Siempre nos quedará la música

 Esta columna está dedicada a las promiscuas musicales del mundo.

Hace unas semanas me encontraba a más de 2 mil kilómetros y entre unos cuantos miles de extraños, la mayoría de ellos con la ropa húmeda y los zapatos enlodados. Cada uno, a su manera, contaba los minutos para que Rosalía saliera al escenario. “Marica yaaa, que se nos pasa el efecto de los poppers”, dijo alguien de la multitud con un distintivo acento bogotano, mientras el resto lanzó una carcajada.

Para ese momento, yo trataba de ignorar lo fuera de forma que estaba y lo mucho que me dolían las piernas por haber recorrido casi 12.5 kilómetros moviéndome de un escenario a otro a lo largo de la tarde. Pero había cantado Te quiero olvidar, con Salt Cathedral, bailado con Tove Lo, y todavía tenía que ver a Drake. La promiscua musical que vive en mí daba saltos de felicidad.

En esos 15 minutos de retraso con los que salió Rosalía también me acostumbraba a mi condición de mortal. Es decir, a “divorciarme” de la yo periodista, que, por una vez, no tendría que anotar el nombre de la canción con la que abrió el show o buscar el highlight de la noche. Este festival era para disfrutar, y fue así verdaderamente.

La mayoría de conciertos a los que he asistido en la vida han sido gracias a mi trabajo como reportera de entretenimiento. La dinámica cambia según el medio en el qué estés, pero sí te gusta la música, y lo que sucede alrededor de ella, es magia pura. Yo misma me he hecho fan de artistas a los que normalmente no hubiera escuchado, por haber tenido que cubrir uno de sus conciertos.

Un par de días después del show de Rosalía, esperábamos por Jesse Baez, el único guatemalteco en presentarse en esta edición y, sino estoy mal, en la historia del festival. Yo, que he seguido la carrera de Jesse desde hace años y nunca había podido verlo en vivo, me llené de sentimiento. Con decirles que si hubiera tenido una bandera de Guatemala conmigo, la hubiera levantado. Fue hermoso ver cómo los colombianos y los asistentes de otros países coreaban sus canciones, y cómo él solo tenía palabras bonitas para el país donde se crió, a veces tan ingrato con sus artistas.

Como estos, yo tengo otros miles de momentos musicales agolpados en la memoria y en el corazón. No es que quiera romantizar una industria, con errores y aciertos, pero los conciertos, festivales o mis propias playlist de Spotify son la mejor prueba de que la música no conoce de idiomas o fronteras. La música siempre está.

Vivir la música es un regalo. Déjense llevar por sus oídos y su corazón, y no por los prejuicios asociados a uno u otro género musical. Quédense horas en la fila para ver lo más cerca posible al artista de sus sueños y lloren a gusto si se les cumplió. Sol, lluvia y barro siempre habrá, pero seguramente también alguien que les dé el brazo y evite que se hundan.

Y recuerden… las promiscuas musicales no tenemos gustos culposos, solo gustos.

Última modificación Martes, 18 Abril 2023 12:01
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