
- Afrodita
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Love letter to Angel Smalls
Give us a wink and make me think of you.
Paul McCartney, “Lovely Rita”
En algún lugar de esta ciudad, me digo mientras recorro el mapa de Los Ángeles, le rompen el orto a Angel Smalls. Serán uno, dos, tres o varios los afortunados que se turnan para penetrarte con frenesí, amenazando con desgarrarte el tejido rectal mientras apretás los dientes, te sujetás a tus compañeros, respirás sofocada y ponés los ojos en blanco.
Apenas rebasás el metro 60 de estatura y no has de pesar más de cien libras. Tu fragilidad contrasta con el tamaño de los negros, blancos y latinos que te invaden hasta dejarte hecha un trapo exhausto y retorcido.
En algún edificio con vista a las colinas de Hollywood, acaso cerquita de la Capitol Tower, filmaron la escena que me hizo buscar cuanta imagen tuya esté disponible en internet.
Prefiero las mujeres con senos grandes,
producto de lo fascinado que me dejó una fotografía impresa en el número conmemorativo del 35 aniversario de la revista Playboy. Pero me retó la mirada que dirigiste a la cámara como la orgullosa superviviente de un triple asalto poco antes de que termine ese video de 45 minutos, según el montaje final.
Estás cansada, tenés las rodillas enrojecidas, rociaron tu cara y tu cuerpo con toda clase de fluidos, pero sonreís y te despedís con un beso de todo aquel que siguió la historia desde el comienzo o adelantó hasta el final.
Y por eso acá me tenés, escribiéndote una carta de amor.
Sabés a lo que vas. Si se descuentan los impuestos que pagás y tus gastos médicos, te ha de sobrar buen dinero. Sé que la tarifa que cobrás por rodaje aumenta según te involucrés con tríos, cuartetos o septetos, aceptés el mano a mano entre mujer y mujer, o dejés que te metan puños, dildos y bolas de billar en la vagina.
“No se preocupen, que hay espacio para todos y hasta un rinconcito les puedo hacer entre carne y carne”, me dice tu actitud. Ya lo ves: excepto escenas con animales, no le hacés ascos a todo lo demás.
Por eso te admiro.
Naciste en 1993; te diste a conocer como Angel Moore; seguro pensás retirarte antes de los 30 años para colocarte detrás de cámaras, vender fotografías autografiadas y ofrecer material inédito a quien pague tarifas mensuales de un dólar con noventa y nueve centavos en adelante.
Veo los avances de tus filmaciones y tus autorretratos tomados antes de acostarte a través de tu cuenta de Twitter; me conmovió la foto de una botella de vino y tu declaración de que era cuanto te esperaba después de diez horas de sexo.
¿Te invade la misma soledad que sufría Janis Joplin después de hacer el amor con 20 mil espectadores?
O quizá no, me respondo tras encontrarte fotografiada en Instagram con gorra de Mini Mouse junto a un niño y un muchacho con rasgos hispanos. Leo, copio y pego:
“You may know us but what you don’t know is I love this man with all my heart and not one of you can say something to bring me down! So why talk? why bring up your opinion? Love is love. He’s my #muse”.
Ángel mío, sos ambigua, no especificás si dirigís tus sentimientos al muchacho o al niño. No lo oculto: hace un rato sentí la misma desazón cuando abrí el Facebook y encontré la foto de la mujer que me gusta al lado de su pareja.
¿Quién te pone a husmear ahí?, me dirán; ¿por qué no lo preservan en la intimidad?, mando a responder. Y me digo: es raro que las pornstars compartan su ambiente familiar, que nos permitan aunque sea un vistazo doméstico y conozcamos a sus seres queridos.
No todo el mundo lo hace; mi afecto hacia tu persona aumenta por eso. Uno de los dos es la razón por la que te exponés en cada set de filmación, sin importarte si se enteran en tu pueblito del Medio Oeste y corren a contárselo a tus papás.
Me fijé que en tu hombro izquierdo tenés tatuada una libélula. Dragonfly es su equivalente en inglés; “caballito del diablo” le decimos allá donde nací. Su vuelo es tenue y delicado, apenas roza la superficie del agua, nunca se aleja de la orilla. Y así sos: semejás una pequeña hada rubia,
acertó quien eligió tu nombre de guerra.
Transmitís esa impresión en filmaciones realizadas en parques, donde compartís un leve destello de tus pezones a la vista del afortunado que camine a esa hora, se pare un momento y se pregunte qué hace esa muchacha rubia sentada en el pasto mientras un tipo con cámara revolotea a su alrededor.
Dicen que el exceso de porno es malo para la mente,
pero no puedo dejar de consumir mi dosis semanal de polvo de ángel.
California me tiene en su poder; la próxima vez que visite Antigua Guatemala me fijaré en las gringas bajitas por aquello de que la libélula esté posada en su hombro izquierdo y te encuentre. No te importunaré; sonreiré agradecido por la mera prueba de tu existencia más allá de la pantalla de la computadora.
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