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Arjona...
Se fue al México de Pedro Infante, encomendado a la Virgen de Guadalupe.
DEPRESIÓN
El abismo es profundo, como un viaje a la eternidad sin retorno, sin horizonte, tal como se ve el oscuro cielo en una noche sin estrellas, sin luna, sin luz, sin ilusión. Existe por mil razones.
Es un refugio, un baúl del que no quieres salirte... no tiene caso hacerlo.
Es una puerta de escape,
es la soledad compartida con uno mismo; es verse las manos y no sentirlas,
es lanzar un golpe al vacío, es una invitación que no debes rechazar.
Se puede ver, se puede sentir, se aprecia su aroma, tiene tintes de silenciosa tormenta.
Avanzas por ella como en un camino que no conoces y quieres llegar más y más lejos. Tus temores afloran, pero te gana la curiosidad, el deseo enorme de saber hasta dónde te llevará, hasta dónde eres capaz de llegar.
A veces se puede vivir con ella, hacerla tu compañía de siempre, llevarla de la mano y bailar como dos enamorados.
Te pierdes en ella como un chiquillo en un bosque.
Es un fantasma que te come las entrañas, que te pervierte la visión, que te adormece la actitud.
Rompe tus frágiles moldes y crea enormes cadenas.
Piensas que el mundo te devora,
que la gente es un extraño haciéndote daño,
que la cruz es más pesada de lo que te mereces,
si es que piensas que te la mereces.
Ves hacia los costados, hacia atrás, no quieres caminar más, quieres detener tu camino, tu avanzar, tus sueños.
Cada día es más y más grande, pesada, insoportable. Miras al espejo, te das cuenta de que no hay más nada qué hacer, que los golpes son muy fuertes y ya no tienes espíritu para levantarte.
Te ríes porque debes hacerlo.
Respiras, sudas, lloras, te callas.
Recuerdas tus recuerdos, añoras nada.
Vives por inercia.
Te duermes y no quieres despertar, pero lo haces y vuelves a la rutina de siempre, con la idea fija de que ya va llegando la hora.
Quieres cargar tu maleta, pero te encuentras con que todo el peso que supone te hará difícil llevarla.
Entonces, solo queda vaciarla o irte sin ella.
NOSTALGIA
Se me antoja un trozo de ti.
Tomarte de la cintura y bailar la música que nos gusta.
Una danza de dos.
Se me antoja un beso de tus labios, una caricia de tus manos, el encuentro perfecto con cada parte de tu cuerpo.
El sudor compartido, la plegaria en el ecuador de tu ser, las manos aprisionándote para que no te escapes.
Se me antoja un país distinto, con dueños, pero humanos;
con pobres, pero no tantos;
con ladrones, pero no en exceso.
Se me antoja una taza de arroz con leche, de ese que se ha perdido en la distancia, de ese que mi madre hacía, de ese que no volverá.
Se me antoja una breve charla con mi viejo, de libros y programas de televisión.
Se me antoja estrechar su mano, fuerte como un roble, firme como su voluntad de toda la vida.
Se me antoja que el odio inexplicable no sea parte de mi esencia,
comprender al que nubla la existencia,
al que en lugar de bien hace el mal,
al asesino en potencia que habita en cada uno de los humanos.
Una religión que haga realmente bondadosa a la gente, que la una y no que la siga polarizando.
Un trozo del Dios que todos tienen en la punta de la lengua, y que se haga presente en cada creyente.
Se me antoja perderme en el desierto, caminar y caminar, y finalmente no encontrarme.
Se me antoja vivir para siempre, crecer y fortalecerme.
Seguir siendo yo.
Se me ocurre entonces, que mis deseos podrían multiplicarse en todos los chapines para que den fruto.
Pero las intenciones son eso, y nada más que eso.
El verbo es casi inexistente.
Por uno a favor, mil en contra.
Un año más, o un año menos, según cada quien.
Se me antoja no decir más nada, pero soy un privilegiado en este país de analfabetismo crónico, una enfermedad de muchos que le conviene a pocos.
Pero me caigo de la nube en la que me encuentro y sé que de todos mis antojos, quizá el primero sea el más fácil de complacer.
Porque sé que te tengo y no soy tu dueño,
porque sé que estás y no es por obligación,
porque sé que eres un fragmento de vida e ilusión;
una rebanada de felicidad moderada.
ARJONA...
Fue tanta su fe, que aún sin tener jardín se compró una podadora. Se fue al México de Pedro Infante, encomendado a la Virgen de Guadalupe, lugar en el que la hizo de actor de novelas, y transformador de simples historias de simples mortales, en poesía, en canciones, emociones que trascienden las pieles, las fronteras, el género, los idiomas.
Regresó a su país, la enésima vez, para regalarnos a todos, no solo a los chiquillos, esa podadora de esperanza, de fe, de ilusión, convertida en una institución que albergará los sueños de llenar de música, cual utopía de un mejor mañana para Guatemala, a comunidades olvidadas, a pequeños que son parte del enorme grupo de chapines que tienen pocas oportunidades para crecer, para alimentar el alma en esta época de egoísmos, narcisismos, de egos inflados por la sociedad que se rige por el código del dinero, como reza el dicho (cuánto tenés, cuánto valés).
La intención es un grano de arena, no un granito. Es un mar de oportunidades, una puerta para darnos cuenta de que la humanidad no ha fracasado, y que hay una conciencia
que puede hacer despertar a otras para promover el amor al prójimo, ese del que tanto hablan las religiones y sus seguidores (fieles en todo caso).
Arjona sigue siendo el tipo de siempre, el de los pantalones de lona, la sonrisa sincera, el de la crítica salpicada de magia para que penetre hasta el fondo del alma, sin que duela el golpe.
Sigue siendo el mismo que se fue para seguir creciendo, el que le canta a las mujeres, al amor, al desamor, al vacío, a la soledad, el que desea pararse en Iraq y mandarle un saludo a la “mamá del idiota más grande del mundo”, a los muchos que se golpean el pecho y te clavan un puñal por la espalda.
Ricardo volvió y le da un empujón hacia un mejor mañana a este país de corruptos, de pequeños y grandes peces que se enriquecen con dinero que no es de ellos, de los infames sobalevas... de los que tienen autoridad y se aprovechan de eso.
Arjona vino y espera que esta semilla dé frutos.
Arjona vino, y yo le digo, gracias por la podadora.
Yo también sueñocon un jardín...