Cavalera Conspiracy: bajo un cielo pálido y gris

Fue en la casa de un viejo amigo del colegio,

estudiábamos por la tarde y solíamos perder el tiempo por las mañanas escuchando sus nuevas adquisiciones musicales. Así fue como llegó a mis manos Morbid Visions, de los brasileños de Sepultura, en un viejo casete. Di play y al oir el intro con Carmina Burana seguido por una ráfaga de puro death metal, sabía que había sido golpeado por algo que
no entendía del todo, pero me gustaba.

A mí como a muchos otros nos tocó ver a Sepultura por pedazos. En 2004 con 3 de sus integrantes originales y luego sería el 4 de junio de 2015 con sus fundadores Max e Igor Cavalera. Muchos fanáticos los esperábamos con más de 20 años de devoción sobre nuestras espaldas. Finalmente los Cavalera en un mismo escenario, ahora como Cavalera
Conspiracy. El carisma de Max y la furia de Igor en la batería, no pedíamos más. No sé a quien culpar pero con un retraso de más de una hora y el rumor de que el lugar estaba solo contratado hasta las 12:00 am empecé a preocuparme. El primer grupo subió al escenario a hacer lo suyo apenas pude entender lo que tocaban, y lo de siempre, por qué carajo aquí no existe un lugar decente para conciertos. La misma historia con la otra banda carioca invitada. Realmente no me pude disfrutar su propuesta.

Yo guardaba mis energías para el moshpit con los Cavalera. Finalmente como si esperáramos a una especie de profetas aparecieron –enloquecimos-. Yo no pude resistir y corrí a los pocos minutos al moshpit solo para darme cuenta que estoy en pésima condición física al ser recibido por un vendaval de puñetazos. Todo iba bien, temas clásicos que deseaba escuchar de la voz de Max hasta que de pronto el sonido cesó de la nada. El lugar dispuso que no iba más. Muchos quedamos atónitos preguntándonos que sucedia, la banda salió molesta y los instrumentos fueron desmontados. Sabía que faltaban canciones que había esperado oir por años, pero supe que no iba a suceder, este es un lugar diseñado para que todo salga mal. Sentí vergüenza al verlos irse enojados, pensé -lo más seguro es que jamás vuelvan a Guate-.

Salí bajo la lluvia furioso, algunos tomaban sus últimas cervezas y subí al taxi. Solo rogaba por encontrar en casa pastillas para el dolor muscular.

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