Eddy Roma

KINKDOM FALL


a Juan Carlos Gómez Herrera,
Juan Carlos Quisquinay Tot y
Juan Pablo Roldán Mejía, britanófilos


Sir Raymond Douglas Davies se baja del taxi que lo llevó desde el Waldorf Astoria Hotel hasta el Radio City Music Hall de Nueva York. Cubriría el breve trayecto a pie, le gusta confundirse entre la gente que se pasa el día entero entre los edificios y las calles de Manhattan. Pero la cicatriz del balazo que recibió el 4 de enero de 2004 en el barrio francés de Nueva Orleans le punza el muslo derecho justo en la víspera del primer concierto ofrecido por The Kinks desde el 15 de junio de 1996.

Paga al conductor, puede quedarse con el vuelto, empuña su bastón y se baja frente a la entrada principal. Los espectadores hacen su cola para ingresar, muestran sus boletos impresos la semana pasada o el código visible en la pantalla de sus teléfonos ante los aparatos que detectan las falsificaciones. Algunos admiradores lo reconocen, quieren decirles a sus acompañantes mirá, ahí va Ray Davies, y eso que se dejó crecer las patillas, anda con boina y se ve más delgado a diferencia de las fotos tomadas en la conferencia de prensa donde se anunció la gira que recorrerá el norte del continente antes de llevarlos por primera vez a la Ciudad de México, Santiago de Chile, Buenos Aires, Montevideo, São Paulo, Río de Janeiro y Curitiba. Nunca se presentó al sur del río Bravo, no sé por qué no me contrataron, bromeó ante los reporteros enviados por los periódicos, las revistas y las cadenas de televisión.

Sir Raymond camina despacio, se pregunta si podrá permanecer de pie todo el concierto, planean tocar hasta veinticinco canciones por noche según la respuesta que reciban del público. Le causa gracia, después se enfada, por último le señala los retratos de The Kinks pegados en el vestíbulo para que el custodio lo reconozca y lo deje entrar. Olvidó su gafete, no se acuerda si lo dejó encima de la cama o tirado dentro del baño, no puede regresar al hotel, ¿ya se fijó cómo está el tráfico allá afuera? Al entrar sir Raymond lo encomia por tomar su deber con mucho celo y no dudará en recomendarlo ante la gerencia del Radio City para que lo nombren como el empleado del año.

Abraza cordial a Mick Avory, el baterista, logró arreglar su visa de trabajo en el penúltimo minuto. No estaba seguro de llegar a tiempo, ya se resignaba a perderse las primeras fechas, pero ahí estaba para asegurar la presencia de los tres supervivientes de la formación original del grupo. Sir Raymond acepta que mucho se demoró en ponerse de acuerdo con su hermano David Russell Gordon para salir de nuevo a la carretera. Primero se murieron Peter Quaife, Jim Rodford e Ian Gibbons, todos con derecho al reencuentro. Ahora sus puestos son cubiertos por el bajista Marc Pelman y la tecladista Karen Grotberg, pertenecen a The Jayhawks, grabaron los discos Americana y Our Country: Americana II con sir Raymond. ¿Por qué no buscaron músicos de acompañamiento en Londres, Manchester, Southampton?, objetan algunos seguidores que siguen los pormenores de la reunión desde la remota Guatemala, ¿acaso The Kinks dejó de ser la más inglesa de las bandas?



Sólo falta que llegue su hermano David Russell Gordon para bajar todos juntos al sótano acondicionado como lugar de ensayo antes de subir a escena. El dueto telonero (una pareja descubierta por sir Raymond en una de sus escapadas al Greenwich Village) cobra bríos mientras se llenan los asientos del teatro. Estuvieron a pocos boletos de colgar el cartel de sold out, a lo mejor algunos neoyorquinos se deciden y no se pierden el concierto. Sir Raymond consulta su reloj de pulsera, son las 8:20 de la noche, se pregunta si podrá cantar «Scattered» sin que se le atraviesen las palabras al evocar la memoria de su madre.

Ya pasaron varios minutos, David Russell Gordon aún no se asoma, sir Raymond decide comenzar el ensayo preliminar sin él. Quizás las voces que pueblan a su hermano aún no le dan instrucciones para que llegue, piensa mientras saca su guitarra acústica. Todos ocupan sus posiciones, Mick Avory tropieza con un amplificador, son los nervios, ¿cuándo fue la última vez que tocamos juntos, Ray?

David Russell Gordon se aparece a media interpretación de «Lola», con su bufanda verde al cuello y su gorra de lana azul tapándole media cabeza como si se protegiera de una fuerte ventisca. Busca su guitarra, la conecta, se queda quieto, la canción prosigue hasta el final, sir Raymond se le queda viendo, David Russell Gordon sigue estático, sin trazar las figuras que acompañan al comienzo de «Waterloo Sunset». Debo hablar con mi hermano, se dice sir Raymond, o más bien, ¿deberé llamar a las voces que lo pueblan para que le retiren el candado y me permitan hablar con él? Da por terminado el ensayo, espera que puedan brindar con una pinta de cerveza cuando regresen a camerinos dentro de un par de horas. Nota la mirada de Mick Avory, le hace gestos de que no se preocupe, sabrán arreglarse.



Media hora después, el público entretuvo su impaciencia coreando «you really got me, you really got me», sale Mick Avory con cara de situación, se acerca al micrófono, le da unos toques, está encendido. Expresa cuánto lo siente, pero Ray sufre un súbito malestar que le impide subir al escenario y a pesar de su voluntad por cumplir con el deseo del público que esperaba ver el primer concierto de The Kinks con tres de los integrantes originales desde 1983, no se encuentra en condiciones de hacerlo. Sabe cómo se sentían, quería volver a tocar junto a Ray y Dave después de tanto tiempo, promete que la fecha se reprogramará tan pronto lo permita la condición de Ray.

Los espectadores se retiran entre molestos, confusos y preocupados. ¿Qué le pudo pasar a sir Raymond si lo vieron entrar despacio al teatro, acaso un poquito encorvado porque ya está grande, nació el 21 de junio de 1944, pero se miraba bien, podían contratarlo como la próxima regeneración de Doctor Who? Empiezan a buscar información en sus teléfonos apenas se los devuelven en la recepción. Encuentran versiones que se contradicen entre sí; a los días, tras cancelarse toda la gira por Estados Unidos y dejar en veremos el recorrido por el sur del continente, se sabe de algo, de un incidente entre hermanos, de un pleito que se resolvió a guitarrazos y bastonazos; se cuenta que las voces dentro de David Russell Gordon demandaron más espacio para sus canciones aparte de «Death of a Clown» y «Susannah’s Still Alive», aún espera que le den el reconocimiento que merece desde 1964. Los hermanos guardan silencio, sólo se emite un escueto comunicado donde sir Raymond informa que su salud ya tiene mejorías pero los médicos le aconsejaron guardar reposo por varias semanas más y lo cumplirá.

 

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