- Afrodita
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La gloria de los bastardos, parte 1
Existe un gran afrodisíaco para el hombre moderno. La aprobación masculina, la complicidad y el entusiasmo colectivo o dual de quienes comparten entre sí imágenes, videos o
(en el mejor de los casos) a su esposa/novia en persona.
Es bastante sencillo acceder a esta comunidad de hombres con apetitos alfa o tendencias sumisas, quienes intercambian el material capturado en la intimidad de sus relaciones, sin necesariamente el consentimiento a su difusión pública. El tipo de homoerotismo de esos intercambios será motivo para la segunda parte de esta minicrónica.
Ahora, hablemos de una noche entre un cornudo, una hotwife y un toro.
Lo que para muchos sería una verdadera pesadilla: la infidelidad de su esposa, un motivo para un cancionero entero de rancheras, para otros es una fantasía que los lleva al éxtasis. Se trata de una situación controlada, fácilmente explicada a través de un eslogan de playera muy chingonazo:
“My husband likes to watch”.
Ella, Lucía, me conoció en la plaza de restaurantes de un centro comercial. Ya había orquestado el encuentro algunas semanas atrás con Pringles, su esposo. Por supuesto, me compartió fotos de su nalgona compañera de vida.
Era mi destino continuar con la noble tradición que mantenían desde hace años, satisfacer la sed de vergas y carne fresca de Lucía. Y, claro, alimentar al fisgón esposo, quien fotografía o graba los encuentros.
Facilitó mi acceso a ella como el cuckold semi-profesional que es. A los pocos minutos de dejarme solo con Lucía, hice mi movida y la besé. Fueron besos como de adolescentes, entre dos completos extraños. Trasladamos pronto el romance instantáneo, tomados de la mano, mientras Pringles caminaba varios metros delante de nosotros.
Tomamos asiento en una de las bancas en el primer nivel de Galería Los Próceres, mientras los locales empezaban a cerrar y los guardias interrumpían la escena que él observaba con deseo.
Lo que tocaba después era llevar las cosas a la cama. Y así fue.
Pringles reservó una habitación en un hotel del centro, y al finalizar la semana la habitamos por una noche casi entera. Yo no sabría mucho acerca de los rincones íntimos de su matrimonio,
no me interesaban en realidad,
solo aprovechaba a sentir sus nalgas con mis manos subiendo adentro de su vestido... mientras el ascensor nos llevaba al nivel necesario.