Eddy Roma

EL TERCER HOMBRE


And your song will play on without you
And this world won’t forget about you
RINGO STARR


Muchos se desviven por obtener la fama y el estrellato. Les gusta que su nombre salga mencionado en todos lados y recibir el fervor de las multitudes aunque renuncien a su privacidad. No se inquietan si el carro —o más bien la limosina, por algo son famosos— avance despacio entre los hombres y las mujeres que somatan las ventanas, tratan de abrir las puertas, se afanan por romper esas barreras que les impiden estrujar a su artista favorito.
Otros se preocupan al ver las reacciones del público cuando sólo quieren vivir de la música para evitar ese trabajo pagado con media docena de libras esterlinas a la semana. Al comienzo es alegre: recibís mimos de parte de las camareras, les caés simpáticos a los bravucones, podés conseguir todas las chicas que querás sin necesidad de emborracharte para acercárseles y asimilar mejor el posible rechazo a tus avances. Después resulta inquietante: ya no podés visitar a tus papás, ni salir de compras a la tienda a comprarte un cigarrillo y pasear con tu novia del brazo sin encontrarte con una multitud a la puerta de tu casa y visitas inesperadas en tu habitación de hotel. Exigen tu firma para respaldar sus demandas al Gobierno, requieren tu asistencia a aburridas recepciones diplomáticas y te imponen carga extra sobre tus ingresos monetarios porque el fisco no puede desaprovechar todas las divisas que generás para la maltrecha economía de tu país.
Así que sos el primero en sentirte incómodo con el torbellino desatado a tu alrededor —lo expresás a viva voz al declarar «no me molesten»— pero no podés abandonar la nave: echarías a perder los puestos de venta montados a tu alrededor sin que te dieras cuenta. Tus compañeros de grupo acuden a vos para que realcés sus canciones con tus solos y tus arpegios, pero te regatean espacios a la hora de proponer tu repertorio. Primero te ceden piezas ajenas para que las cantés, después te dejan incluir una o dos canciones propias por disco. Pero qué canciones. Pienso en la titulada «You Like Me Too Much». Hay que ser muy pero muy conocedor de tu grupo para ubicarla. Eso dicen; yo la escucho desde los siete años. Es una canción pulida con esmero, para el gusto de su creador, no está destinada a la venta; está incluida en la cara B del álbum Help! Se escribió, se ensayó, se completó en varias tomas, se imprimió en disco y que yo sepa nunca la tocaste en concierto, pero la podemos escuchar todas las veces que queramos. Nos atrapa con su ternura y sobriedad. Años después adquiriste tu propio estilo, eso tan ansiado por todo artista, arropado por la guitarra slide, los saxofones al mando de la sección de vientos, el piano y el órgano combinándose para acompañarlos.



Y preferís la tranquilidad de tu jardín para asomarte a la vida secreta de las plantas, el vuelo de los insectos polinizadores y sacarle notas a tu ukulele sin la presión del contrato discográfico. «Siempre he pensado que la vida es lanzarse e inventarse oportunidades, hacer que pasen cosas. Nunca pensé que algún día no pudiera vivir en una gran mansión por el hecho de ser de Liverpool», dijiste. La vida te fue grata: mansión en Inglaterra, casa en Los Ángeles, lugar de veraneo en la isla hawaiana de Maui; también recorriste buena parte del mundo occidental siguiendo las competencias de Fórmula 1: motores que rugen, vueltas interminables alrededor de la pista, watching the wheels? Y más de algo nos recuerda que somos mortales. Cierta molestia en la garganta revela la presencia del cáncer. Es tratable, se encuentra en fase temprana, lo atribuís a los muchos años de darle duro al cigarrillo. Das a conocer la noticia poco después de asistir a los funerales de Linda McCartney, fallecida por cáncer de mama.
Pero el bicho siguió concentrando sus fuerzas, a la espera de que se abriera un resquicio para tomar la fortaleza por asalto, y lo consiguió después de que sobrevivieras al ataque a puñaladas cometido por Michael Abram (que su nombre sea cubierto de oprobio y se escupa al pronunciarlo) la noche del 30 de noviembre de 1999. Ahora nos preguntamos ¿cómo era posible que tu propiedad careciera de sistema de seguridad, cámaras de vigilancia y fieles perros guardianes para alejar a los intrusos? A la prensa trascendió el heroísmo de tu esposa Olivia, quien logró neutralizar al agresor al golpearlo repetidas veces con una lámpara y un atizador. La verdad la supieron muy pocos: Charlie Watts, el santo patrono de los hombres impasibles, se estremeció al conocer la versión contada vía telefónica por Ringo Starr. Lo tomaste con ese sentido del humor propio de los hombres parcos y observadores: «Ciertamente, no estaba audicionando para los Traveling Willburys».
En ese momento, según los testimonios de Olivia y tu hijo Dhani, decidiste elegir tu manera de morir. La enfermedad se reactivó, extendió sus dominios hasta tu cerebro. Aún así decidiste luchar, visitaste carísimos centros médicos en Europa y Estados Unidos. Al final todo pasó el 29 de noviembre de 2001. Mis contemporáneos y yo perdimos a nuestro primer Beatle. Estábamos chiquitos, algunos no habían nacido, cuando Mark David Chapman (que sus cenizas se viertan en una letrina) disparó a quemarropa contra John Lennon. Entonces pensé, todavía lo sostengo, que debieron recibirte con un coro de ángeles. No se le pueden regatear tributos a quien le sigue brindando alegría a millones de personas repartidas en medio mundo. Y es curioso: no vivimos la invasión británica, conocimos lo que hiciste de boca de nuestros padres o tíos, pero te abrazamos con mayor fervor.
Todo esto viene a cuento porque naciste en un día como hoy, hace 80 años, en la casa situada en la calle Arnold Grove, número 12, de la ciudad portuaria de Liverpool, en el hogar formado por el marinero y conductor de bus Harold Harrison y la tendera Louise French. Fuiste el menor de cuatro hermanos y el tercer varón de la familia; fuiste el menor de los cuatro Beatles y el tercer hombre del núcleo que giró alrededor de John Lennon; Paul McCartney siempre te mortificaba recordándote que era nueve meses mayor que vos aunque ya pasaban de los 50 años. Pediste que tus cenizas se arrojaran a la confluencia de los ríos Ganges y Varusi para librarte del ciclo infinito de las reencarnaciones, pero seguís aquí, viviendo en cada surco de disco long play, en cada cinta de cassette, en cada plataforma digital. George Harrison: tus canciones siguen sonando y no te olvidamos.







(0 Votos)

Deja un comentario

Asegúrate de ingresar todos los campos marcados con un asterisco (*). No se permite el ingreso de HTML.

  1. Lo más comentado
  2. Tendencias

El vacío que Mickey 17 nos obliga a ver

Una película que se debe ver una vez en la vida.

Por Gabriel Arana Fuentes

Vi la saga Final Destination 25 años des…

No es la gran cosa, pero entretiene.

Por Gabriel Arana Fuentes

INTENSIDAD...

...

Por Rubén Flores

next
prev