Doctor Gonzo

«Tenemos la capacidad de crear universos a partir de algo tan minúsculo como un grano de arena»

En este momento, Verde está en su Ítaca soñada, a la que Kavafis cantó hace tantos años. De ser uno de los periodistas culturales más prolíficos y diligentes de Guatemala, José Luis Escobar hace siete años que camina en las calles de Dublín, Irlanda. Habita las mismas calles que Oscar Wilde y en ocasiones, luego de un día arduo de trabajo, degusta un par de pares de cerveza Guinness. En sus planes aún no se habla de retorno al Centro Histórico guatemalteco, lugar que tantas veces documentó, mismo escenario de sus entrevistas para las secciones culturales de Siglo.21 y Prensa Libre, medios que tuvieron a bien publicar su trabajo durante casi 20 años. Cuando escuche hablar de José Luis Escobar, Brailem Jousc o El Verde, sepa que se habla de la misma persona. Cuando emprendas tu viaje a Itaca/ pide que el camino sea largo,/ lleno de aventuras, lleno de experiencias.

¿Cuántos libros tiene tu biblioteca?
Este es un tema muy nostálgico para mí. Extraño mucho mis libros físicos. Conservo unos 250 propios, que sumados al acervo familiar, completan unos 500 ejemplares distribuidos en revistas, publicaciones específicas de esas que se insertan en periódicos y muchísimos catálogos de exhibiciones de arte. De esos 200 y pico de libros propios la mayoría son novelas y poemarios de autores guatemaltecos (1990s a 2010s), así como varios libros de historia, arqueología, arquitectura, paganismo y diccionarios. 
Siempre tenía un libro en casa para consultar cuando escribía mis notas para los medios impresos. Ahora que cuento con poco espacio, mi biblioteca se redujo a unos 15 libros físicos, pero en los últimos años he construido una «pdfteca» fundamentalmente sobre la historia de Irlanda, de la cual las épocas vikinga, medieval, georgiana, victoriana e independiente se han convertido en mi nueva obsesión. Tengo (por razones profesionales) aproximadamente 150 publicaciones en formato pdf. 
Adicionalmente, tengo a mano la biblioteca de mi pareja. Comparto con él básicamente los mismos gustos en literatura, así que puedo sumar a mis tristes 15 libros otros 300. La mayoría son de arte, arquitectura e historia, pero también hay textos clásicos y una buena selección de libros (narrativa y poesía) en irlandés.

¿Cómo los tenés organizados: por autor, por temas, por áreas lingüísticas o indiscriminadamente?
Por tema. Historia y arqueología siempre a la cabeza de la lista, seguidos de temas relacionados con todo lo visual: arquitectura, fotografía, mapas, grabados, esculturas, pinturas, etc. Luego, todo lo demás. Nunca tuve un sistema en atención al autor. Cuando se tiene poco espacio para libros, o cuando estos sencillamente se multiplican descontroladamente, el tamaño se convierte en prioridad y determina el orden. Con mi acervo digital no tengo ese problema, he creado una eficiente nomenclatura distribuida en 20 temas y, con la ayuda de File Viewer y Librera, tengo el control de todo. Debido a los temas que me interesan, en digital, sólo tengo publicaciones en inglés.

¿Qué criterio seguís para comprar: un criterio racional, la recomendación de un amigo, las críticas que se publican, o te dejás llevar por el impulso?
Si el índice convence, me lo llevo. Es importante para mí el contenido (en temas de historia), si la lista de temas de la publicación aportará nuevas cosas a mi conocimiento me lo llevo (sea físico o digital). Es un plus si hay material visual complementario, especialmente fotos, imágenes o grabados de los 1800s a las primeras décadas del siglo xx. Nunca me dejé llevar por las críticas ni la información de las solapas. Para temas diferentes a los históricos o artísticos sí escucho recomendaciones, pero no necesariamente las tomo. 

¿Qué hacés para controlar la superpoblación, la cantidad excesiva de volúmenes?
La rotación es una opción, pero no la solución. Aquellos que sabía ya no me eran imprescindibles se iban a la sección de donación, obsequio o trueque. También llegué a construir mis propias estanterías al inicio, luego contraté a un profesional para ampliarlas y, desde luego, conservé las precarias. Cuando el espacio comenzó a reducirse (lo veo también ahora en la biblioteca física de mi pareja) una solución lógica es apilar los libros en posición horizontal en lugar de vertical. El verdadero método debería ser dejar de comprar (ahora descargar) tantos, pero aceptemos la realidad, todos los que como yo son ratones de biblioteca sabemos que eso nunca va a pasar. Incluso con los formatos digitales el espacio es, a final de cuentas, vital. Ya he tenido que cambiar una tarjeta de memoria de 16 gigas por una de 256 y (al menos por los próximos 5 años) dudo que llegue a necesitar más espacio. 

¿Recordás el primer libro que leíste?
Mi memoria durante los primeros 12 años de mi vida es vaga. Tendría que decir que conservo escenas sosteniendo algún libro de texto durante la educación primaria, pero la verdad es que no. Sé que leí esos libros de texto porque aún existen en una sección especial de la biblioteca familiar. Son evidencia pero no recuerdos. Por ejemplo, ahí está la edición de relatos de Francisco Morales Santos publicada en colaboración con Editorial Piedrasanta. También el libro Tío Conejo y Tío Coyote que para muchos fue obligatorio. De los niveles básico y diversificado tengo mejor retención de altibajos leyendo Doña Bárbara, El coronel no tiene quien le escriba, autores nacionales, como Virgilio Rodríguez Macal, Pepe Milla y Miguel Ángel Asturias, y algunos otros más (internacionales) cercanos a ese punto conocido en la literatura como el «boom latinoamericano». 
Si bien estoy obsesionado con el pasado (historia, arqueología, etcétera), cuando se refiere a narrativa tengo gran debilidad por todo lo que se aleja de los datos académicos. Digamos, en pocas palabras, que prefiero la ficción a la realidad, y las emociones sobre la razón. Es por ello que no puedo olvidar las aventuras que durante mi adolescencia (tenía como 11 o 12 años) cuando leí mis primeros libros de Agatha Christie (su estilo definitivamente marcó mi redacción e imaginario). Al mismo nivel coloco, unos años después, el sismo emocional que viví al leer El nombre de la rosa, sí de Umberto. 
Mi sueño por entonces (década de 1980) era tener el privilegio de encontrar una librería donde me ocurriera lo mismo que al personaje principal de La historia sin fin. Cuando vi la adaptación cinematográfica (1984) de Michael Ende supe que yo sólo podría ser dos clases de «criatura» en la vida: o ratón de biblioteca, o rata (nocturna) de ciudad. Si bien ver la película y terminar el libro de Eco no cuentan cronológicamente como lo primero que recuerdo haber leído, sí son para mí experiencias excepcionales que marcaron mi gusto por la narrativa. 

¿Cuál es el ejemplar más valioso que poseés?
En Guatemala, libros de historia y arqueología; y, de estos, los que formaron parte de los premios que obtuve por reportajes escritos de periodismo arqueológico (tanto en solitario como en equipo), otorgados por el Museo Popol Vuh. Son valiosos por el hecho de que quería ser arqueólogo, antropólogo e historiador. Pero además de un académico o investigador social, quería ser escritor, poeta, arquitecto y pintor. Al final encontré en el periodismo la oportunidad de ser un poco de cada uno. Es por todo esto que «se dan a tacos» mis libros de temas sociales con los de narrativa y poesía. Al menos, satisfice mi deseo de tomar fotos (un archivo treinta veces más vasto que mi pdfteca); primero como periodista cultural y, ahora, como parte un proyecto personal documentando la arquitectura y vida urbana de Dublín. Por eso los libros de fotos y mapas no pueden faltar en mi acervo.
Luego, hay muchos libros autografiados o dedicados a «El Verde». La mayoría son de «fuentes informativas» con quienes al final se trascendió esa línea profesional y ahora nos une un vínculo de amistad y complicidad que recuerdo y sigo apreciando muchísimo. Muchos más han sido obsequios de cumpleaños de familia, amigos y personas cercanas. 
En un nivel diferente, pero siempre con un lugar especial, está la edición conmemorativa por el centenario de la publicación de Dublineses. Varios autores contemporáneos están antologados en esta revisita a una de las obras imprescindibles de James Joyce. Cada uno muestra una faceta actual de la Dublín joyceana. Terminé la lectura durante los primeros meses luego de mudarme a Dublín, fue oficialmente el primer libro en inglés que leí por placer, no por razones laborales. Encontré el libro en una librería de segunda mano que por cierto ya no existe. 

¿Cuál es el libro que más veces has releído?
Nunca he leído una novela dos veces. Por el contrario, libros de arquitectura y de historia sí los he consultado más de una vez, pero en atención a ciertos capítulos. Los que son 90% fotografía (o mapas), ni se hable. Justo ahora conseguí uno sobre fotografía aérea de Dublín en los años 80 y sigo encontrándolo fascinante cada vez que lo abro, aunque haya visto 11 veces cada página. Sencillamente me amplía el contexto de muchos sitios que hoy existen sobre terrenos que a finales de los 70 y principios de la siguiente década eran baldíos, sobre tierra ganada al mar. El entusiasmo es aún mayor cuando veo mapas de los siglos xvii y xviii. Soy como la versión de Hannibal Lecter, pero devoro material visual impreso.

¿Qué te hace abandonar la lectura de un libro? 
Cuando no trae «dibujitos» (es broma, insertar carcajadas). Usualmente soy todo terreno y le entro a libros sin importar su diseño. Lo que me hace descartarlos es su redacción. Si “marea” en lugar de brindar información precisa (en el caso de los históricos o arqueológicos) pues lo dejo de lado. Si por el contrario la redacción es ágil, con pausas y distribución de párrafos que optimicen las páginas, pues no tengo problema en leerlo de un sentón, aún así sea un libro «denso», es decir, de muchas hojas. Es lo mismo con la narrativa, si la voz omnisciente se limita a rellenar páginas solo describiendo el entorno sin aportar a la trama o al papel de los actores, pues me doy por vencido. No hay nada más aburrido y desesperante para mí que haber leído dos o tres capítulos con el corazón palpitando a mil, para luego estrellarme de cara con un capítulo dedicado a meras dubitaciones o pasajes totalmente innecesarios.

¿Qué obra famosa no terminaste de leer?
El Quijote. Cien años de soledad. La insoportable levedad del ser. Ulises, pero este último porque no he tenido tiempo; es complejo, pero si lo mastico despacio algún día lo terminaré (cuando sea grande).

¿Hay títulos de los cuales tenés más de una edición?
Un par de diccionarios de idiomas. Una edición conmemorativa de El Quijote y la que leí en los básicos. En pdf algunos libros de historia que han sido reeditados; la nueva versión tiene mejor diagramación y mejor calidad en sus fotografías, pero me gusta conservar la original (en mi memoria fotográfica es lo que recuerdo). 

¿Tenés un lugar específico para los libros que escribiste o editaste, eso que podríamos llamar la egoteca?
La poesía que escribí desde los años noventa hasta aproximadamente 2009 está celosamente custodiada por una contraseña, en una carpeta en mi disco externo. Hay una versión impresa (no un libro, solo páginas individuales que dejé en un contenedor plástico en Guate). Junto a ese «poemario» hay tres o cuatro relatos cortos inéditos y las ideas de un texto largo que nunca cobró vida. Como editor «le eché» mano a textos que luego fueron parte de trabajos publicados por otros pero eso sigue siendo top secret, así que no hay mayor evidencia en mi acervo. Mi «egoteca» publicada se reduce a mi trayecto como periodista cultural. En el mismo disco externo donde están mis textos de puberto hay otro folder con todo el material que publiqué en periódicos y revistas, así como las «freelanceadas» que hice. Es un archivo que comprende de 1997 a 2018. Fotos, borradores, las versiones que envié a los editores, así como las que yo modifiqué siendo editor… todo, todo está ahí. Como buen ratón de biblioteca conservo todo.

¿Leés solo libros impresos o también electrónicos?
Ambos. Extraño mi biblioteca física, pero tengo otra ahora, ajena pero prácticamente con los mismos temas. No podría dejar los libros físicos, necesito olerlos, palparlos, desempolvarlos. Y de publicaciones electrónicas, ni entremos en detalle, ya el lector se habrá dado una idea si los leo.

¿Acostumbrás prestar libros a tus amistades?
Tengo más dedos que libros prestados. No por mala onda. Sí, soy celoso de mis libros, pero en realidad muy pocas veces se dio esa situación. Y creo, hasta hoy, no había tenido la oportunidad de contar mi faceta como lector. Solo tengo un libro físico perdido, La historia del Diablo, una revisión histórica del concepto que la humanidad ha tenido acerca del mal los últimos 10 o 11 mil años. Aseguraba tenerlo pero sencillamente el día que lo quería consultar no lo hallé. 

¿Devolvés los libros que te prestan?
Por su puesto. Si los presté, los regreso. Cosa muy distinta es que me los robe (otra broma, esta vez insertar risita sarcástica).

¿Cuáles son tus hábitos de lectura? ¿Tenés un lugar y un horario fijos para leer?
Fundamentalmente por las tardes y noches de invierno. El clima no invita a salir (ni por unas cervecitas) así que lidio con el frío y el insomnio leyendo. Durante diciembre y enero son hasta 15 o 16 horas de oscuridad (si no está nublado) así que para evadir la locura leo uno o dos textos diferentes. 

¿Acostumbrás subrayar y anotar los libros que leés?
No daño los libros. Trato de mantenerlos lo más impecable posible. Tengo el hábito de archivista/catalogador también, así que si necesito subrayar algo lo transcribo en la compu o cualquier otro dispositivo y creo una carpeta para el caso, con una detallada ficha o documento con las referencias del caso: obra, número de página, enlaces a sitios web... a veces, hasta captura de pantalla o foto agrego si es necesario. Es un hábito que perfeccioné desde mis primeros días en el periodismo. Todos los que hemos reporteado sabemos cuán valioso es tener a mano la fuente e insumos de lo que publicamos. 

¿Sos monógamo para leer o leés más de un libro a la vez?
Que viva el poliamor. Cuando investigo (bueno, ahora publico notas personales que me ayudan en los tours históricos que doy) tengo una orgía con tres, cuatro, cinco o más libros consultados a la vez. Es lo mismo con las versiones digitales. 
Si estoy leyendo por placer he aprendido que es bueno tener mínimo dos libros, para darme un descanso entre uno y otro, sin socavar así el tiempo dedicado a la lectura. 

¿Qué libro estás leyendo ahora?
Son dos: Los barrios de Dublín, de Weston St. John Joyce, y Dublín en rebelión, de Joseph E.A. Connell. El primero ofrece datos históricos de diferentes áreas de Dublín durante la segunda mitad del siglo xx. El otro es un detallado directorio urbano de Dublín de 1913 a 1923, años decisivos para Irlanda ya que la Revolución de 1916 y la Guerra Civil tuvieron lugar durante ese período. Mis facetas de ratón de biblioteca y de rata de ciudad están extasiadas con los mapas, cambios de nombre de las calles, demolición y construcción de edificios.

¿Con qué personaje literario te gustaría tomar un café?
Con Thomas Carnacki, una especie de detective de lo oculto creado por William Hope Hodgson. Sus relatos fueron publicados en periódicos y revistas de 1910 a 1912, justo en el límite del período histórico que me obsesiona. Las historias están compiladas en Carnacki, the Ghost-Finder (1913). Tienen un poco de muchas cosas que me gustan. Hay nostalgia por los siglos pasados, hay atisbos a lo sobrenatural (otro tema inherente a mi ser), y hay también un poco de academia. Además de inevitablemente encuentra en su personaje algo de Sherlock Holmes o Hercules Poirot, este detective se vale de los recursos tecnológicos y la ciencia de comienzo del siglo xx para desmitificar los casos que investigaba, todos relacionados con algún fantasma, demonio, bruja o ser sobrenatural. No obstante, hubo un par de casos que no logró «resolver». Me veo perfectamente teniendo una conversación con él, en algún pub victoriano de Dublín, y no limitando el encuentro a un simple café. 

Si pudieras quedarte a vivir en un libro, ¿en cuál lo harías?
Porque marcaron profundamente mi personalidad, mi yo adolescente aún añora ser parte de La historia sin fin y de El nombre de la rosa. El poderoso mensaje que entonces comprendí fue que tenemos la capacidad de crear universos a partir de algo tan minúsculo como un grano de arena. Y, por el otro lado, esa vida de monje (como copista medieval o herbolario, declino de cualquier otra función) no deja de seducirme, principalmente porque en los libros y plantas hay conocimiento, y también poder. 
Ahora que estoy más empapado de historia local me gustaría ser parte de una de esas bitácoras de viaje o guías de viaje impresas de 1750 a 1910. Quisiera ser un transeúnte (aunque fuera anónimo) pintado, dibujado por algún artista, o capturado por alguna de las primeras cámaras fotográficas de la época, con tal de reconocer mi rostro en otra vida al abrir un libro de historia.

Por último, si alguien quisiera iniciarse en la lectura y te pidiese ayuda, ¿qué diez títulos le recomendarías leer?

  1. Un invierno en Centroamérica y México, de Helen J. Sanborn, con fotografías de Eadweard Muybridge. Este libro es una de mis bitácoras favoritas. Detalla la Guatemala de antaño, con ojos del siglo xix. El gran plus son las fotos de Muybridge.
  2. Luz, trayecto y estruendo, de Luz Méndez de la Vega. 
  3. El cuaderno del fin del mundo, de Vania Vargas.
  4. Ana sonríe, de Denise Phé-Funchal.
  5. Voyager, de Marilinda Guerrero.
  6. Es difícil reducir a un título los textos académicos, pero el catálogo de Catafixia Editorial es perfecto para empezar, especialmente en lo que a contexto guatemalteco se refiere. 
  7. New Dubliners, editado por Oona Frawley. Compilación de historias contemporáneas con ocasión del centenario de la publicación de Dublineses, de James Joyce. 
  8. Al menos uno de Agatha Christie, cualquiera. Una vez leído uno, el lector sabrá reconocer su estilo en el resto.
  9. Reinventario de Ficciones. Catálogo marginal de bestias, crímenes y peatones de Francisco Méndez.
  10. Carnacki, the Ghost-Finder, de William Hope Hodgson.
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