
- Ciudad Bizarra
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Corrección política: no lo mismo “mesero, me trae chile” a “mesero, quiere mi chile”
Estimo que de unos siete o cinco años para acá, empecé a percibir que pedir "chile" en un restaurante se había convertido en un acto subversivo, casi que un abuso de confianza. Todo marcha bien hasta que al final de la orden, como si estuviera pidiendo algo clandestino, digo: "Me trae chile, por favor". Y ahí es cuando llega el momento que me hace sentir que este país involuciona. El mesero, con una sonrisa que solo puede describirse como condescendiente, me corrige: "¿picante?". Es un simple término, pero parece que estamos inmersos en un delicado juego, como si de pronto, nos mudamos a la facultad a discutir de semiótica o semántica. -Broder, ¿En serio crees que pedir chile implica alguna especie de humor de quinta categoría?- Como si yo, en un restaurante, fuera a hacerle un chiste sexual a quien maneja mi comida. ¿Qué te hace pensar en doble sentido, amigo?
Meditemos… ¿hasta dónde va a llegar la corrección política? Porque lo que era una simple palabra, ahora está cargada de potenciales dobles sentidos que ni siquiera deberían existir, o bueno, si fuera un instituto de adolescentes tendría más sentido… pero un restaurante. Y por eso es que no deja de incomodar. No solo porque me corrijan, sino porque crean una escena de la nada. “Antes de que me ofenda, lo corrijo”. Es casi como si la corrección política hubiese mutado en una máquina capaz de fabricar incomodidades donde no las hay. ¿Querés pensar en doble sentido de la nada? Solo pedí "chile" en un restaurante y observa cómo el mesero te mira como si hubieras lanzado una granada de doble sentido.
Lo más irónico de todo esto es que, al intentar evitar una potencial grosería que no existe, terminan sembrando la idea del "mal pensamiento". Si yo realmente quisiera hacer un chiste barato, sería evidente. Levantaría una ceja, haría esa mirada cómplice de adolescente malcriado que todos reconocemos. Pero no. Solo estoy pidiendo un maldito condimento. ¿Por qué complicarlo?
En lugar de enfrentarnos a las verdaderas injusticias semánticas del mundo, nos sumergimos en estas pequeñas guerras lingüísticas sin sentido. El lenguaje siempre ha fluido, ha evolucionado, pero ahora lo quieren ahogar en un pantano de formalismos forzados. Como si decir "chile" fuera un detonador para una revolución de ofensas. Y ahí es donde está el verdadero problema: el lenguaje debe facilitar la comunicación, no obstaculizarla.
Nos hemos vuelto esclavos de una corrección que no resuelve nada, y que solo genera confusión. Es el caso del desdoblamiento exagerado del lenguaje y demás inventos. Si querés desdoblar el género, hacelo bien: "las ingenieras y los ingenieros", "las y los doctores y doctoras". Pero claro, eso sería pedir demasiado esfuerzo no orgánico. Y aún así, con toda esta corrección forzada, la realidad es que corregir el lenguaje es poner un dique al mar. En Guatemala seguimos llamándole "peso" al "quetzal" 100 años después, sí, desde hace un siglo que el peso no existe y acá estamos. El lenguaje, ese ser vivo indomable, simplemente no sigue las reglas impuestas por burócratas ni académicos o políticos oportunistas que buscan popularidad entre la ignorancia social. Fluye, se adapta, y hace lo que le da la gana.
Así que, mientras el mesero sigue preocupado por si decir "chile" puede o no significar algo más, yo me quedo pensando en cómo nos hemos obsesionado con cosas tan insignificantes. En lugar de resolver los problemas reales de comunicación —la condescendencia, los insultos disfrazados de cortesía, los abusos disfrazados de felicitaciones—, nos perdemos en detalles que solo hacen más difícil interactuar.
Y lo peor de todo es que, aunque sabemos que estas imposiciones no sobrevivirán, nos sigue molestando cada vez que un desconocido, creyendo que está salvando al mundo de una grosería, decide corregirnos. El lenguaje orgánico es el que manda, y el artificial, ese que intentan imponer, no es más que una moda pasajera.
Así que, querido mesero, tráigame el chile, sin miedo. Lo que realmente importa es que no me vea como alguien a quien corregir, sino como alguien con quien puede hablar sin intermediarios ni filtros absurdos.
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