
- Gonzo²
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Pop, aliens y asco en un restaurante chino
Era un jueves si mal no recuerdo. A esas alturas de la semana era una de esas etapas en las que hubiese preferido quedarme sedado bajo una fuerte dosis de Diazepam y dejar que el mundo se terminara de derrumbar en pedazos.
Pero no.
Los dioses no me iban a conceder ese lujo. Tenía que hacer mis labores diarias como cualquier mortal clasemediero de este país. Ese día por la tarde recibí un mensaje de L diciéndome que H, un escritor latinoamericano bastante reconocido al parecer, estaba de visita.
Me preguntó si se me antojaba ir por unas cervezas con ellos en la noche. Yo aún me encontraba en la oficina y cualquier excusa era buena para salir de ahí lo antes posible, y no era tan mala idea ir a un lugar a donde pudiera ir a ahogar mis derrotas en un vaso de cerveza fría.
Nos reunimos en el ya mítico y muy extrañado Bar Central sobre la 7a avenida de la zona 1, de esta fucking Guatemala City. Llegué con un poco de retraso gracias al tráfico de dimensiones Dantescas que siempre hay en esta ciudad.
Al entrar nos saludamos con L y él me presentó con H. Un apretón de manos y pasamos a sentarnos en los sillones que solían estar a un costado de las gradas que llevaban al baño en el segundo piso. L y H conversaban de cuestiones puramente literarias al ser ambos escritores. Yo bebía mi cerveza tranquilamente tratando de poner atención a lo que conversaban, pero mi vista no se despegaba de un par de chicas que estaban sentadas en la barra.
Tenían todo el tipo de las que me gustan: Femme Fatales que siempre me llevan a la perdición psicológica como a mi ruina económica. Así que mejor preferí concentrarme en servirme un vaso más de cerveza mientras escuchaba lo que decían.
Chismes y otros escándalos del gremio literario. Me gustan los libros, pero más me gustan los chismes y las historias que giran alrededor de ellos. Así que me acomode mientras me divertía escuchando toda clase de relatos surrealistas de varios autores que conocía.
En un momento L nos sugirió que fuéramos a un restaurante chino que estaba frente a donde él vivía, no muy lejos de ahí. La cerveza era barata y la comida también. Pero no me interesaba la comida ya que por mi cabeza aparecían las imágenes de perros y gatos ardiendo en una gran hoguera para convertirse en el Chao Mein que seguramente era la oferta del día en el lugar.
Aún así fuimos.
Nos sentamos y L ordenó un par de litros para empezar. La charla seguía debatiéndose entre los trabajos de los poetas más reconocidos de Latinoamérica. Sobre sus libros y las ediciones que había que conseguir. O si el trabajo de sutano o mengano era una simple emulación barata de X o Y escritor. Y entre carcajadas y exclamaciones que se dan cuando el alcohol empieza a fluir, la noche avanzaba.
Yo podía opinar poco. Conocía a algunos de los autores y otros no. Así que no podía decir mucho. Sin embargo me divertía escuchando. Pero más me divertía observando a la fauna nocturna que llenaba el lugar.
No podía dejar de contemplar a un tipo de corbata y pelo engominado que iba por su segundo litro de cerveza. Mientras llenaba su vaso, y hablaba solo. Yo me preguntaba ¿Qué se decía a sí mismo? ¿Cuáles eran sus problemas? ¿En donde diablos viviría? ¿Lo esperaría alguien al llegar a su casa? O era una más de esas almas perdidas en esta ciudad que no volvería a ver jamás en mi vida.
Mis cavilaciones fueron interrumpidas por una risotada histérica de una chica que estaba a unas mesas de nosotros. Cuando trataba de ubicar la carcajada que me había provocado un leve escalofrío. Vi que se trataba de un grupo de receptores pagadores de un banco. ¿Como lo sabía? Me bastaba ver al grupo vestido con el mismo uniforme.
No sé por qué en mi cabeza pasaron pensamientos como el de que ellos solo existen detrás de las cajas donde hacen miles de transacciones a diario, contando el dinero a la velocidad de la luz. Pero luego me sentí miserable y pensé que también son seres humanos y que tienen todo el derecho del mundo de embriagarse cuando les plazca.
Imagino las cantidades de dinero que ven pasar por sus manos, las cuales no llegan a sus bolsillos. Ver todo el dinero que jamás tendrás es razón suficiente para ponerte a verga por derecho propio cualquier día de la semana.
No es un capricho, es una obligación.
L y H conversaban sobre las respectivas ediciones de sus nuevos libros y las de otros conocidos también mientras todo eso me daba vueltas en el cerebro.
El atuendo de H era como el de un hippie/neo/hipster/literario. Pero lo que más llamaba su atención eran los collares que colgaban de su cuello. Daba la impresión como si cada chamán de todas las tribus de América le hubiese obsequiado uno para distintos propósitos.
Yo observa a otro tipo ya pasado de tragos en otra mesa que miraba a H fijamente. Yo no quería tener contacto visual con él. Ya saben, es como activarle una especie de chip al borracho solitario para que llegue a la mesa y que no se levante más. Como cuando se le tira un pedazo de tortilla a un perro de la calle y luego ya no se lo quitan de encima. Y así sucedio.
H cometió el error de voltear su mirada buscando a la mesera para pedir más cerveza. Y como si en ese momento se hiciera una pequeña pausa como en las películas las miradas de H y el otro tipo se cruzaron. Yo sabía lo que estaba a punto de pasar. Solo pude maldecir y ver en ese segundo como los ojos del borrachín brillaron y sus dientes torcidos y amarillientos se mostraron frente a mi en una inmensa sonrisa.
Vi como se levantaba tambaleando y se acercaba a nuestra mesa, y en mis adentros solo me resignaba a que ya nos habían cagado la noche. ¿Como chingados nos íbamos a sacar a este de encima? Con L solo nos vimos y ambos suspiramos. El tipo se acerco con la mano extendida hacia H. Cuando H lo vio lo tomo por sorpresa y cuando la mano del borracho estaba frente a sus narices no supo que hacer. Solo le dio un toque a la mano tratando de no tocarlo.
Yo me divertí mucho con el gesto que hasta cierto punto me pareció muy cómico y torpe. Pero luego pensé que el tipo podría haber estado rascándose los huevos o el ojete del culo momentos antes y le di la razón a H. El borracho pasando los límites del espacio personal se acerco diciéndole a H
“Yo sé quién sos vos”,
H un poco confundido le pregunto que a que se refería. “Yo se de dónde venís vos”. Fue en ese momento que los tres nos vimos al mismo tiempo. Seguro H se preguntaba ¿Qué putas está sucediendo, sabe este tipo que soy un escritor famoso? L por su parte ¿Qué diablos está hablando este tipo? Y yo ¿Esto se va a poner interesante?
Todos lucíamos una sonrisa nerviosa en nuestras caras. Y el borracho insistía “No sos el primero que veo”. H seguía sin entender nada y nosotros tampoco. “Tu collar” le dijo a H mientras señalaba uno de los tantos collares que tenía. Que a decir verdad era bastante extraño.
Yo no reparé en él, ya que a mí jamás me han interesado ese tipo de ornamentos. “¿Qué tiene mi collar?” le dijo H al borracho. A lo que él le respondió: “Esos son los que llevan los de tu raza”. H le respondió “¿Te referís a los de mi país?” Seguramente pensando que había notado su acento distinto al nuestro.
El borracho con movimientos exagerados con su cabeza de un lado a otro le decía que no. “NOOOOOOO….los de tu planeta, los del planeta de donde venís”. Fue cuando yo sin querer solté una carcajada porque no aguanté la risa.
Ya todo hasta ese momento había sido extraño y eso llegaba a los niveles de lo absurdo.
L solo pudo exclamar un “ ¡A la vergaaaaa…!”. Pero al borracho nuestra opinión le valía un pito y siguió hablando con H. “Llevame con vos, yo ya no quiero estar aquí. Solo vergeos es está mierda”. H decidió que si le llevaba la contraria al borracho él iba a salir perdiendo, así que prefirió seguirle la corriente.
“No te puedo llevar conmigo, no es así de fácil”.
El borracho con los ojos desorbitados le contestó arrastrando las palabras “Queeeeeé, ahhhhh putaaaa ¿como assssí?. ¿Pistoooo es lo queeee querésssss?. Yo aquí tengo mira!!” y de su pantalón de vestir haciendo un esfuerzo sacaba un fajo de billetes arrugados y malolientes.
Yo no quería perder ni un momento de la escena así que a tientas y sin ver, agarré mi vaso de cerveza y le di sorbos muy despacio. “¡Yooooo me quiero irrrrr de aquíiiiii llevammmeeeee!” H le dijo que tenía que tener un collar como el de él para irse con los de su raza. El borracho decía “¡YOOOOO te compro esa mierdaaaa ¿cuánto queeeerés?!, ¡yo lo que necesito es huir de esta miiiierrrdaaaa!”.
No sabía en que iba a terminar esa escena o en que momento H iba a decidir pararlo todo. Justo en ese momento entraron al restaurante dos trasvestis. Claro está que su presencia no iba a pasar desapercibida.
El grupo de receptores pagadores de banco, ya aún más borrachos para ese momento se quedaron mudos al ver desfilar a las dos figuras de al menos 1.80 mts. Con pelucas rubias, tacones de plataforma, y minifaldas que traslucían los hilos dentales de cada uno escondidos entre sus nalgas.
H y el borracho seguían discutiendo y negociando si él lo iba a dejar irse en la nave nodriza o no. Y los travestis adueñándose del lugar empezaron a pedir sus litros de cerveza. Tenían toda la actitud de pasarla bien y nada ni nadie les iba a arruinar la noche.
Yo empezaba a hartarme del borracho.
Le había dicho a L que si no nos lo despachábamos en ese momento, que pagáramos la cuenta en ese instante y que nos fuéramos del lugar. Estaba diciéndole eso a L cuando uno de los travestis se dirigió a una rockola que estaba en un rincón del restaurante.
No había reparado en ella.
No parecía una rockola, más bien parecía una especie de TV extraña porque el aparato tenía una pantalla incrustada.
L me servía un vaso más de cerveza y cuando lo tomé vi que el travesti hacía una especie de coreografía como una Madonna en el video de Vogue pero esta era una versión bastante decadente. Mientras coreaba una canción. Reconocí lo que sonaba. Era Poker Face de Lady GaGa.
El travesti con el litro en la mano no dejaba de cantar y bailar “P p p poker face, p p p poker face (Muh muh muh muh) P p p poker face, p p poker face (Muh muh muh muh)”. No lo voy a negar, prefería ver eso mil veces que seguir aguantando la perorata del borracho y H. Que para esa hora de la noche ya no sabía como quitárselo de encima.
Poker Face seguía sonando y puse atención en las imágenes del televisor incrustado en la rockola. En ellas podía ver imágenes de la sabana africana, sus ocres y amarillos se mostraban frente a mí, cortesía de Animal Planet.
Y en este punto de la historia no me pregunten como en una rockola de un restaurante chino, yo podía ver Animal Planet. Porque no puedo contestar a esa pregunta. De un costado de la pantalla vi como aparecía una cebra corriendo y jadeando en cámara lenta, mientras lo hacía su lengua salia de su hocico y sus rayas negras y blancas causaban un efecto hipnótico en mí.
Un grupo de leonas la perseguía. Sus músculos se encogían y estiraban mientras se precipitaban hacia el pobre animal que zigsageaba tratando de salvar su vida. Todos los sonidos se arremolinaban en mi cabeza. Los ruidos de los vasos chocando, las carcajadas de los receptores pagadores del banco, el insistente “¡lllleeeeeevammmeeeeeeee no seas mala ondaaaaa, llevammeeeeeee!” del borracho que quería huir de este planeta. Y Lady GaGa.
Me preguntaba si no era yo el que había caído por accidente en una especie de vortex en algún momento y me encontraba en la escena de un film de Terry Gilliam o algo por el estilo. Pero no. Era real y me estaba sucediendo con cada trago de cerveza que daba.
Una de las leonas saltó y vi como sus enormes fauces se encajaron en el cuello de la cebra. Vi la cara de angustia del pobre animal. Ya nada podía ayudarla. Sus días habían terminado en el vasto continente africano. La ley del más fuerte. Las otras leonas se unieron al festín sanguinolento y sus bocas se manchaban de un rojo intenso. Como el de la salsa de tomate que se limpiaba el tipo de la corbata, mientras se metía sendas cucharadas de arroz mixto chino en la boca.
Para ese momento los dos travestis bailaban juntos y se compartían el litro de cerveza un trago cada uno. Otro grupo sentado al fondo les gritaba “hey, hey, hey, hey, hey,” y Lady GaGa seguía en la rockola “Can't read my... Can't read my No he can't read my poker face”.
Entonces empecé a sentirme un poco mareado por el alcohol. Respiré profundamente y le dije a L que pagáramos ya y que nos largáramos. L se levanto de la mesa y se dirigió al borracho que se negaba a callarse. No pude escuchar lo que le dijo L. Minutos después solo vi que el borracho desamparado y resignado volvía a su mesa.
H volteo hacia nosotros, solo se reía y nos decía que que chingados había sucedido. Pagamos y salimos del lugar. No pude evitar voltear a ver y observar un rato más a los travestis que ya habían pasado de Lady GaGa a José José y uno de los tipos de la mesa del fondo les llevaba un litro más.
Quería quedarme, pero ya mi cabeza y el borracho me habían estropeado parte de la noche. Los receptores pagadores de banco seguían su fiesta y un par se habían retirado un poco del grupo para entrelazar sus lenguas como si no hubiera mañana. Hubiera dado todo por ver sus caras al otro día al llegar a la agencia bancaria. Llenas de resaca de cerveza y y un poco de vergüenza. El tipo solitario de la corbata pedía otro litro de cerveza más. Estaba decidido a no despegarse de esa mesa.
En la calle nos despedimos los tres y bromeamos un poco con lo que le había sucedido a H con el borracho. Yo tomé mi camino para buscar un taxi que me llevará a casa. Y mientras caminaba solo bajo esas luces amarillentas del Centro Histórico, empecé a sentirme como la cebra que huía por su vida.
Las calles se convirtieron en los colmillos de las leonas dispuestas a devorar mi carne. Entonces entendí a todos los personajes del restaurante. Cada quien sobrevivía en esta ciudad como podía. Empecé a delirar. ¿Y si en realidad H no era de esta dimensión, y era realmente un alienígena que buscaba a los elegidos para poblar otro mundo?
¿Sería posible que el borracho hubiera tenido razón y solo él había visto la verdad?
Divisé un taxi y le hice la parada, lo aborde y mientras el taxista conducía sentí el impulso de decirle que regresara y que me llevara a donde H estaba hospedado para decirle que yo también quería huir de esta ciudad, que también estaba harto de ella. Que me llevara con él.
Gritarle como el borracho unas horas antes “¡Lllllleeeevameeeee porfavorrr lllllevammeeeee!”. Pero supe que era muy tarde y que probablemente H, de confirmarse la teoría del borracho estaría ya para ese momento a años luz del planeta tierra.
Vi el reflejo de mi cara recostada en el vidrio del taxi y parecía como si estuviera adentro de la TV de la rockola del restaurante. Y ese extraño «yo» distorsionado que miraba plasmado en el cristal no dejaba de cantarme P p p poker face, p p p poker face Can't read my, Can't read my, No he can't read my poker face. Frente a mis ojos cansados.
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