© Foto de Juan Pablo Serrano Arenas en Pexels
Juan José Medina Villegas

La persona viva que más admiro

Era el 6 de junio de 2002, yo tenía año y medio. Papá y mamá se encontraban en el hospital a punto de recibir un diagnóstico. Manos sudorosas, respiros profundos y unos cuantos

“todo va a estar bien”

para darse un poco de esperanza a sus almas abatidas.

Minutos después, la noticia llegó y no era la que se esperaba. Con llanto y temor se recibió, y de nuevo un

“todo estará bien”

salió de sus bocas. No era yo, ni mis hermanos, ni mi papá: se trataba de mi mamá.

Al ser tan pequeño, no podía entender el llanto, frustración, y mucho menos lo que era el cáncer de pecho. Pasaron días, semanas, meses, y lo único que avanzaba en esta situación era la enfermedad. Empezó una temporada muy difícil, y a pesar de estar en esta circunstancia tan frustrante, mi mamá no se mostró débil frente mis hermanos y a mí, siempre con una sonrisa y amor para dar.

Yo seguía creciendo. Las deudas, preocupaciones y estrés también. Dije mi primera palabra, di mis primeros pasos, dejé el biberón, pasó mi segundo cumpleaños, el tercero, y todo seguía igual. Por momentos se celebraba que todo se había acabado, por otros ella recaía.

Llegó el 2005 y sin saber, se comenzaron a hacer cosas por última vez. Cumpleaños, tradiciones y viajes. Llegó agosto, un mes que recuerdo con dolor. Fue el mes que se fue, en el que el cáncer acabo con ella, y nuestra felicidad se rompió. Aunque hubiéramos querido que la historia terminara, apenas estaba comenzando.

Mi papá tomó su lugar, desde entonces es mamá también. Su preocupación ya no era el cáncer, sino el cómo vamos a salir adelante. Yo con 4 años, Adrián con 6 y Pamela con 9, una cantidad exagerada de deudas, el dolor de no tener a su amada aquí,

¿realmente fue justo?, ¿Qué estaba pagando?

No solo tenía que traer la comida la casa, ahora tenía que ponerse un delantal para cocinar, guantes para lavar y los pantalones para no claudicar. Pasaron los años, unos llenos de lucha. Muchas veces el dolor nos ganó, manteniéndonos en el suelo. Mi papá se encargó de levantarnos, devolver la esperanza y de sacarnos adelante. Se olvidó de él, sus gustos y sus sueños para que pudiéramos cumplir los nuestros.

Todo ese tiempo, vivió para servirnos. Gracias a su lucha y perseverancia, hoy seguimos aquí. Estamos mejor que nunca, con sueños cumplidos y muchos por hacer realidad. El dolor sigue, pero ya no abruma. De vez en cuando toma el control, pero no impide continuar el camino.

Ni el dolor, ni la muerte, y aunque pareciera, ni el cáncer ganó. No se triunfa por como termina la situación, sino por lo que sale de ella. De ellos salió valor, amor y perseverancia. Se triunfa por lo que se aprendió, por lo que se soltó, y por el carácter que formó.

Hoy, aunque siga con dolor, veo atrás y se lo que es vivir con valentía, pero sobre todo, viendo el amor de Dios, a pesar de todo lo que malo que pueda pasar. Mi mamá me dejó la lección más grande, que es el valor, amor, y fuerza. Ella ya no está, pero su recuerdo y lección siguen conmigo. De mi papá sigo aprendiendo muchas cosas, y cada día me sorprendo más del amor que tiene con mis hermanos y conmigo. El amar y luchar por los demás es la lección más grande que mi papá, mi héroe y al que más admiro aquí en la tierra me enseñó.

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