Roger Waters, mi tirano favorito

A la memoria de Carlos Rigalt, 

quien admiró al constructor de la Pared 

1) Me pregunto qué se hizo Roger Waters antes del 7 de noviembre de 1992, fecha en que editó su tercer disco solista (Amused To Death), y el 23 de julio de 1999, cuando se presentó en el auditorio de Milwaukee para dar comienzo a la gira In The Flesh. Encontré pocas pistas: da la impresión de que tachó todos esos años. «¿Qué me pasó? Me divorcié y anduve haciendo otras cosas por un tiempo. Hice un show acompañando a Don Henley en 1992 para su proyecto “Walden Woods”. Éramos Don, John Fogerty, Neil Young y yo. Usé a su banda para cantar un par de temas. Y tuve una enorme sensación de calidez de parte del público. Pensé que no era tan malo, y que tal vez debiese volver a tocar. Pero eso estuvo paseándose por mi mente durante todos los 90’s. Finalmente en el 99 me arriesgué, para ver qué sucedía. Y funcionó bastante bien», declaró al periodista chileno Juan Ignacio Cornejo K. para la revista Rockaxis. Entre las «otras cosas» estuvo la demorada escritura de su ópera Ça Ira, ambientada en los primeros años de la Revolución Francesa: fue estrenada en 2005 tras esbozarla en 1988.

Pasó todo ese período sabático sin que Roger Waters emitiera opinión acerca de lo que sucedía en el mundo de entonces: la guerra de Bosnia-Herzegovina (1992-1995), la guerra civil en Argelia (1992-2002), la guerra del Alto Karabaj lanzada por la supervivencia de la minoría armenia contra la mayoría azerí (1992-1994), la frustrada intervención de las Naciones Unidas en Somalia (1992-1995), la carencia de todo bien material que asoló a Cuba durante el llamado «período especial en tiempos de paz» (1992-1995), la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas (1994), el furor genocida de los hutus contra los tutsis de Ruanda (1994), la crisis de los balseros cubanos (1994), la invasión a Haití para restablecer en la presidencia a Jean-Bertrand Aristide tres años después de que lo derrocaran (1994), la primera invasión de Rusia a Chechenia (1994-1995), la devaluación del nuevo peso mexicano (1994), el asesinato del primer ministro israelí Yitzhak Rabin (1995), el atentado de Oklahoma armado por Timothy McVeigh, cuando se voló un par de edificios (1995), la expulsión masiva de los albaneses de Kosovo (1998), los bombardeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte contra la Yugoslavia reducida a las repúblicas de Serbia y Montenegro autorizados para detenerla (1999) y la segunda invasión de Rusia a Chechenia (1999). En el ínterin surgieron las expectativas por la reunificación alemana (1992), los acuerdos de Oslo para impulsar el mutuo entendimiento entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (1993) y la firma de la paz en Guatemala (1996), todas defraudadas con los años. Seguro tuvo conocimiento de varios hechos: es persona bien informada, su discurso lo muestra.

Primero se insertó en el circuito de la nostalgia, harto lucrativo para sus contemporáneos. «El espectáculo es bastante simple porque sólo estamos usando muy pocas luces y la proyección frontal. No hay películas. Esta gira sólo incluye tres camiones, cuando una gira grande mueve de 20 a 30 camiones», explicó a la cadena cnn. Y le fue bien. Añadió un segundo recorrido por Estados Unidos entre junio y julio de 2000. Debieron contratar más camiones para transportar el equipo. Dos años después fue visto en los confines del mundo; ahí necesitó aviones y barcos de carga. «Su espectáculo es innovador: videos, efectos adecuados con piezas teatrales, animaciones, efectos con rayos láser, sistema de sonido de tres dimensiones, cuadrafónico, de 360 grados», anticipó el diario mexicano La Jornada en su edición del 17 de marzo de 2002. Las giras se hicieron más ambiciosas: tocó el repertorio entero del The Dark Side of the Moon (2006-2008) y clavó su bandera en la cima del Everest al edificar y derribar cada noche toda la estructura de The Wall (2010-2013). 

En el ínterin ocurrió el reencuentro con sus excompañeros de Pink Floyd para el Live 8 (2005), la muerte del fundador Syd Barrett (2006), la muerte del tecladista Richard Wright (2008) y sus breves acercamientos con el guitarrista David Gilmour (2010-2011). Cierto día, antes de presentarse por primera y última vez en Israel, lo invitaron a recorrer el otro lado del muro construido alrededor de Cisjordania con el pretexto de prevenir los ataques de la insurgencia palestina. No estaba preparado para lo que vio. Desde entonces arreció su activismo político, ya mostrado en el sencillo «To Kill a Child/Leaving Beirut», donde criticó la invasión a Irak ordenada por el presidente estadunidense George W. Bush y secundada por el primer ministro británico Tony Blair. Muchos de sus seguidores quisieran que se limitara a tocar sus canciones: pagan para verlo en concierto, no para que los sermoneen (ya tienen suficiente con los lamentos de Bono por cada niño que muere de hambre en el cuerno de África cada vez que respiramos). La fundación Simon Wiesenthal lo incluye en la peligrosa categoría de antisemita, quisiera verlo ante los tribunales; algunos patrocinadores le retiran su apoyo por temor al boicot de la clientela. Pero Roger Waters no se deja intimidar y los espera en medio del cuadrilátero para refutarles cada argumento. Le encanta zaherir sin piedad a sus oponentes: si ocupara asiento en el Parlamento del Reino Unido, sería orador de fuste; si viviera en el siglo xviii, escribiría panfletos contra la Iglesia y la monarquía; si fuera dictador, no podría garantizar la permanencia de su régimen: anularía los liderazgos emergentes. Todo comienza y todo termina con él.

2) George Roger Waters, ciudadano inglés afincado en Nueva York, cumple 80 años en vísperas de su nuevo recorrido por el sur del continente americano, a empezar en Brasilia y terminar en Quito, vuelta por San José de Costa Rica incluida. También se asoma con la regrabación a su manera de The Dark Side of The Moon, donde encara la mortalidad al releer sus opiniones acerca del tiempo, el dinero y el desorden mental escritas en 1973. El tiempo se le escurre (como a todos), el dinero le abunda (como a pocos) y esquivó el apagón que canceló a Syd Barrett (menos mal). Alternó las tareas vocales con David Gilmour y Richard Wright en el álbum original; su versión Redux prescinde de las colaboraciones (salvo «The Great Gig In The Sky») y como bien lo advirtió Juan Pablo Roldán Mejía, adquiere un registro similar al de Leonard Cohen en el mensaje del más allá que alcanzó a completar desde el más acá titulado You Want It Darker: nos hace señas desde su lecho para que nos acerquemos y lo escuchemos hablar en tono bajito, rasposo. No encontramos esa voz que nos punzó los oídos con el chillido que brota a medio «Careful With That Axe, Eugene», supo repartirse entre el juez, los testigos citados a declarar y el acusado en «The Trial», y descargó sus diatribas contra la primera ministra «Maggie» Thatcher desde la primera hasta la última canción de The Final Cut. Tampoco hablamos de un anciano endeble: Waters nos sigue contemplando desde su intimidante 1 metro 91 centímetros de estatura. Pero está consciente de su edad y de los segundos que le restan en su reloj biológico.

Ya no está para misiones imposibles (nada de hacer las paces con David Gilmour y su esposa la escritora Polly Sampson) y nos sorprende al emocionarse y derramar algunas lágrimas al recordar su apoyo para identificar a los 122 reclutas caídos en la guerra por las islas Malvinas y sepultados en el remoto cementerio de Darwin como «soldado argentino sólo conocido por Dios»; siempre me lo imagino adusto, poco dado al elogio y listo para cultivar el temor entre sus subordinados; no quisiera tenerlo como jefe. Le satisface comprobar la renovación de su público, sobre todo en los países de habla española, como se lo dijo a la periodista argentina Gaby Cociffi: «Sudamérica es diferente. Acá la gente que viene a los shows es joven. A mí en los Estados Unidos no me sigue toda [la] gente mayor, pero tampoco tantos jóvenes como acá. Ése es uno los mayores contrastes con Norteamérica. Por ejemplo, los que siguen a mi amigo Eric Clapton son todos viejos. Allí están las fans de más de 60 años cantando sus canciones.  ¡Acá son todos chicos! Saben todas las letras. Ellos entienden que las canciones se tratan de sueños y sueños perdidos y amor y alegría y remordimiento y muerte y dolor. Esto me encanta. Me mueve mucho». 

En el ínterin se mantienen la guerra de Rusia contra Ucrania, el conflicto armado interno en Siria y la crisis migratoria venezolana; Nicaragua terminó como propiedad del régimen orteguista, persiste el declive de Cuba e intentan escamotear las elecciones presidenciales en Guatemala; los talibanes consolidan su dominio en Afganistán, las pandillas se reparten el control de Puerto Príncipe, los militares vuelven a dar golpes de Estado en países africanos y el voto popular se inclina por el recorte de los derechos individuales a cambio de que haya menos ladrones y asesinos sueltos en la calle. Waters condena la invasión ordenada por Vladimir Putin, pero tampoco exime al gobierno de Volodímir Zelenski; rechaza toda intromisión ajena para sacar a Nicolás Maduro del palacio de Miraflores («¿de verdad queremos que Venezuela se convierta en otro Irak? ¿O Siria o Libia?») y recibe de lo más encantado el «cuatro» que Maduro le mandó autografiado en agradecimiento. Cuando expresó su disgusto por los modos de Jair Bolsonaro al frente de Brasil, medio estadio lo abucheó sin recato y medio estadio lo aplaudió a rabiar a su paso por São Paulo, Brasilia, Salvador, Belo Horizonte, Río de Janeiro, Curitiba y Porto Alegre. O estás con él, o estás contra él, sin medias tintas, sin separar al hombre de la obra creada. Roger Waters es un artista, un político, un hombre de letras; es un músico aclamado por miles de personas y detestado por unos cuantos colegas que llegaron a conocerlo bien; es un tirano que supo tocar el corazón de la gente; seguirá provocando esas reacciones.

 

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