#ElConde: un laberinto entre la sátira y el arte visual, y que confunde a veces
El Conde, interpretado por Jaime Vadell

#ElConde: un laberinto entre la sátira y el arte visual, y que confunde a veces

A primera vista, uno podría descartarla como una sátira política directa centrada en el personaje de Augusto Pinochet, el dictador chileno, interpretado por Jaime Vadell de una manera que te hace ignorar la falta de parecido físico. Pero la cinta es más que eso, es una colisión de estilos y tonos que genera discusión, y tal vez ese sea su propósito pero no deja de confundir al ojo entrenado. Creo que abusaron un poco de ello.

La cinematografía en blanco y negro otorga a la película una sensación de atemporalidad, como si la historia que estamos viendo pudiera aplicarse a cualquier régimen autoritario, en cualquier parte del mundo. Menos mal en Guatemala no tuvimos uno de esos dictadorzuelos... sería una cosa muy interesando verlo ahí (guiño guiño). Pero regreso a la elección del formato, aunque estilísticamente audaz no innovadora, pero claro que le da brios estilísticos, también corre el riesgo de saturar al espectador con una densidad visual que puede volverse abrumadora, tanto como aburrida, creo que eso también tiene que ver con el ritmo del guión, edición y sonido.

Las actuaciones, sin embargo, son indudablemente el alma de la película. Gloria Münchmeyer, quien interpreta a Lucía, la esposa de Pinochet, entrega una actuación que es tanto poderosa como sutil, la odias por momentos, por otros, la entendes. Los hijos, ¡Ja! son un maravilloso cuarteto de ratas sucias, ratas de alcantarilla en un verano con poca agua. Ellos suman una capa adicional de complejidad moral a una ya compleja narrativa, si no estás familiarizado con la historia de la familia Pinochet, este filme te hace odiarlos por sus personalidades, sabés que no querrías estar cerca de ellos.

La inclusión de personajes adicionales, como Fiodor (Alfredo Castro) y Carmencita (Paula Luchsinger), aporta más textura a la película pero también genera preguntas. Especialmente en el caso de Carmencita, una monja que parece ser una analogía a la complicidad de la Iglesia Católica en asuntos políticos, uno se pregunta cuál es su propósito en la trama, qué más va a ofrecer más allá de la confusión de su presencia. Hay momentos en que el espectador puede sentir que la película podría haberse beneficiado de un poco más de edición, especialmente en escenas que parecen absorber un gran porcentaje del presupuesto sin contribuir significativamente al desarrollo del relato. La transformación de Carmen y el uso desmedido de grua en ello te hacen pensar que ahí se fue todo el dinero.

"El Conde" es más accesible para aquellos familiarizados con la historia chilena. Sin embargo, incluso si uno ignora esos elementos contextuales, la película tiene suficiente sustancia emocional y narrativa como para mantener el interés. Quizás no se lleve a casa una estatuilla en la temporada de premios, pero sin duda ha generado un interés genuino en los expectadores, al menos en este continente, y en última instancia, eso es lo que las grandes películas hacen.

Dirigida por Pablo Larraín, quien también nos brindó cintas excepcionales como "No", la protagonizada por Gael García, "El Conde" se sitúa como un experimento cinematográfico que vale la pena ver, aunque tal vez no repetir. Puede que no alcance las mismas alturas que otras obras del director, pero ciertamente se atreve a explorar terrenos que pocos cineastas latinoamericanos han pisado.

¡El Conde, tenés que verla!

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