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