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Ana Lucía Montúfar

La experiencia a la que sobreviví junto a mis juguetes

Comenzaré por contar parte de mi niñez. Soy la menor de cuatro hermanos y todos me llevan una gran desigualdad de edad, casi 17 años de diferencia. Por lo tanto, cuando yo cruzaba mi etapa de niñez mis hermanos ya se encontraban en su etapa de juventud.

Siempre jugué sola. Creo que debido a esa razón desarrollé una gran capacidad de imaginación, para ser honesta, poseía dos juegos favoritos los cuales repetía con frecuencia. Jugar a la cajita registradora, que me causaba una gran satisfacción, creo que me encantaba escuchar el sonido que realizaba el escáner al leer el código de barras. Sin duda, lo disfrutaba mucho.

Pero había dos juguetes que terminaron por completar mi felicidad durante mi niñez: Paco y Neno, dos muñecos bebés. Paco era un juguete bastante peculiar, era un bebé moreno, de ojos cafés y cabello negro, recuerdo que lo que más me fascina eran sus ojos, eran brillantes e intensos y a la vez tiernos.

Pero Neno era exactamente todo lo contrario a Paco. Su tez era blanca, y sus ojos eran verdes, además su proporción en tamaño era mucho menor al de Paco. Si mi memoria no me falla, creo que me encantaba su color de piel, y el color verde de sus ojos. Menciono a ambos bebés porque, aunque eran dos juguetes distintos para mí eran como uno solo.
Creo que pese que eran juguetes, sin valor alguno quizá, para mí fueron esos elementos que, ha tan corta edad, ya habían logrado despertar en mí el instinto materno que he llevado siempre muy dentro de mí. Sentía que ellos me permitían crear una realidad alterna, una distinta a la que estaba viviendo en aquel entonces, era una niña que simplemente necesitaba sentirse protegida, aunque parecía fuerte y decidida por fuera.

Tenía a Paco y Neno porque por dentro, tenía demasiado miedo y me sentía indefensa. Un monstruo rondaba en mi casa, con tal afán, que cría era el más poderoso e intocable. Ahora entiendo que esos signos machistas que siempre presentó ese monstruo, atemorizando a quien se le cruzará en su camino, y golpeando a quien fuera, solo son signos de debilidad. Y esa es la descripción idónea que encuentro para mi hermano bipolar.

Seguramente a quien culparé toda mi vida por arrebatarme mi niñez y el deseo de vivir una vida tranquila y normal. Jamás lo justificaré por la enfermedad mental que posee, porque sé perfectamente que solo la usa cuando le conviene. En realidad, siempre he pensado que es un simple manipulador, saca su mal carácter cuando no se le da lo que quiere. Al final del día te das cuenta que no tiene ninguna enfermedad. Porque sabe controlar sus emociones perfectamente.

Entonces esos dos juguetes fueron mis fieles acompañantes mientras atravesaba en el campo de insistentes bombardeos que me dio la vida. Sin duda alguna, ellos me mostraron que quizá en el futuro y con suerte formaría una familia a la que yo pudiera proteger. Evitaré a toda costa que sufran lo mismo yo padecí.

Años más tarde, fui creciendo y dejando de lado todas esas tardes de juegos que compartí con ellos. Me convertí en alguien más independiente, y comencé a construir otros mecanismos de defensa ante las amenazas de mi hermano, como mi carácter.

A los 16 años, ya no le temía más, porque sabía que podía utilizar sus amenazas a mi favor, para llamar a la policía y utilizar cada una de las grabaciones que tenía con sus palabras y acciones para mostrárselas a las autoridades. Creo que a la fecha es una estrategia astuta de mi parte, porque simplemente, tomé su más grande miedo a mi favor: la idea de estar preso en las cárceles de Guatemala.

Así fue como fui descuidando o sustituyendo la protección que sentía con estos juguetes, por otras alternativas supuéstamente más adultas. Al cabo del tiempo, mi mamá notó que había dejado de jugar con ellos porque ya estaban empolvados, así que sin previo aviso, decidió empacarlos y donarlos. Siempre guardaré un especial recuerdo por ellos, porque a pesar de ser cosas materiales, siempre estuvieron allí para ayudarme a superar esa etapa de mi vida, así que siempre albergaré un recuerdo grato por ellos en mi corazón.

 

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