¿QUÉ ME IMPORTA?

Mientras más joven te crees más viejo te pones. Y mientras más vivo te ves, menos tiempo te queda.


¿QUÉ ME IMPORTA?


Sacudo el polvo de mis ropas. Me tiemblan las piernas, mi boca está seca, los ojos me duelen, como este ser interno que poseo. Veo la tele, oigo la radio, el bullicio retumba en mis oídos y quiero escapar.

Una luz me ilumina y pienso: ¿será que existo? ¿será que soy? ¿será que estoy? Bueno, la noche es larga, como el insomnio que cobija mi tormento, como el hambre que mitiga un pan, pan que no tienen muchos, muchos como los años que seguimos pensando en una vida mejor, mejor de lo que otros están.

Se atolondran las imágenes de un pasado mejor (dicen), pero eso no es cosa cierta. No hay nada mejor que el presente, ese que apenas tiene unos cuantos fragmentos de vigencia. Es el devenir de la esencia, esencia de mujer ardiente, ardiente como volcán fértil, dando a luz fuego y terror, miedo, misterio y curiosidad.

Imágenes de esta naturaleza que sigue, sin que el fin del mundo sea para todos, sino un estado muy particular; suyo, mío, pero muy pocas veces de nosotros.

Y a cada paso que doy, se me clava más la espina del desánimo, cual si fuera un tatuaje grabado en la piel, y que marca para siempre la corta vida que nos dan.

Como el amor, la pasión o la tinta de un lapicero. Vaya comparación. Vaya pensamientos, ajenos a lo que dice la lógica que se debe pensar, extraños para quienes no entienden los monólogos de esta historia.

Veo el reloj y se me consume la juventud, prefiero eso. Al calendario hay que tenerle, más que miedo, respeto, pues porque mientras más joven te crees más viejo te pones. Y mientras más vivo te ves, menos tiempo te queda. Por eso hoy, estas líneas que parecen ser de hoy, ya empiezan a ser de ayer. Y no miento al pensar que a lo mejor, al minuto siguiente, dejen de ser lo que en este momento pareciera que son.

PARTÍCULAS

La imagen jamás desapareció; estuvo ahí, anclada, acolchonada en una infinidad de recuerdos. Como esa foto que me regalaste, bueno, que más bien te robé. ¿Te recuerdas?
Y veo la luna caminando por la noche, mientras las estrellas le hacen una valla y la acompañan, tal como ella lo hace conmigo. Te busco en la agonía de la oscuridad del insomnio y te encuentro dibujando papeles de emoción y locura. Como si fueras una loca de amor, de esas que casi nunca se ven, de esas que siempre se esconden, de esas a las que siempre soñé.

Y vuelvo a tu imagen, esa que nunca perdió vigencia, y se cobijó cual capullo esperando evolucionar, amanecer no en la memoria, sino en lienzo profundo de un despertar inconcluso, génesis del consciente, ocaso del viaje hacia la eternidad.

Y lo hizo.

El bus, sí, el bus; la historia cobra vigencia de nuevo. Quiero refugiarme en tu mirada y saciar mis labios con los tuyos, porque estoy sediento en este desierto de insatisfacciones totales.

Veo tu rostro, y redescubro todo aquello que sigue sin cambios radicales. Más genuina, más mía, más ajena, más serena, más violenta.
Quiero amalgamar mis manos con las tuyas y aprisionar tu cabello entre mis dedos, aunque ya no sea un chiquillo, aunque ya no tenga locura. Envolverme en tu perfume y reunir las partículas que emergen de tus formas e intentar dibujarte, con sílabas y palabras, con frases y oraciones; añoro hacerlo, como casi siempre, aunque, como dijo Arjona, ya no soy el mismo de antes...

El tiempo se quedó corto; tu regreso me toma, no por sorpresa, solamente me toma y me esclaviza. Y lo peor, es que no duele.
Rompe los silencios, las ausencias, edifica nuevas sensaciones, atropella mis ideas, me revoluciona, me gusta.

PÁGINA ROTA

Escena uno. El adiós se dibujó con una sonrisa burlona en ese rostro de muñeca que tienes. Dijiste ¡basta! Tomaste tus cosas, vaciaste la memoria, te retiraste del presente como un suspiro sin cómplice.

Escena dos. Yo ya tenía la maleta a la orilla de la cama, la chumpa puesta, las botas bajo el brazo.

Escena tres. Aquella pasión al límite quedaba en el recuerdo, como cuando el fuego se convertía en un mar de movimientos violentos, y la cama se hacía de agua. Éramos dos peces enredados en la red. Sacudiéndonos en sentidos contrarios, vibrando, soñando, matándonos. Porque sin saberlo, cada día nos arrebatábamos la vida, la ilusión, las ganas.

Escena cuatro. La magia de habernos conocido fue eso, magia que duró lo que aguanta la luna en la madrugada. Te subiste al carro, me subí yo, qué más da. Nos fuimos a no sé adónde, comimos no sé qué, mudaste la piel, conocí tus secretos, besé tus labios, agradecí saborear tu esencia, tomé tus manos, extrañé la calma, el mutismo, me quité tus piernas del cuello.
Cansancio del que te deja con una sonrisa como tatuaje, con una energía extraña, con una sensación de quiero más, con mirada traviesa, con el incendio a punto de reiniciarse, con la locura como pasajera de un tren neoyorquino. Quién puede contra todo esto.
Decidí contar con besos la extensión de tu cuerpo en sus tres dimensiones. Pasó la noche, llegó el alba. Amanecimos como toma de película estadounidense, todo un sueño.

Escena cinco. La fiesta continuó miles de calendarios, con varias leídas a Cien Años de Soledad de García Márquez, con cada párrafo bien aprendido. Me dijiste: nunca me dejes... Lo pensé, no lo dije, no prometí. Nunca me suena a siempre y nada dura tanto. Te quise, te querré, te quiero. Y nada más. Eso lo sabes.

Escena seis. El portazo, como los últimos mil años, fue una cosa más que hicimos juntos.



Última modificación Domingo, 17 Marzo 2024 11:26
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