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Zona Cero: el día que sentí la desolación
“Escárbale amigo, a partir de ahora a pura mano, nada de pala, porque esto que encontramos es músculo”.
Imágenes y texto de Mariano Macz
Creo que con eso te podés hacer una idea de qué significa estar en la Zona Cero. Como fotoperiodista me ha tocado ir en varias ocasiones. En cada visita, la desolación empeora, pero te acostumbrás.

Empezaré con lo técnico, como si fuera una nota periodística: “El domingo 3 de junio de 2018 se registró una de las emergencias más grandes que ha vivido este país”.
Aunque en ese momento, no lo sospechábamos.
El Volcán de Fuego, después de varias amenazas, finalmente hizo erupción. Fue una de las más grandes registradas en los últimos 100 años. Datos oficiales hablan de 1.714,387 afectados; 12,823 personas evacuadas, y, un número desconocido de fallecidos.

Viajé a una de las zonas en donde la furia del volcán impacto. Esta vez, hablaré de la vez que me tocó ir a San Miguel Los Lotes, Escuintla, ahora conocida como Zona Cero, donde ahora solo vive la devastación.
Y está a tan solo 62 kilómetros de la Ciudad de Guatemala.
En fin.
Vas a tu destino y como es habitual, cruzás la garita del peaje de la autopista de Escuintla, sentís el típico cambio de clima, de templado capitalino a calor costeño. Calor húmedo, el que hace que sudés sin necesidad de hacer movimiento, insisto, es la bienvenida que te da Escuintla, la habitual.
El Rodeo, una comunidad que se ubica a dos kilómetros de Los Lotes, es en donde te topás con el primer cinturón de seguridad.

Decís lo tuyo: “soy periodista, voy a documentar en la Zona Cero”. Sin mayor explicación, dan pase libre para seguir. Se continúa sobre una carretera poco transitada, con cañaverales, y de vez en cuando se observa uno que otro habitante a la orilla de la carretera. Gente que habita el olvido.
Se percibe la soledad, se percibe que algo pasó, estamos en una ruta nacional y no es normal que no tenga tránsito alto.
Llegás a una encrucijada. Hacía atrás está El Rodeo, lo que viene es Los Lotes, el segundo cordón de seguridad te lo indica. Personal de la Policía Nacional Civil (PNC), Ejército de Guatemala y Bomberos te reciben. En este punto, el paso es más restringido.

Repetís lo tuyo, pero esta vez con el agente al mando de la PNC. Toman tus datos, teléfono, institución y así. Solo quieren tener todos los datos posibles, por aquello de que se de otra emergencia.
Comenzás a caminar.
Paso a paso las cosas cambian rápido, lejos del calor que pasa de húmedo a seco, mirás restos de hogares. Casa vacías de un pueblo fantasma que no hemos visto aún en el cine.

Aparece un último cordón de seguridad, esta vez, de parte de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (CONRED). Toman tus datos de nuevo, recibís instrucciones de cómo se debe actuar ante una evacuación, por aquello de una nueva actividad volcánica.
A tu andar, aparecen grupos de voluntarios rescatistas, tomando un respiro, quieren hacer un buen trabajo. Antes de que cualquier alerta de evacuación cambien todo, ellos buscan terminar su meta, después de todo, una nueva emergencia significa empezar desde el principio al siguiente día.
Llegar a la Zona Cero es enfrentarte al vacío.

Es como lo que nos da Hollywood, pero real. Veo a todos lados y siento ya no estar en la Tierra, ahora es aquel planeta extraño en donde no existe vida, es tóxico y monocolor. La temperatura no hay ser humano que la pueda tolerar.
Pero avanzás. Vas por terrenos que antes eran las calles principales de San Miguel Los Lotes. A donde observés, a cualquier rumbo, solo encontras destrucción. Todo es gris, no es un lugar seguro. Se percibe, después de una semana, gases piroclásticos que siguen emanando de la tierra. La temperatura del suelo es tan alta que supera los 100 grados centígrados. Podés freir un huevo en el suelo.

Algunos pasos más tarde, ya dentro de la comunidad, llegás a la que fue la fachada de la escuela de la localidad. Ahora, solo queda la pared que da la bienvenida a Los Lotes. Esa pared es testigo de la búsqueda que ejecutan los grupos de rescatistas. Los sobrevivientes escarban en los que eran sus terrenos, hallan pertenencias, recuerdos y los restos de sus seres. Ya no están desaparecidos.

Un grupo de rescatistas mexicanos, ayuda a las familias al trabajo de búsqueda.

Esto es algo que nunca olvidaré.

En una parte de las excavaciones, un señor, de unos 70 años quizá, removía la tierra que soterró su vivienda. Encontró los restos de su gato y de un pollo. Los sabe diferenciar gracias a la ayuda de los rescatistas. Continúa en otro ambiente de lo que era su casa, removiendo toda la cantidad posible de tierra.
De pronto, encuentra una especie de esponja amarilla, fibrosa. Llama a una de los rescatistas para que le indique cómo debe proseguir:
“Escárbale amigo, a partir de ahora, a pura mano, nada de pala, porque esto que encontramos es músculo humano”.
Le indica.

Siguiendo con la excavación, encuentra algo más, que deja de ser fibroso y de apariencia muscular. Consulta de nuevo, pronto le indican que es una parte de columna vertebral humana.

El siguiente paso es circular el área. Ahora, solo los familiares puedan quedarse. Ellos van a encontrar el cuerpo, o lo que quede de él. Esto es para que la conexión y la intimidad no sean invadidas por personas que solo están pasando de curiosas.
Caminar por la Zona Cero, es ver estos múltiples escenarios de desolación.

En el ambiente se respira una rara combinación de olores. Van desde notas a madera quemada, luego azufre, carne asada a las brasas y descomposición. Eso significa que hay más cadáveres soterrados.
Ir a Zona Cero es ver familias que lograron sobrevivir, pero que ahora buscan con angustia y esperanza, buscan en shock. Con desasosiego necesitan, aunque sea los restos, de sus seres desaparecidos.

Y en este panorama, el Volcán de Fuego sigue imponente, no se calla, no deja de estremecer. El cielo gris amenaza con una próxima tormenta. De pronto, suenan los tres silbatos.
Es momento de otra evacuación, debemos abandonar Los Lotes. Los cadáveres no, Ellos tendrán que esperar mucho más. Mucho.
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